La comunidad que restaura la ciénaga más importante de Cartagena sembrando mangles

A través de la siembra de manglares, una comunidad del norte de Cartagena ayuda a restaurar la ciénaga más importante de la ciudad, que por décadas se ha ido deteriorando. Su ejercicio es, a su vez, una estrategia para permanecer en un territorio que es codiciado por proyectos turísticos y que deberían abandonar por orden de dos sentencias judiciales.

César Giraldo Zuluaga
19 de abril de 2025 - 01:00 p. m.
Los manglares son ecosistemas que funcionan como barrera natural ante tormentas o el aumento del nivel del mar.
Los manglares son ecosistemas que funcionan como barrera natural ante tormentas o el aumento del nivel del mar.
Foto: Gloria Esther Sánchez
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Villa Gloria, un corregimiento de La Boquilla, a 15 minutos del centro de Cartagena en carro, es un Consejo Comunitario particular: pese a que recibió este reconocimiento en 2008, no tiene tierras para administrar, pues las 29 hectáreas que lo conforman se encuentran en una disputa jurídica sobre la propiedad de esa área. Además, según los instrumentos de planificación de la ciudad y dos sentencias —una del Tribunal Administrativo de Bolívar, de 2014, y otra del Consejo de Estado, de 2017—, sus poco más de 1.000 habitantes deberían ser reubicados, debido a que enfrentan altos riesgos de inundación por vivir a las orillas de la ciénaga de la Virgen y Juan Polo, el humedal más importante de la capital de Bolívar.

Pese a esto, la Asociación de Mujeres Negras Rurales, compuesta por 50 habitantes del Consejo Comunitario, la mayoría de ellas mujeres, viene adelantando un proceso de restauración del manglar en esta ciénaga que, desde hace 80 años, recibe el 60 % de las aguas residuales sin tratar de la ciudad. En los cinco años que llevan en este ejercicio, estima Gloria Esther Sánchez, representante legal de la asociación y del Consejo Comunitario, han sembrado unas 35.000 plántulas de tres especies de mangle, con lo que han contribuido a la restauración de 15 hectáreas de este ecosistema marino costero.

A través de la siembra de manglar, las mujeres de Villa Gloria no solo esperan ayudar a restaurar un ecosistema degradado por la construcción de dos vías que lo atraviesan, entre otros problemas que aquejan a esta ciénaga, sino también para adaptarse al cambio climático que cada vez sienten con más intensidad. Con la plantación de mangle rojo (Rhizophora mangle), mangle negro (Avicennia germinans) y mangle amarillo (Laguncularia racemosa), sus habitantes también esperan hacerle frente a las presiones de los proyectos turísticos que los rodean e, incluso, aspiran que sirva para eludir las sentencias judiciales que obligan al distrito a reubicarlos.

De hecho, para un grupo de científicas que publicó recientemente un estudio en la revista académica The Journal of Peasant Studies, el caso de Villa Gloria ilustra, no solamente “la compleja relación entre las luchas por la tierra, la defensa territorial y la justicia climática” en un contexto de cambio climático, sino que también es un referente para los procesos de adaptación al cambio climático en las ciudades del país.

El desplazamiento de los afro en la “perla” del Caribe

Las primeras 25 familias que llegaron a lo que ahora se conoce como Villa Gloria, al norte de Cartagena, lo hicieron en marzo de 1993. Venían de otras partes de la Boquilla, el sur de Bolívar y del Magdalena Medio. No fue una coincidencia que llegaran a los bordes de la ciudad. Como recuerda Catalina Quiroga Manrique, antropóloga de la Universidad Nacional y quien adelanta un doctorado en el departamento de Geografía Humana en la Universidad de Lund (Suecia), desde la época colonial Cartagena se encargó de “expulsar” a las poblaciones negras a la periferia.

“Cartagena fue uno de los primeros puertos esclavistas para Sudamérica. La ciudad tenía una élite política en el centro y a los esclavos los mandaban a los bordes, que por lo general tenían mangle”, dice Quiroga. Por eso, en el reciente artículo que publicó junto a Diana Ojeda y Alejandro Camargo, señalan que los manglares son “geografías negras”. De ahí, dice la autora principal del estudio, habría que dar un salto hasta mediados del siglo XX, cuando la ciudad empezó a perfilarse como un destino turístico.

Este es un proceso que ha investigado el historiador Orlando Deavila Pertuz, Ph. D. en Historia de América Latina de la Universidad de Connecticut e investigador del Instituto Internacional de Estudios del Caribe de la Universidad de Cartagena. En su artículo ‘Los desterrados del paraíso: raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias’, el académico señala que “desde los años cincuenta, el turismo hizo del centro histórico, que años atrás fuera la sede de las principales actividades humanas de la ciudad, la columna vertebral del paraíso”, como se promocionaba turísticamente a Cartagena.

Debido a los esfuerzos de planificación urbanística y a una regulación creciente sobre el uso del centro histórico, continúa Deavila, se comenzó “a desalentar el acceso de los residentes locales, en particular de los sectores populares, a la centralidad de la urbe. Desde los años setenta, nuevas centralidades surgieron a lo largo de la ciudad, y los usos otrora contenidos en el centro histórico fueron relocalizados”. Esa relocalización, a la que hace referencia el historiador, sucedió con más fuerza en la periferia de Cartagena.

