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* Periodista de la Biblioteca Nacional de Colombia.
Dos mares, cinco vertientes hidrográficas, 30 ríos principales, 1.277 lagunas y más de 1.000 ciénagas bañan la extensa superficie de Colombia. El agua es nuestra riqueza: dulce o salada, mantiene el equilibrio de los ecosistemas y posibilita la vida de más de 67.000 especies de fauna y flora. Es hogar, es alimento. Sin embargo, a pesar de tanta abundancia, el agua potable es escasa.
En 2023, personas de 148 municipios del país consumieron agua con inviabilidad sanitaria o que representó un riesgo para su salud, según el Índice de Riesgo de la Calidad del Agua para Consumo Humano. Y lo que ha pasado durante este año no es para menos: de acuerdo con el ministro de Minas y Energía, Andrés Camacho, hemos pasado los meses con mayores temperaturas y con menos lluvias de nuestra historia en cinco décadas.
¿Qué tienen que ver las bibliotecas públicas con el agua? Todo. En este territorio de 1′141.748 kilómetros cuadrados existen nodos culturales esenciales y, muchas veces, invisibles a los ojos.
Mediadoras, bibliotecarias y gestoras culturales se ocupan en diversos rincones del territorio colombiano por llamar la atención sobre la necesidad de cuidar el agua y la naturaleza en sus comunidades. A través de actividades, talleres, siembras, charlas y encuentros con niños, niñas, jóvenes y adultos, algunas de las bibliotecas adscritas a la Red Nacional de Bibliotecas Públicas - RNBP trabajan desde los municipios y la ruralidad por conservar, para el futuro, cuerpos de agua limpios y suficientes para calmar la sed de todos.
Presentamos cuatro historias de hombres y mujeres que, desde su lugar en las bibliotecas públicas del país, cuidan el agua y transmiten esta urgencia a la comunidad con acciones positivas.
El Río Cauca, un ser vivo que siente
Bocas del Palo (Jamundí, Valle del Cauca) es una comunidad ribereña liderada por mujeres, asentada junto al río Cauca. En una calle del corregimiento, a 30 minutos de Jamundí, está la Biblioteca Pública Etnocultural Adelina Vásquez, destacada por tener un enfoque diferencial, pues gran parte de sus materiales bibliográficos son de autores y autoras afrodescendientes.
Yury Alexandra Ramírez es la bibliotecaria desde hace cuatro años. Ella cuenta que el río “es un lugar espiritual, de recreación, de esparcimiento. Tenemos una relación cultural y natural con él”. Su comunidad ha creado vínculos con esta corriente caucana, que van desde la pesca artesanal hasta el disfrute de sus aguas.
Sin embargo, esta relación y la historia del río Cauca se ha visto afectada por la minería ilegal y por la violencia. Entre el 2000 y el 2004, dice un auto de la Jurisdicción Especial para la Paz - JEP, miles de cadáveres fueron lanzados al río. Se convirtió, entonces, en una fosa común y sus aguas se afectaron, así como las especies que lo habitan. Con estas consideraciones, el río fue declarado como sujeto de derechos en el 2019 y el año pasado fue reconocido como víctima del conflicto armado por la JEP.
Hoy, el río Cauca está contaminado, pero para la comunidad ningún esfuerzo es perdido. Yury explica: “Nosotros lo consideramos como un ser vivo más, que también siente. Por eso hay unas apuestas que nosotros tenemos para cuidarlo, protegerlo, porque hace parte de nuestra vida”.
Entre esas actividades de protección está ‘Tejiendo la atarraya en el río Cauca’, una serie de encuentros entre pescadores artesanales y la comunidad para transmitir los saberes sobre la pesca. “Lo hacemos al lado del río porque entendemos que él nos siente y nos escucha. Podemos transmitir el conocimiento a otras generaciones con otros sabedores y hacer procesos de concientización con lideresas de la comunidad”, cuenta Yury.
