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Entre 2002 y 2024, Colombia perdió más de dos millones de hectáreas —es decir, casi el tamaño del departamento del Caquetá— de bosque primario húmedo, según las cifras más recientes de la plataforma Global Forest Watch. En particular, el año pasado (a falta de las cifras oficiales del Ideam) se estima que la deforestación en el país aumentó en cerca de un 50 %, con la pérdida de más de 98.000 hectáreas de este tipo de ecosistemas por factores relacionados con el conflicto armado, procesos mineros y, entre otros, la expansión de la frontera agrícola.
Ante esta desaparición de los ecosistemas de bosque en Colombia, hay una pregunta que sigue teniendo preocupados a los científicos, a funcionarios del gobierno y, en general, a los colombianos: ¿cómo recuperar los bosques y los servicios ecosistémicos que ofrecen en Colombia, y cómo garantizar su protección a largo plazo?
Con esta misión, un gran abanico de estrategias y proyectos se están desarrollando a lo largo del territorio colombiano. Entre ellos, hay unos que busca no solo recuperar amplias hectáreas de bosque perdidas por la actividad humana, sino por su vocación de cambiar la relación de las comunidades locales con su entorno para mejorar la seguridad hídrica y, de esta manera, garantizar el bienestar de miles de familias, a través de modelos innovadores de conservación.
Se trata de las apuestas por la protección de los ecosistemas de la Fundación Grupo Argos, la cual en los últimos años ha logrado sembrar más de 5,3 millones de árboles nativos (incluyendo mangles), con el objetivo de restaurar más de 23 fuentes de agua claves para la seguridad hídrica y climática en Colombia.
Precisamente, los esfuerzos de la Fundación se centran en la cuenca Magdalena–Cauca (es decir, la totalidad de la franja media del país), que contiene una gran diversidad de ecosistemas, desde páramos, bosques secos, bosques lluviosos hasta ciénagas y alberga al 77 % de la población del país. Su extensión la puede ver en el mapa que acompaña estas páginas.
Cómo explica María Camila Villegas, directora ejecutiva Fundación Grupo Argos, esta labor se ha centrado en tres ventanas de trabajo clave, relacionadas tanto con la operación de los negocios de Grupo Argos como de zonas estratégicas para la conservación y estabilidad hídrica. Estas se han priorizado en el río Claro (en el Magdalena Medio, en Antioquia), el río Cartama (en el suroeste de Antioquia) y el río Saldaña (Tolima), caracterizadas por su biodiversidad, la existencia de especies endémicas y por ser cruciales para el abastecimiento hídrico.
“Precisamente en Tolima, la corporación regional ambiental reconoció hace poco que las labores de restauración que se han realizado en estos ecosistemas del río Saldaña han hecho que esta cuenca cuente con una disponibilidad de agua más estable que en otras, que han generado preocupación y que recientemente han pasado por momentos difíciles. Y esa es nuestra misión: lograr mantener la disponibilidad de agua con la recuperación de los paisajes, pero que esta también sea un entorno que le dé bienestar a las comunidades”, explica Villegas.
¿Puede ser la restauración más rentable que la tala?
Estas apuestas en el territorio se han hecho a través de un modelo en el que las comunidades son el centro de los procesos de restauración. “Después de todo son ellas las que viven cerca a los bosques y los ríos, y creo que el mayor cambio que hemos logrado es lograr replantear esa relación que tienen con los ecosistemas”, explica Villegas, de la Fundación Grupos Argos.
Para mostrar esto, indica que la zona de río Claro —ubicada entre Medellín y Bogotá— los campesinos le contaron al proyecto cómo algunos actores pagaban para talar el bosque para volverlo en zonas productivas de ganado o de agricultura. “Lo que les planteamos, a través del conocimiento de estos ecosistemas, es que esos árboles que estaban cortando, como la ceiba, eran realmente escasos en el mundo, y qué podían surgir modelos productivos en torno a su protección”, sostiene Villegas.
Este es un ejemplo de los modelos de restauración que impulsan una producción tanto ganadera como agrícola sostenible, en donde el objetivo es restaurar zonas de bosque, a la vez que se incrementa la productividad de los procesos tradicionales. Este ha sido el mecanismo que ha impulsado la Fundación Grupo Argos en diferentes zonas del país, en una visión integral con la que además han generado más de 2.000 empleos verdes directos e indirectos que benefician directamente a las comunidades que habitan en estos territorios. En general, esto ha permitido que más de 190 familias hayan mejorado sus ingresos (entre uno y dos salarios mínimos) a través de proyectos de la entidad.
Los procesos de siembra implican todo un modelo que la Fundación ha desarrollado y que va desde el desarrollo de viveros para producir el material vegetal y trasplantar los individuos, hasta mantenerlos en el tiempo. A esto se suman procesos que buscan asegurar su efectividad, como el desarrollo de ciencia participativa y de monitoreo comunitario para utilizar el conocimiento tradicional de las comunidades locales en los ecosistemas y asegurar, a su vez, la sostenibilidad de los procesos de restauración y recuperación de los ecosistemas en lo que vive fauna silvestre.
