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Retos del campo colombiano: la sostenibilidad nace del trabajo de las mujeres rurales

Con el apoyo del programa DRET II, los retos del campo se están abordando de la mano de mujeres y hombres de la ruralidad que son quienes hacen posible que en Colombia y en todo el mundo existan alimentos saludables y podamos pensar en el resguardo de los recursos naturales.

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02 de mayo de 2025 - 11:44 p. m.
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Foto: FAO/DRET
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El campo colombiano enfrenta un problema histórico: ser el motor de una economía sostenible, mientras asumen las brechas más amplias que frenan su desarrollo. A pesar de su potencial, la ruralidad en Colombia todavía vive serios desafíos en infraestructura, acceso a servicios básicos, productividad, financiamiento y adaptación al cambio climático.

La ruralidad colombiana, donde habita el 24% de la población nacional, sigue estando marcada por profundas desigualdades. Según cifras del DANE, cerca del 40% de los habitantes rurales vive en condición de pobreza y más del 60% carece de acceso efectivo a servicios básicos como agua potable, salud o educación de calidad, agravándose con la limitada conectividad vial y digital.

Dentro de esta realidad, las mujeres rurales se han convertido en protagonistas de transformación. Su trabajo y esfuerzos son testimonio de una fuerza que está transformando la agricultura, defendiendo los ecosistemas y construyendo un modelo de vida más justo y resiliente.

Son campesinas, indígenas y afrodescendientes que a pesar de los retos históricos que enfrenta el campo colombiano, se convierten en las generadoras de sostenibilidad y de desarrollo local, quienes hoy, frente a la reciente aprobación de la Ley de Mujer Rural, esperan encontrar mayor apoyo para no lidiar solas con sus procesos.

En este escenario, para las mujeres rurales el panorama es aún más desafiante: solo el 26 % posee títulos de propiedad sobre la tierra que trabajan, y menos del 20 % accede a crédito agropecuario formal y la informalidad laboral supera el 80% en el sector agropecuario limitando su autonomía económica. Además, cargan con la doble jornada de trabajo productivo y reproductivo, dedicando, en promedio, 10 horas semanales más que los hombres a labores domésticas y de cuidado no remuneradas.

La Ley de Mujer Rural, aprobada por el Congreso de la República a inicios de abril de este año, busca beneficiar los 5,9 millones de mujeres rurales que habitan en el país, garantizando igualdad de acceso a activos productivos, asistencia técnica, financiación, tecnologías y servicios financieros.

Un proceso que la Unión Europea, la Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo (AICS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) vienen acompañando a partir del Programa de Desarrollo Rural con Enfoque Territorial (DRET II) en trabajo articulado con el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y varias de sus agencias adscritas.

Sin embargo, más allá de las leyes, el verdadero cambio se teje en los surcos de la tierra, en los proyectos asociativos y en zonas rurales, donde día a día, se transforman realidades. Este es el caso de una asociación de 40 mujeres rurales, en el municipio de Fresno, Tolima, quienes decidieron no resignarse a las condiciones adversas y conformar la Asociación de Mujeres Productoras de Guanábana de Fresno (Asomufres), vivo ejemplo de un emprendimiento que ha utilizado la asociatividad, el enfoque de género, los procesos de Biofábricas, los lineamientos de la agricultura campesina, familiar, étnica y comunitaria (ACFEC) y el modelo de negocio verdes para convertirse en un proyecto innovador y modelo de la región.

“Desde la Unión Europea reconocemos con profunda admiración el papel transformador de las mujeres rurales en Colombia. Ellas son el corazón del desarrollo territorial: cultivan la tierra, cuidan sus comunidades y abren caminos de paz y equidad. A través del programa DRET II, hemos acompañado sus liderazgos y sueños, desde puerto Nariño en el Amazonas, hasta la Guajira, fortaleciendo su voz en los procesos de desarrollo rural. Creemos firmemente que no hay futuro posible sin su fuerza, su saber y su esperanza” ratificó Alberto Menghini jefe de cooperación de la Unión Europea en Colombia.

Para enfrentar la baja productividad de sus cultivos y la dependencia de agroquímicos pusieron en marcha la instalación de una planta piloto de procesamiento de insumos orgánicos. Utilizando microorganismos benéficos e insumos naturales como restos vegetales compostados, estas mujeres producen compost, biofertilizantes y biopreparados que nutren sus tierras sin recurrir a químicos contaminantes.

A partir de materiales naturales y microorganismos beneficiosos, han encontrado el equilibrio en los ecosistemas agrícolas, demostrando la efectividad del uso de insumos biológicos, como un aporte en la producción limpia de alimentos y en contribución a la salud de la tierra, los animales y los humanos.