Otra de las actividades programada para el próximo agosto es el Festival Afroverano, cuya intención es convocar a la mayor cantidad de personas, con el apoyo de artistas locales alrededor de una serie de actividades en las que el río Cauca sea el protagonista. “Queremos decirles a los turistas que vengan a nuestro río, que tenemos pesca artesanal no deportiva”, aclara Yury. Además, el festival busca mostrar los humedales de la región y contar qué acciones se han implementado para su protección.
Ante las dificultades, resistencia y acciones afirmativas. Esta podría ser la filosofía que practican comunidades Negras, Afro, Raizales y Palenqueras, y que ha llevado al corregimiento de Bocas del Palo a entender la urgencia del cuidado de la naturaleza: “Se ha concientizado a la gente en espacios artísticos. Como comunidad, hemos dicho: es importante cuidar lo que nos rodea, empecemos a hacerlo”, concluye Yury.
El Charquito llega al mapa
Hace 11 años, la vereda El Charquito de Soacha (Cundinamarca) se veía como una mancha verde en Google Maps. A pesar de que toda una comunidad vive allí desde hace décadas, el municipio no aparecía en el mapa. Un grupo de pobladores, entre los que está Daniel Felipe Rodríguez, se organizó para hacer visible su territorio. Juntos crearon ‘Sembrando cultura’ con la intención de “que más ojos llegaran al territorio y que ayudaran a cuidarlo”, cuenta Daniel, quien ha liderado diversos procesos de arte y educación en su territorio.
Con tiempo y mucho trabajo colectivo, los miembros de ‘Sembrando cultura’ recuperaron la Biblioteca Joaquín Piñeros y el teatro del municipio. Desde ese entonces y hasta ahora trabajan por la recuperación del humedal El Charquito y por difundir conocimientos sobre los ecosistemas y la importancia de su preservación.
A esta labor comunitaria se sumó la creación de la Biblioteca Rural Itinerante Colibriteca en 2022. “Siempre habíamos desarrollado estrategias de lectura, creación de teatro y proyectos audiovisuales. En medio de esos procesos, la bibliotecóloga municipal nos invitó a presentar el proyecto”. El nombre fue propuesto por la comunidad y, luego de su creación, la Colibriteca se convirtió en un espacio de confluencia en el que se gestan proyectos colectivos en beneficio de todos.
Entre las acciones que han realizado está ‘Para moverse’, un taller para reconocer la ruta del agua del páramo Cruz Verde e integrarlo con una puesta en escena y maquillaje artístico. El objetivo fue mostrarles a niños y niñas “cuáles humedales existen y qué es un humedal, y así entender que el río no es el problema, sino la contaminación. Aunque el río está contaminado, no está muerto”, dice Daniel.
Por otro lado, la Colibriteca se unió con la escuela municipal y la Esquina de Memo para recuperar la memoria de las abuelas en un carnaval: “Representamos a personajes con títeres de espuma, como las lavanderas que iban al río a lavar, pero también a hablar. Cuando el río se contaminó se perdieron esas redes. Quisimos resaltarlas en el carnaval”, resalta Daniel. Esta actividad les permitió recoger testimonios en video y hacer fotos.
El trabajo de la Colibriteca y Sembrando Cultura está centrado en el arte, se preguntan cómo preservar la memoria y cuidar su entorno, al tiempo que trabajan en equipo con entidades como la Escuela de pensamiento. Tantos esfuerzos colectivos han dado frutos: El Charquito ya aparece en el mapa, rodeado por cuerpos de agua y verdes campos. Para esta comunidad, el agua es el origen de todo: “Si no existe el recurso, ningún otro proceso tiene sentido. ¿Qué hace el arte para recuperar el agua? ¿Le dejamos esa tarea solo a los ambientalistas? No, es una tarea de todas y de todos”, concluye Daniel.