“Nadie sabe mejor dónde están los animales que un cazador, y hemos tenido procesos que nos enorgullecen mucho en los que personas que se dedicaban antes a la cacería han vendido sus escopetas para comprar binoculares para realizar actividades de turismo de naturaleza y liderar recorridos por la belleza de nuestro país, en lo que también se ha constituido como otra fuente de ingreso para las comunidades”, explica Villegas.
Además, se han realizado capacitaciones técnicas para que campesinos puedan monitorear los impactos de la ganadería y agricultura sostenible. Un ejemplo de esto es a través del seguimiento de los cucarrones en las zonas de pastoreo de vacas, pues su presencia (como bioindicador) es muestra de que la boñiga de estos animales no contiene químicos que modifican el crecimiento de especies o de cobertura vegetal. A esto se han sumado expediciones científicas en busca de especies endémicas y otras amenazadas en los ecosistemas del país para mejorar el conocimiento de estos ecosistemas.
La protección de los ecosistemas marinos y la calidad del agua
Esta apuesta por la protección de las cuencas hídricas incluye integralmente la cadena que recorre el agua desde su nacimiento en la alta montaña hasta su desembocadura en el mar. Y, precisamente, en esta última parte de cadena hídrica, la Fundación se ha convertido en los últimos cinco años en el mayor restaurador de ecosistemas de manglar en el país.
En total, ha sembrado más de un millón de plantas de manglar en los últimos cinco años, que aportan a la restauración de más de 250 hectáreas de este ecosistema estratégico y que ayudan a prevenir la erosión de zonas costeras clave en el Atlántico, Bolívar y Sucre.
Además, se han logrado acuerdos de conservación de arrecifes de coral del Caribe colombiano, un ecosistema que alberga el 25 % de la biodiversidad marina. Con esto se han logrado restaurar más de 4.400 pólipos de nuevas colonias de coral.
“Nuestro objetivo es que en estas zonas podamos desarrollar una economía azul en el Caribe colombiano, en el que se generen ingresos para las comunidades, pero también se haga una gestión integral de los recursos marino-costeros”, asevera Villegas.
Por otra parte, uno de los enfoques de los proyectos de la Fundación Grupos Argos ha sido mejorar la calidad y el acceso de agua a las comunidades en la cuenca Magdalena-Cauca, con soluciones diferenciales de acceso a agua segura y limpia y proyectos de saneamiento básico. En 2024, se alcanzó la cifra récord de más de 130.000 personas beneficiadas y con una mejor calidad de vida. Un ejemplo es la construcción del alcantarillado del corregimiento de Nueva Colonia (Antioquia) a través del mecanismo de Obras por Impuestos con la participación de más de 15 empresas y entidades públicas y privadas, que beneficiará, una vez terminado, a más de 12.000 personas y mitigará la contaminación de las cuencas hídricas de la zona.
Conservación a largo plazo
Todos estos esfuerzos de la Fundación Grupo Argos se ven marcados por una pregunta que engloba a todo proyecto de restauración: ¿cómo asegurar la sostenibilidad y continuidad a lo largo del tiempo?
A lo largo de su historia, la Fundación Grupo Argos ha logrado proteger más de 25.600 hectáreas mediante acuerdos de conservación con campesinos, propietarios y habitantes de comunidades rurales para mejorar la seguridad hídrica y la protección de la biodiversidad en Colombia.
Y para responder a la pregunta, el mecanismo ha sido simple: la mayoría de estos acuerdos son firmados a cinco años y pueden renovarse periódicamente. Aún, así, desde 2023, la Fundación Grupo Argos viene desarrollando una apuesta hacia la generación de bonos de carbono en el suroeste de Antioquia, con una inversión que asciende a los más de 3,8 millones de dólares y que implican acuerdos de conservación a 40 años.
“No ha sido un proceso fácil e implica mucha voluntad, pero vemos que tanto padres de familia como hijos tienen claro que quieren un futuro distinto y con el bienestar que les ofrecen ecosistemas conservados. Hay una confianza en el proceso y para trabajar de la mano para lograr estas metas”, explica Villegas.
Para 2030, año que marca la fecha límite para el cumplimiento de las metas para conservar y frenar la pérdida de biodiversidad en el planeta, la Fundación tiene el objetivo de sembrar 10 millones de árboles de especies nativas en cerca de 20 mil hectáreas de áreas degradadas en ecosistemas estratégicos y permitirán la generación de más de 3.700 empleos.
Lo cierto es que, para la Fundación Grupos Argos, todos estos esfuerzos no son posibles sin una alianza con una multiplicidad de actores. En todos sus procesos han trabajado de la mano con 60 entidades públicas y privadas para apalancar estas apuestas por los ecosistemas. Con estas metas, además, se espera apoyar al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que deben cumplirse para 2030 y aportar a la discusión de cómo el sector privado puede contribuir a las metas climáticas y de biodiversidad con límites planetarios que son, año tras años, cada vez más reducidos.