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En el corazón del Guainía, uno de los territorios más aislados de Colombia y con uno de los mayores índices de pobreza multidimensional del país, la respuesta a esa pregunta se está escribiendo todos los días bajo la sombra de miles de árboles sembrados desde el año 2023. Allí, donde las presiones por deforestación, minería ilegal y pérdida de alimentos amenazan la vida misma, las comunidades indígenas están liderando un proceso que va mucho más allá de sembrar árboles: están reconstruyendo su territorio, su economía y su autonomía.
El Guainía no solo enfrenta desafíos ambientales; enfrenta desafíos de vida. La gran diversidad de fauna y flora terrestre y acuática que ponían a Colombia como potencia de biodiversidad años atrás, ahora están desapareciendo. La tierra se ha degradado haciendo que la alimentación dependa cada vez más de productos traídos desde fuera, caros y de baja calidad.
Frente a este panorama, la restauración ecológica surgió no como un proyecto técnico, sino como una estrategia integral para recuperar el territorio y activar nuevas capacidades.
La Fundación Saving the Amazon, ha acompañado este proceso desde una convicción profunda: la conservación solo es posible cuando nace desde adentro, cuando quienes cuidan el bosque son también quienes deciden sobre él. De esta manera, el proyecto Ecosistemas Vivos: sembrando el futuro de la Amazonía, desarrollado en el resguardo Cayulamo, demuestra cómo un modelo centrado en la comunidad puede transformar realidades sociales sin romper con la cultura ni con los ritmos ancestrales.
A partir de 2023, los resguardos Cayulamo y Bachaco Buenavista iniciaron un esfuerzo colectivo para sembrar árboles nativos en tierras degradadas. No se trató simplemente de restaurar hectáreas para un informe ambiental: se trató de reconstruir la base misma de su vida. En total, las comunidades indígenas han sembrado 94.000 árboles, la mayoría de asaí, una especie que no solo contribuye a la captura de carbono, sino que se ha convertido en la columna vertebral de una nueva economía sostenible. La proyección a 30 años es reveladora: más de 9.500 toneladas de asaí y 204 toneladas de copoazú podrían fortalecer la autonomía financiera de las familias, diversificar sus ingresos y garantizar su seguridad alimentaria.
Una de las innovaciones más significativas ha sido la creación de un modelo de gobernanza participativa que eleva el papel de las comunidades indígenas en la toma de decisiones ambientales.
- Las familias deciden qué sembrar y dónde, haciendo uso de su saber ancestral.
- Cada árbol es germinado, cultivado y cuidado por las comunidades.
- Los jóvenes se han formado en herramientas como GeoForest, tecnología desarrollada por Servinformación, que les permite llevar seguimiento del crecimiento del bosque.
- Y la Guardia Indígena lidera el control territorial, apoyada por monitoreo satelital para detectar deforestación.
Esta integración entre cultura, tecnología y poder comunitario ha fortalecido la gobernanza territorial de una manera sin precedentes. Incluso se realizó el primer proceso formal de consulta previa en Colombia para un proyecto de bonos de carbono ARR con comunidades indígenas en Colombia, un hito histórico que garantiza que el 70 % de las utilidades quede directamente en manos de quienes protegen el bosque.
En el plano ecológico, los resultados también son contundentes. Los 94.000 árboles sembrados ya están capturando 101.520 toneladas de CO₂, y el proyecto completo tiene una proyección de más de 3 millones de toneladas capturadas en 4.004 hectáreas restauradas.
Pero más allá de las cifras, cada árbol representa un acto de defensa del territorio y un puente entre generaciones.
Para las comunidades indígenas, el bosque no es un recurso: es un ser vivo. Por eso, la restauración no es solo ambiental, sino espiritual, cultural y social. Cada jornada de siembra se convierte en un espacio de enseñanza, donde los mayores transmiten historias y los jóvenes aprenden a interpretar el bosque con nuevas herramientas.
El impacto ha trascendido Guainía. El modelo ya se replicó en Chocó, Meta, Casanare, Arauca, Antioquia, Cundinamarca, Valle del Cauca, Bucaramanga y, recientemente, en Cartagena con la restauración de manglares. En cada territorio, la metodología se adapta: cambia la especie, cambia la cultura, cambia el paisaje, pero la esencia permanece igual: la conservación es posible cuando nace desde el territorio.
Hoy, 244 personas y 900 familias de 7 comunidades indígenas se benefician del proyecto.Los ingresos generados han tenido impactos directos:
- el 90,3% reporta una mejora en su calidad de vida;
- el 100% recibe ingresos superiores al promedio de su zona;
- y la mayoría los destina a alimentación (35%) y vivienda (48%), dos dimensiones críticas de la pobreza multidimensional.
Además, el proyecto ha impulsado emprendimientos locales:
- producción de frutos amazónicos (asaí y copoazú),
- artesanías,
- servicios eco–turísticos,
- viveros comunitarios.
Las mujeres y los jóvenes han adquirido roles de liderazgo en la toma de decisiones y en el monitoreo ambiental, dinamizando el tejido social y fortaleciendo las estructuras comunitarias.
Lo que demuestra esta experiencia es que la restauración ecológica no consiste simplemente en sembrar árboles, sino en sembrar oportunidades, fortalecer identidades y reconstruir la capacidad de una comunidad para decidir sobre su propio destino. En Guainía, las comunidades indígenas están demostrando que la Amazonía puede sanar, siempre que quienes han vivido con ella por generaciones tengan la voz, el liderazgo y los recursos para protegerla. Y en esa verdad simple y poderosa se encuentra la clave de un futuro sostenible para Colombia.