Los guardianes de los manglares
Los manglares del Bajo Baudó (Chocó) son hogar de meros, tiburones, pianguas; también, de zarigüeyas, ranas, camaleones y una extensa flora, que incluye mangles, así como litorales rocosos y corales blandos. Justo en la desembocadura del río Baudó, que atraviesa el departamento, está Pilizá, un corregimiento de Pizarro, que convive con este ecosistema y procura su cuidado.
“El manglar da buena leña”, explica Nayeli Waitotó, bibliotecaria de la Biblioteca Rural Itinerante de Pilizá, llamada ‘Entre manglares’. Antes de que 314.562 hectáreas de esta región se declararan área protegida bajo el nombre ‘Encanto de los Manglares del Bajo Baudó’, la tala excesiva de estos árboles con fines comerciales provocó la pérdida de bosque, así como la disminución de algunas especies. Para fortuna de sus pobladores, en el 2019 se realizó la declaratoria de esta zona como Distrito de Manejo Integrado.
Sin embargo, esto no es suficiente. “Estamos en la desembocadura del río, entonces, toda la basura que tiran los municipios del Alto Baudó llega aquí”, explica Nayeli.
“El río Baudó es nuestro medio de transporte, nuestra fuente de economía. En él nadamos y las mujeres hacen sus quehaceres también. Es vital para nosotros”, dice Nayeli. Por eso, las estrategias para su cuidado son fundamentales.
Para enfrentar este panorama y dotar con herramientas de protección a las generaciones futuras, nació el grupo ‘Guardianes de los manglares’, conformado por niñas y niños de 6 a 12 años. “Con ellos se hacen los talleres sobre el cuidado del medioambiente”, explica Nayeli, la gestora cultural que encabeza el proyecto.
Los niños participan en jornadas de limpieza con el apoyo del Consejo Comunitario. La idea del proyecto, dice Nayeli, “es formar o educar a los más pequeñitos. Y que ellos sirvan como ejemplo para el resto de la sociedad”.
El agua es como la sangre que corre por las venas
La Biblioteca Rural Itinerante - La tulpa de saberes, ubicada en la vereda Tapialquer Bajo del municipio de Tangua (Nariño), nace con el cabildo indígena. Jaime Arley Guerrero Fajardo, mediador principal de la BRI, además de coordinador de una guardia indígena y secretario del Cabildo, cuenta que, a partir de este entrecruzamiento, la comunidad indígena del pueblo quillacinga ha trabajado para cuidar el agua y restaurar los ecosistemas con material vegetal nativo endémico.
“Desde la BRI se convocó a toda la comunidad, pero eran muy pocos los que asistían. Entonces, dije: voy a desplazar esto un poco más hacia la gente de la comunidad indígena”, explica Jaime. A partir de esa convocatoria, a la que atendieron indígenas y campesinos, comenzaron procesos para incentivar la restauración del medioambiente. “Por medio del cabildo, que tiene un poco más de peso, realizamos las solicitudes”, agrega Jaime. Así han logrado conseguir material vegetal de entidades gubernamentales y otro tipo de apoyos.
Este territorio se encuentra cerca del Parque Natural Regional Páramo de Las Ovejas - Tauso. En época de verano, hay quienes buscan expandir la frontera agrícola o ganadera con incendios. Provocan las quemas “por falsas creencias de que van a atraer la lluvia”, dice Jaime. A esta problemática, que ocasiona el deterioro de los suelos, se suma el mal ecoturismo. Grupos de personas abren senderos, caminos y trochas. El pisoteo del suelo no permite que de nuevo crezca material vegetal. Además, dejan basuras y “el páramo minado”, dice Jaime, refiriéndose a desechos humanos. Eso, por supuesto, también contamina.
Por esto sus acciones están encaminadas al cuidado del ecosistema y del agua. “Sin ella no hay vida, la tierra no produce, no hay generación de vida silvestre”, dice Jaime y agrega: “Para que este recurso siempre esté presente, hay que conservar el material vegetal de la zona, toda la fauna, todos los animalitos que sirven de jardineros”.
El poder de esta comunidad reside en el conocimiento sobre sus recursos naturales y la unión para la conservación del territorio.
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