Brasil recuperó una palabra de gran relevancia para convocar al mundo en esta COP30 de Cambio Climático: mutirão. Viene del tupí-guaraní y significa algo tan simple como poderoso: una comunidad que se une para resolver, entre todos, lo que nadie podría resolver solo. Y tal vez sea justo lo que nos está faltando.
En mis conversaciones recientes alrededor del libro El ABC del Cambio Climático insistía en que para realizar una transición ecológica no basta tener las soluciones técnicas, debemos tener la voluntad política, en diversos niveles de la sociedad, para priorizar un cambio, sistémico, de las recientes prácticas que están devorando el planeta. La crisis climática es una crisis de sentido, de imaginarios, de empatía con otras especies y de falta de visión colectiva. Y Brasil —por segunda vez en tres décadas— vuelve a recordárnoslo.
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De Río 92 a Belém 2025: un hilo que no podemos soltar
Fue en Brasil, en 1992, cuando la humanidad intentó, por primera vez, construir una agenda común para cuidar la casa que compartimos. La Cumbre de la Tierra en Río de Naciones Unidas no sólo impulsó la Convención de Cambio Climático; también dejó planteada una idea fundacional: sólo podemos avanzar si entendemos nuestra interdependencia.
Treinta años después, esa palabra —interdependencia— parece ausente de las grandes decisiones. Nos acostumbramos al cortoplacismo, a pensar que cada país, cada sector, cada individuo puede “hacer su parte” de manera aislada. Pero la física del clima no funciona así: el planeta responde al conjunto, no a las partes.
Por eso el llamado de Brasil al mutirão global no es diplomático: es profundamente cultural. Nos recuerda que la transición que necesitamos sólo será tan rápida y justa como la capacidad que tengamos de volver a vernos como comunidad planetaria.
La crisis climática también es una crisis de imaginación
Uno de los planteamientos que realizó en El ABC del Cambio Climático es que no lograremos cambiar lo que no podemos comprender e imaginar. La cultura es la que expande —o restringe— lo posible y de lo posible pende la esperanza. Por eso me resulta valioso que está COP haya puesto la cultura al centro, con su llamado al mutirão global pues ayuda a recordar el valor de la cultura como micelio de hilos invisibles que es el soporte de todas las transformaciones.
Iniciativas como We Make Tomorrow, Letters to the Earth o Dear Tomorrow están mostrando algo que la ciencia ya reconoce: los cambios colectivos no nacen solo de datos; nacen de historias que nos conectan, que nos permiten ver un futuro en el que vale la pena creer y desarrollar colectivamente. En el Pabellón Cultural de esta COP, miles de personas están escribiendo postales dirigidas al año 2050. No son ejercicios únicamente simbólicos; son detonantes de imaginación colectiva. Cuando alguien se sienta y escribe a un ser querido, a una especie o a la Tierra misma sobre el mundo en el que espera vivir, está ampliando el margen de lo posible y puede conectarse con una realidad posible.
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La temperatura de la Tierra cambiará o dejará de incrementar solo si nosotros cambiamos la forma de habitar el mundo, las prácticas y la forma como comprendemos el desarrollo. Y para cambiar cómo habitamos, primero tenemos que cambiar cómo lo imaginamos. Reconectarnos con la cultura nos permite, entre otras, un tema de gran relevancia, recordar, en particular, prácticas de pueblos originarios, de dónde venimos, que han sabido mantener una relación más armónica con la Naturaleza sin tener afanes desmedidos por acumular para un futuro incierto.
El continente sabe lo que significa hacer mutirão
Los pueblos de América Latina han construido, desde hace siglos, soluciones colectivas: minga, tequio, mano vuelta, convite, mutirão. En el fondo, todas significan lo mismo: nadie queda atrás y se suman esfuerzos por un bienestar colectivo. Quizá ese sea el aporte más profundo que nuestra región puede hacerle a este momento histórico: recordar que la cooperación no es un lujo, es un modo de vida. Y que no se trata sólo de coordinar acciones, sino de reconstruir vínculos pues un problema complejo como este sólo puede abordarse colectivamente. Hoy, la humanidad enfrenta un desafío que no perdona el individualismo. La crisis climática no distingue fronteras, ideologías o ingresos. La temperatura sube para todos y los impactos climáticos como sequías prolongadas o las inundaciones nos afectan a todos los que vamos en esta misma barca. Si no logramos actuar como colectivo, las soluciones serán siempre insuficientes, y no generarán un impacto sistémico estructural.
2050 está más cerca de lo que creemos
Esta COP30 nos invita a preguntarnos cómo queremos vivir en 2050. Y la respuesta no puede ser un documento técnico guardado en un cajón que espera cumplirse. Tiene que ser una conversación viva, expandida, inclusiva que lleve a acciones concretas en el contexto y realidad próxima individual. Así como hoy miles de personas en Brasil están escribiendo postales hacia el futuro (2050), tú también puedes hacerlo desde donde estés. Una postal para tu familiar más cercano y más joven, para una especie que admiras o para la Tierra misma.
Te invito a sumar tu voz: escribe tu propia postal digital apoyado con inteligencia artificial y súmate a este movimiento global que está poniendo la cultura en el corazón de la acción climática: Link
*Divulgador científico y autor del libro «El ABC Visual del Cambio Climático».
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