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Reentender el agua: de recurso a conector de la vida

Los ecosistemas acuáticos del país enfrentan dificultades relacionadas con el desarrollo, la conservación y el cambio climático. En The Nature Conservancy Colombia están trabajando junto a comunidades, instituciones y gobiernos locales para impulsar soluciones que respondan a estos desafíos.

Cristhian Aguirre- Periodista de Conservación TNC Colombia

23 de octubre de 2025 - 09:19 a. m.
Se estima que Colombia concentra cerca del 6 % del agua dulce superficial del planeta.
Foto: Jonatan Bermúdez TNC Colombia

Colombia se mueve con el agua. En su territorio nacen más de 1.200 ríos y se extienden unos 24.000 cuerpos de agua dulce, entre lagunas, ciénagas, humedales, quebradas y arroyos, según el Estudio Nacional del Agua (ENA) que publicó el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) en 2022. Es una de las redes hídricas más densas del planeta, un corazón en el que las aguas trazan tres grandes rutas: hacia el norte con el Magdalena, hacia el oriente con el Orinoco y hacia el sur con la Amazonía, que desde distintos puntos, mantienen vivo a un mismo país.

A nivel mundial, de acuerdo con el AQUASTAT —Sistema mundial de información sobre agua de la FAO—, Colombia concentra cerca del 6 % del agua dulce superficial del planeta. Este entramado natural lo convierte en uno de los países con mayor disponibilidad de agua dulce por habitante. Sin embargo, la abundancia no equivale a seguridad.

En los últimos años, Colombia ha experimentado periodos de sequía e inundación cada vez más extremos. El citado estudio del Ideam además reporta que aproximadamente el 63 % de la superficie nacional podría enfrentarse a impactos potenciales altos o muy altos en cuerpos de agua continentales entre 2011 y 2040. Esta paradoja revela que la mayor riqueza natural del país también es una de las más frágiles.

Durante décadas, Colombia ha pensado el agua como un recurso al servicio del desarrollo económico y humano. Pero el agua no solo presta un servicio: es un ecosistema en sí mismo, un tejido de especies, suelos, flujos y procesos que sostienen la biodiversidad. Y sobre esos ecosistemas acuáticos —los que hacen posible toda forma de vida—, seguramente no hemos actuado lo suficiente, y dadas las circunstancias, tal vez sea momento de que comiencen a hacerse otro tipo de preguntas.

“Se trata de proteger los ecosistemas acuáticos, que muchas veces son invisibles, y queremos hacerlos visibles, que se eleve su reconocimiento en toda su relación con la protección de la biodiversidad, la adaptación al cambio climático, el desarrollo social y económico y la necesidad de cuidarlos al mismo nivel que los ecosistemas terrestres.” Explica Natalia Acero, líder para Colombia del programa de Agua de The Nature Conservancy (TNC Colombia)

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Hablar del agua como ecosistema implica hablar de integridad ecológica, un concepto que se resume en qué tan sano está este. Un ecosistema acuático íntegro mantiene su estructura física, su diversidad biológica y su capacidad de cumplir funciones esenciales como filtrar, almacenar o movilizar el agua. Esa integridad depende de múltiples atributos que actúan como engranajes: el régimen hidrológico, la conectividad, la calidad del agua, el flujo de sedimentos y la estructura física del hábitat. La hidrografía del país está tan profundamente conectada que, cuando uno de esos componentes se altera, toda la red se afecta.

Conexión: el ciclo del agua es también el del equilibrio

Las tres grandes macrocuencas del país —Magdalena-Cauca, Orinoquía y Amazonía— concentran buena parte de la vida y del desarrollo de Colombia. La Amazonía y la Orinoquía, entre las cuencas más biodiversas del planeta, resguardan una porción esencial de la riqueza natural del país, mientras que la del Magdalena-Cauca sostiene cerca del 80 % del producto interno bruto y abastece a la mayoría de la población.

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Cada cuenca mantiene una relación distinta con el agua, moldeada por su geografía, su historia, sus pueblos y los modelos de desarrollo que la atraviesan. Esa relación también refleja las visiones de quienes las habitan. En la Amazonía, donde más de la mitad del territorio es indígena, los pueblos originarios han mantenido el equilibrio entre ríos y selva; en la Orinoquía, las comunidades campesinas y llaneras conviven con los pulsos de inundación y sequía. Aunque las aguas sigan caminos diferentes, todas laten al mismo pulso.

Los ecosistemas acuáticos del país están enlazados por procesos invisibles que recorren distancias inmensas. Por ejemplo, en la Amazonía, el fenómeno de la evapotranspiración de los bosques libera millones de toneladas de vapor de agua a la atmósfera: son los llamados ríos voladores, que viajan hacia el norte y descargan su humedad en los Andes y en las cuencas del Magdalena. Cuando esos bosques se talan, las nubes se dispersan y las lluvias disminuyen. También en la Orinoquía, la pérdida de sabanas inundables altera los pulsos de inundación que regulan la disponibilidad de agua en las grandes ciudades andinas.

Y aunque los ecosistemas acuáticos del país están conectados, los desafíos que enfrentan son muy distintos. Cada región vive sus propias tensiones entre desarrollo, conservación y cambio climático. Frente a esa diversidad, TNC Colombia trabaja junto a comunidades, instituciones y gobiernos locales para impulsar soluciones sistémicas que integran ciencia, política y acción territorial. Son respuestas que nacen de las realidades locales y buscan fortalecer la relación entre la gente y la protección de la naturaleza.

