Los soldados heridos durante su servicio que ahora bucean para proteger corales

Seis uniformados que viven con secuelas imborrables de la guerra estuvieron dos días buceando en las Islas del Rosario. Se certificaron como buzos autónomos, como embajadores de la protección de corales y dejaron más que claro que ninguna limitación física es excusa para la exclusión de actividad. Ni siquiera para bucear.

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María José Medellín
22 de noviembre de 2022 - 03:00 p. m.
José Manuel Martínez, Camilo Castellanos y Francisco Pedraza, durante la primera inmersión en aguas abiertas.
José Manuel Martínez, Camilo Castellanos y Francisco Pedraza, durante la primera inmersión en aguas abiertas.
Foto: Cortesía Andrés Obregón
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Antes de saltar del bote al agua, hay que asegurarse que todo esté en su lugar. El tanque abierto, la máscara puesta y las aletas ajustadas. Cuando Juan Carlos Sierra se sentó en el borde de la lancha para su inmersión, me acerqué para ayudarle a ajustar sus aletas. “¿La sientes bien? ¿Están bien puestas?”, pregunté. “No tengo ni idea. Ahí no siento nada”, contestó entre risas. Juan Carlos Sierra fue un intendente de la Policía que sufrió un grave accidente de tránsito en 2007, cuando patrullaba en las carreteras de la vía al Llano. Quedó en silla de ruedas y no tiene sensibilidad de las axilas hacia abajo. Aun así, se lanzó al agua para bucear. Sí. Para bucear.

Sierra y otros cinco hombres heridos en combate estuvieron dos días en Cartagena y las Islas del Rosario para lograr la certificación que los hace buzos autónomos. Es decir, que puedan moverse y respirar bajo el agua, a profundidades de hasta 18 metros, con la ayuda de un tanque. Euclides Feria Ávila, cabo segundo (r) de la Armada, tampoco tiene movilidad en sus piernas. Camilo Castellanos, teniente coronel, y Francisco Pedraza, sargento primero del Ejército, perdieron amabas piernas, el primero sobre la cintura y el segundo un poco más arriba de las rodillas. Los otros dos, el cabo segundo (r) de la Armada, José Manuel Martínez, y el capitán Alexander Tapasco, perdieron una pierna en accidentes de minas antipersonal.

Andrés Obregón, director de Diving Planet Cartagena, invitó a estos hombres a su centro de buceo de más de 25 años de experiencia. Allí, él y sus instructores se han preguntado cómo hacer de esta experiencia bajo el agua una actividad incluyente. Así, han llevado al fondo del mar a personas con síndrome de down, amputaciones de algún miembro o con algún tipo de discapacidad mental. En esta oportunidad, estos hombres heridos en combate o en actividades del servicio fueron también en preparación para los juegos Invictus, una competencia deportiva organizada por el príncipe Harry de Inglaterra, dedicada a veteranos de todo el mundo.

Daniela Correa, Rawer García, Jorge Herrera y Andrés Obregón no solo se encargaron de entrenarlos y graduarlos como buzos certificados, sino que también los convirtieron en embajadores de los corales. Ahora tienen la misión de ayudar a cuidar y proteger a estos animales que hoy se enfrentan a grandes amenazas como la acidificación y el aumento de temperatura de los océanos, los impactos del turismo desmedido, la contaminación del agua y nuevas enfermedades, como la enfermedad de pérdida de tejido coralino. Andrés Obregón lo explica así: “Tanto estos hombres como los corales están en una situación en la que enfrentan una reducida movilidad y, por eso, se encuentran en una situación de vulnerabilidad. Pero mientras los hombres han encontrado herramientas para seguir sus vidas, los corales no”.

En otras palabras, los corales no pueden moverse a lugares en donde tengan mejores condiciones. No pueden escapar del ancla que cae encima de ellos ni trasladarse a zonas con aguas más frías. Tampoco pueden mantener una distancia social para prevenir enfermedades. Sus mecanismos de adaptación no van a la misma velocidad a la que estamos alterando el ecosistema.

Su más reciente amenaza, la enfermedad de pérdida de tejido coralino, identificada por primera vez en Florida, Estados Unidos, ya se encontró también en Colombia. Y avanza a un ritmo alarmante en, al menos, siete puntos del Archipiélago de San Andrés y Providencia, acabando con colonias individuales y arrecifes en cuestión de semanas. “Las personas con discapacidad pueden ‘perder los tejidos’ y aun así demostrarnos a todos que han superado esas limitaciones. Los corales infectados pierden sus tejidos y, de paso, su vida”, puntualiza Obregón.

El ejercicio también permitió que estos seis hombres se acercaran a nuevas formas de explorar el mundo. “Para mí, todo en el agua se maneja de una manera distinta y las limitaciones en la tierra cambian el 100% debajo del mar. Es poder hacer de todo sin la prótesis. Me sentí mucho más cómodo. No sentí ni las peladuras, ni que se me dormía el muñón. Nada me tallaba y eso es como sentir todo el tiempo un zapato incómodo. Me sentí libre”, explica José Manuel Martínez, cabo segundo, que ahora entrena atletismo con una prótesis especial en lugar de su pierna izquierda, que perdió cuando pisó una mina en Palestina (Chocó) en enero de 2016, durante una operación para verificar un supuesto atentado en contra de un almirante de la Armada.

Por su parte, el sargento primero, Francisco Pedraza, comenta que ahora son más conscientes “de que convivimos con algo que se llama mar, algo majestuoso e inmenso, y que dentro de ese mar hay un ser vivo que hay que cuidar. Gracias a este buceo, pude compartir espacio con los corales y peces y esto me hizo entender que están en peligro, que debemos pensar qué tanto daño les estamos haciendo y también qué estamos haciendo para prevenirlo”. El militar retirado, que tras su salida del Ejército se volvió experto en temas de inclusión, agrega que “para nosotros, estar en el fondo del mar, más que una sensación placentera, es un hecho que es motivo de orgullo y honor porque hicimos algo que pensamos que nunca íbamos a poder hacer”.

Para Feria, conocer el mar “por debajo y no dejarlo en las olas y en la arena, sino en una vida acuática es inolvidable”. El soldado, que perdió la movilidad de ambas piernas durante una operación militar, resumió así su experiencia y la de sus compañeros: “Parecíamos niños chiquitos. Nos sentimos libres. Estábamos en un hábitat que no era el nuestro, pero nos sentimos más libres que nunca. Para mí tiene mucho significado porque nos recordó que debemos querer a la naturaleza”. Pero, sobre todo, concluyó Feria, “querer la vida”.

“Siempre hemos visto que algunas actividades son difíciles para nosotros y la gente se limita a decirnos: ‘No la pueden hacer’. Pero creo que aquí han ayudado a muchas personas con discapacidad a que hagan algo que en algún momento era imposible para nosotros o impensable. Eso se llama inclusión”, añade Pedraza. A su vez, el cabo segundo, Euclides Feria Ávila, atleta paralímpico y próximo estudiante de administración de empresas, no dudó en decir que su certificación como buzo ha sido “una de las experiencias más importantes” para su vida. “A pesar de que tengo destreza en el agua y soy nadador, bucear es algo único”.

Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.

Por María José Medellín

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