El rumor nació de sus genitales. La hiena moteada (Crocuta crocuta) hembra tiene un clítoris que puede alcanzar los 20 centímetros de largo. Tiene la forma de un pene, se para como este y yace sobre un falso escroto con dos “testículos”, que, en realidad, son los labios vaginales fusionados rellenos de tejido graso. Las hembras son más robustas y agresivas que los machos. No tienen una abertura vaginal, por lo que orinan, copulan y dan a luz a través de su clítoris. Por lo anterior, los naturalistas pensaban que la hiena moteada era hermafrodita. (Aristóteles desmintió el rumor, pero al parecer se refería a la hiena rayada (Hyaena hyaena); Hemingway lo repitió a principios del siglo veinte en su reportaje Green Hills of Africa). (Lea Colombia tiene nueva reserva de la biósfera, declarada por la Unesco, en Tribugá)
Por razones similares, otros animales también han confundido a sus observadores. La fosa (Cryptoprocta ferox: feroz ano oculto), el principal depredador de Madagascar, un bello pariente de la mangosta con pelaje entre rojo y dorado, es uno de estos. La hembra de este mamífero nace, como es usual, con un clítoris y una vulva. Hacia los siete meses, el clítoris crece hasta convertirse en una copia del pene del macho, hueso interno y espinas incluidas. Ese “pene” desaparece uno o dos años después cuando la hembra se vuelve sexualmente madura. En el Amazonas, la hembra del mono araña (del género Ateles) vuela sobre las copas de los árboles con un formidable clítoris colgando entre sus piernas. Este suele ser más grande que el pene del macho. El topo europeo (Talpa europaea) es aún más extraño: la hembra tiene genitales que son prácticamente indistinguibles de los del macho. Sus gónadas están compuestas por mitad de tejidos testiculares y mitad de tejidos ováricos. Pero el tamaño de los tejidos cambia, dependiendo de los requerimientos de la hembra. El tejido ovárico se expande para producir óvulos durante la temporada de apareamiento. Al terminar esta, el tejido testicular crece para producir hormonas que aumentan la agresividad y el tamaño del animal, lo que le ayuda a sobrevivir en su mundo de túneles y oscuridad (los topos no son ciegos, aunque sí tienen una visión muy pobre).
En su libro Bitch (Perra) –que ojalá una editorial traduzca pronto–, la zoóloga y documentalista británica Lucy Cooke aborda los casos de estos animales y muchas de las zonas grises de la naturaleza que los investigadores –consciente e inconscientemente– se han resistido a explorar. «Una mitología sexista ha sido incorporada en la biología, y esta distorsiona la forma en la que percibimos las hembras en los animales», escribe Cooke. «En el mundo natural, la forma y los roles de las hembras varían salvajemente para abarcar un fascinante espectro de anatomías y comportamientos». Las hienas, las fosas, los monos arañas y los topos nos sorprenden no sólo por sus genitales, sino también porque es poco común que la ciencia dirija su mirada a esos genitales, argumenta Cooke.
La ciencia no está desprovista de sesgos. Cooke muestra cómo el machismo y el pudor victoriano, a los que Darwin no pudo escapar, dictaminaron gran parte de la biología moderna. En la mayoría de los casos, los científicos se centraron en los falos y apartaron sus ojos de las innombrables vulvas; vieron y estudiaron supuestas monogamias o machos con sus harems antes de observar la inmoral precocidad sexual de las hembras; relegaron el orgasmo a una curiosidad de apenas unas especies; hallaron una inexistente línea clara que divide sexos en realidad fluidos y complejos; repararon en madres devotas y hembras pacíficas, ignorando la violencia y el poderío de algunas sociedades matriarcales (cf. los suricatos; más sobre ellos en dos semanas); y, como regla, dejaron la elección de pareja en manos de los machos, reforzando la idea de la hembra como ser pasivo y personaje secundario de la historia.
En su libro, Cooke narra sus visitas a algunas de las científicas –la mayoría, cómo no, son mujeres– que han logrado cambiar o que están cambiando esa visión del mundo, la misma que ha servido a incontables fanáticos para criticar ciertas transformaciones a partir de una apelación a la naturaleza (la premisa no dicha: “Todo lo natural es bueno”; la duda eterna: ¿y los cálculos renales, los virus, la enfermedad?). En la naturaleza, las hembras son madres y dependen de los machos, el sexo fuerte, para sobrevivir; sólo hay dos sexos, un animal es macho o es hembra; la monogamia es la regla; la agresividad y la fuerza son características de machos de todas las especies; la homosexualidad y la bisexualidad son aberraciones; los machos y las hembras están diseñados para reproducirse; el placer es un pecado, un hecho absurdo producto de un clítoris esotérico. Cooke demuestra que las anteriores generalizaciones son falsas. Hay un magnífico espectro en la naturaleza que incluye toda suerte de comportamientos y características producto de la evolución. Es una suerte que hoy la mirada se dirija con mayor frecuencia hacia esos lugares, que resultan anormales sólo para aquellos cortos de vista.
*Santiago Wills es un escritor y periodista bogotano. Ha sido tres veces ganador del Premio Simón Bolívar y finalista de varios premios internacionales de crónica. Su primera novela, Jaguar (Literatura Randomhouse 2022), fue semifinalista del Premio Herralde.
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