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Amazonía, dos realidades en la misma cuenca

En este bioma, por un lado, hay una Amazonía no transformada, hogar de territorios indígenas que conservan gran parte de la selva y mantienen un equilibrio ancestral con el agua; por otro lado, zonas presionadas por la deforestación y el avance de actividades extractivas que alteran el flujo natural de los ríos. En este escenario, lo que ocurre aguas arriba se refleja aguas abajo, y conservar solo un tramo no garantiza la salud del sistema, por lo que deben construirse estrategias de conservación con enfoque integral, que permitan conocer el estado de los ecosistemas acuáticos y sus atributos ecológicos.

Esa necesidad de conocimiento e información llevó a MiPez, una herramienta desarrollada por TNC Colombia junto a las comunidades locales de Solano, Caquetá, para entender el estado ecológico de los ríos amazónicos a través del conocimiento de los pescadores, integrando tecnología, saber tradicional y datos científicos. A través de una aplicación móvil, los pescadores registran información sobre las especies que capturan, sus tallas, zonas y temporadas de pesca. Estos datos permiten analizar la salud de las poblaciones de peces y los cambios en los ecosistemas acuáticos, para orientar decisiones de manejo y conservación.

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Uno de los mayores aportes de MiPez es ayudar a reconocer el valor de la información que se genera en los procesos de monitoreo comunitario, para que las comunidades puedan dialogar con bases claras, tomar decisiones informadas sobre la pesca y fortalecer la gestión colectiva de sus territorios. El monitoreo comunitario no solo genera datos: también fortalece el diálogo al interior de las comunidades y sienta las bases de una verdadera gobernanza del agua, una que se construye desde la participación y el conocimiento local, pero que necesita reflejarse en las decisiones que se toman más allá del territorio.

Orinoquía: una gobernanza alrededor del agua

Para el caso de la Orinoquía, la gestión del agua es fundamental para planificar un modelo de desarrollo que equilibre producción y sostenibilidad. Durante la última década, la región ha sido vista como la nueva despensa de alimentos del país. Su abundante, pero frágil riqueza hídrica la ha convertido en un territorio codiciado para la expansión agroindustrial.

En este escenario, la frontera agrícola avanza más rápido que la planificación, poniendo en riesgo el equilibrio de uno de los sistemas hídricos más importantes del país: 156 tipos de ecosistemas, entre ellos las sabanas inundables, que albergan el 48 % de los humedales de Colombia, hoy seriamente amenazadas por cultivos de alta demanda hídrica que ya han comenzado a transformarlas para su crecimiento.

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“El Índice de Sostenibilidad de Cuencas, impulsado por TNC Colombia, es una herramienta que permite evaluar, a partir de cinco atributos ecológicos clave, la condición de los ecosistemas de agua dulce. Sirve para orientar acciones de conservación, restauración o gestión sostenible, y puede aplicarse como un mecanismo que fortalece la toma de decisiones ambientales y su respectivo seguimiento, al contrastar de forma integral los potenciales impactos en los ecosistemas de agua dulce, generados por proyectos que transforman el territorio”.

Esta visión en la región se materializa a través del Sistema de Apoyo para la Toma de Decisiones de la Macrocuenca Orinoquía (SIMA Orinoquía), una plataforma creada por TNC Colombia que busca anticipar los efectos de las intervenciones asociadas al desarrollo —agrícola, ganadero o petrolero— sobre la sostenibilidad hídrica y los ecosistemas que la sustentan.

A través de modelos hidrológicos, el SIMA permite evaluar cómo esas actividades modifican atributos ecológicos clave, como el régimen de caudales, el flujo de sedimentos, la calidad del agua y la estructura física de los ríos. En esencia, la herramienta ofrece una forma de medir la salud hídrica para orientar una planificación que reconozca el agua, una vez más, no como un recurso, sino como un ecosistema vivo.

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Magdalena: Sostener la cuenca que nos sostiene

En la macrocuenca del Magdalena – Cauca la cuestión ya no pasa por planificar un desarrollo futuro, sino de dar sostén al que ya está en marcha. Aquí se concentra cerca del 75 % de la población colombiana y el 80% de su actividad económica, industrial y agrícola. En la red hídrica que abastece las grandes ciudades la pregunta es cómo garantizar que los ecosistemas clave, como los ríos, páramos y ciénagas, sigan siendo protegidos y cómo fortalecer a las comunidades que los cuidan y habitan.

En este contexto, TNC Colombia ha impulsado la implementación de mecanismos financieros innovadores, como la figura de inversiones ambientales adicionales, una regulación pionera en política de agua, que permite a las empresas prestadoras de servicios públicos de agua, destinar parte de sus ingresos a la protección y restauración de los ecosistemas estratégicos que garantizan el suministro.

Actualmente, el país cuenta con una caja de herramientas para inversiones ambientales adicionales que orienta las decisiones de estas entidades desde lo técnico, jurídico y financiero, y facilita la identificación de inversiones con beneficios ambientales medibles, permitiendo que una parte de la tarifa del servicio público del agua se convierta en una inversión en naturaleza. Su implementación sienta las bases para un modelo de desarrollo que entiende que la sostenibilidad del recurso depende de la salud de los ecosistemas acuáticos que lo sostienen.

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Desde la Amazonía hasta el Magdalena, el agua recorre un mismo cuerpo: el del país que somos. En sus caminos se evidencia que no existen cuencas aisladas ni regiones ajenas, sino un solo sistema que sostiene nuestra biodiversidad, cultura y economía. Cuidar el agua, en cualquiera de sus ecosistemas, es cuidar esa red invisible que nos mantiene unidos.

Por Cristhian Aguirre- Periodista de Conservación TNC Colombia

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