“Nuestro sueño era no depender más de los fertilizantes químicos que dañaban nuestros suelos y enfermaban nuestras plantas. Hoy producimos nuestros propios insumos y hemos visto mejorar tanto la calidad de nuestros cultivos como nuestras economías”, afirma Gloria Lotero, representante legal de Asomufres.

Pero el impacto va más allá de lo económico. La experiencia de Asomufres ha fortalecido los lazos comunitarios, ha empoderado a las mujeres en sus hogares y ha sembrado conciencia ambiental, en una región históricamente afectada por el monocultivo y el uso intensivo de agroquímicos.

El trabajo de Asomufres no es un hecho aislado, forma parte de un movimiento nacional que busca cambiar la manera en que Colombia produce sus alimentos. Con la implementación de este proyecto se aportó al fortalecimiento del Ecosistema Nacional de Biofábricas de Insumos Agropecuarios Orgánicos, enmarcado en la Ley 2183 del 6 de enero de 2022, esto en el desarrollo del DRET II y, en alianza con la Asociación Hortifrutícola de Colombia (Asohofrucol) pionera en la implementación de este tipo de iniciativas en varias regiones del país.

Como este, de acuerdo con el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, a la fecha ya son más de 200 las biofábricas en Colombia, un crecimiento que refleja el compromiso del sector agropecuario con la transición hacia modelos productivos más amigables con el medio ambiente, buscando no solo reducir la dependencia de agroquímicos, sino que también promuevan prácticas agrícolas regenerativas que protegen el suelo, el agua, la biodiversidad y a su vez dignifiquen el trabajo arduo de los productores rurales.

En el marco de la conmemoración del día Internacional de los trabajadores, vale la pena observar con atención y respeto el esfuerzo cotidiano de las mujeres rurales colombianas. Desde la mirada de la Agencia Italiana de Cooperación al Desarrollo, su trabajo no solo sostiene a sus familias y comunidades, sino que también siembra las bases de un campo más justo, sostenible y humano. Son ellas quienes, con sus manos y su saber, cultivan la tierra, conservan tradiciones y lideran iniciativas que transforman realidades. Su aporte, aunque muchas veces silencioso y muy pocas veces reconocido, es esencial para construir un futuro donde el desarrollo rural esté en armonía con la equidad de género, la inclusión social y el cuidado del territorio y del medio ambiente.” señalo el responsable técnico de la AICS Luca De Paoli.

Pese a estos avances, el reto sigue siendo mayúsculo, hacer de la transición agroecológica una estrategia de adaptación al cambio climático y de garantía de seguridad alimentaria, además, sin desconocer que la agricultura colombiana representa apenas el 6,2% del PIB nacional (DANE, 2023), una cifra baja para un país con gran diversidad agroecológica.

A esto se suma la presión de la crisis climática, ya que, según el IDEAM, el 60% del territorio rural colombiano es vulnerable a fenómenos climáticos extremos como sequías o inundaciones, lo que amenaza la seguridad alimentaria y los medios de vida de millones de familias en zonas rurales del país.

En este escenario, la agricultura convencional basada en insumos químicos y prácticas poco convencionales es insostenible. Colombia enfrenta un doble reto, aumentar la productividad del campo y hacerlo de manera sostenible, orientado hacia una transformación profunda hacia modelos productivos resilientes, diversificados y respetuosos del medio ambiente.

“Las mujeres rurales han sido guardianas de semillas, de conocimiento y tradiciones que promueven el cuidado del suelo, del agua y también de la alimentación saludable; este marco de Ley hoy permite pensarnos el campo de una manera diferente, un campo que se abre espacio para progresar”, destacada Marcos Rodríguez, especialista senior del área de Agricultura Familiar y Mercados inclusivos de la FAO en Colombia.

Y en el marco del Día Internacional de los Trabajadores es una oportunidad para visibilizar el trabajo de quienes día a día sostienen la alimentación del país y protegen nuestros recursos naturales. Las mujeres y hombres en la ruralidad, con su conocimiento, resiliencia y liderazgo, están demostrando que un campo más productivo, sostenible y equitativo es posible. Pero también en las veredas, en los mercados campesinos, en los bancos de semillas y en las nuevas biofábricas, los productores rurales están liderando una revolución silenciosa. Una que no solo busca mejorar sus condiciones de vida, sino construir un modelo de desarrollo más humano y sostenible para toda la sociedad.

Los retos del campo colombiano siguen siendo grandes, ampliar la cobertura de servicios básicos, mejorar las condiciones de infraestructura, garantizar acceso a mercados justos, democratizar la tierra y combatir el cambio climático. Pero el primer paso ya está en marcha, y se está construyendo de la mano de mujeres y hombres de la ruralidad, que son quienes hacen posible que en Colombia y en todo el mundo existan alimentos saludables y podamos pensar en el resguardo de los recursos naturales.

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