Si bien las comunidades que se asentaron en Villa Gloria lo hicieron siguiendo un proceso similar al descrito por Deavila, llegaron a un territorio con muchas complejidades. En primer lugar, porque el terreno en el que empezaron a construir fue rápidamente reclamado por la familia Haime, pues alegaban que hacía parte de la Hacienda los Morros. Mientras tanto, recuerda la lideresa Sánchez, su comunidad las demanda como tierras recuperadas por parte de los pescadores que llevan décadas usándolas.

Villa Gloria también se encuentra en una franja de tierra, que en su parte más ancha no supera los 400 metros, y que separa el mar Caribe de la Ciénaga de Juan Polo y la Virgen. Por esta ubicación, es un terreno propenso a las inundaciones, razón por la cual los planes de ordenación no lo consideran como apto para asentamientos humanos. Sin embargo, explica Sánchez, los pobladores se han habituado a los pulsos de inundación propios de un ecosistema marino costero.

Los problemas sobre Villa Gloria se acentuaron con la construcción de dos vías que pasan sobre la ciénaga e, incluso, sobre los manglares: la vía que conecta a Cartagena con Barranquilla y el viaducto del Gran Manglar, para el cual se talaron 1.158 árboles de mangle, autorizados por la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA).

Estos problemas, “como el vertimiento del alcantarillado de la ciudad, la construcción del anillo vial sobre el costado oriental de la ciénaga, la invasión y relleno de sus orillas, la disposición de residuos sólidos y el desvío de las fuentes de agua dulce”, señalaba un estudio del Instituto Humboldt y la Universidad Javeriana en 2015, “han contribuido de manera sustancial al deterioro progresivo de la Ciénaga”.

A pesar de que estas obras han perjudicado a la ciénaga de la Virgen y Juan Polo, la representante legal del Consejo Comunitario de Villa Gloria reconoce que los procesos de consulta previa que tuvieron que adelantarse para la construcción del viaducto, hacia la primera década de este siglo, fueron “la semilla” que dio inicio a su proceso ambiental. En los procesos de concertación con la concesión vial se contempló, por solicitud de las comunidades, que la compensación ambiental se hiciera con las poblaciones locales.

Aunque en Villa Gloria ya había plántulas de mangle, pues algunas habitantes las sembraban por iniciativa personal, Sánchez recuerda que este ejercicio escaló en gran medida por la compensación del viaducto. En ese entonces, recuerda, plantaron 10.001 plántulas en la Ciénaga de la Virgen y Juan Polo. Para ese proceso, vincularon a algunos de los pescadores del Consejo Comunitario, quienes hicieron las veces de guardianes de las plantas y monitoreaban su crecimiento.

Desde entonces, las mujeres de Villa Gloria se volcaron a los manglares, apunta Sánchez. Muestra de eso es que en la comunidad pasaron de tener un vivero, a tener cuatro. “Nos ha fortalecido mucho porque las mujeres también han cambiado, han podido mejorar su parte socioeconómica y sus casas. El tema ambiental se volvió de mucha relevancia para nosotros, hacemos educación ambiental, vamos a los colegios a hablar de la importancia de los manglares, porque somos un pueblo de pescadores. Si acabamos el mangle, acabamos la soberanía”, sentencia la lideresa.

La “reaparición” de Serena del Mar

En 2015, en la parte norte de Cartagena y a unos kilómetros de Villa Gloria, comenzó la construcción de un gran proyecto urbanístico conocido como Serena del Mar. A lo largo de 1.000 hectáreas, busca construir 4.000 casas de lujo, varios hoteles, un campo de golf, una sede de la Universidad de los Andes y un hospital privado. Cientos de casas, así como la sede universitaria y el hospital ya fueron entregados, mientras que parte del proyecto se sigue construyendo. Serena del Mar se levanta en terrenos que hacen parte de la Hacienda los Morros, la misma que reclama como propios los terrenos de Villa Gloria.

Desde hace unos años, Serena del Mar, como parte de la compensación ambiental que debe hacer, empezó a restaurar con mangles en la zona norte de la Ciénaga de la Virgen. Parte de ese proceso se adelanta con la comunidad de Villa Gloria. Sin embargo, Quiroga califica la relación entre el Consejo Comunitario de Villa Gloria y la Fundación de Serena del Mar como “ambivalente”.

Si bien, como señala Sánchez, gracias a la Fundación han fortalecido su proceso de siembra de manglares, al tiempo que miembros de la comunidad han podido acceder a educación superior y se ha puesto a disposición el hospital para que reciban atención médica, “el complejo es un recordatorio constante de los intereses económicos privados en sus tierras”, dice la antropóloga.

Para Quiroga, así como para Deavila, quien en 2022 publicó un capítulo, junto a la geógrafa Mónica Hernández, sobre la lucha de los boquilleros, es claro que “el objetivo de la Fundación Serena del Mar y de otros proyectos turísticos similares se encamina a remover a las comunidades de los espacios que habitan y ofrecerle empleos asociados a la atención turística, servicios de construcción o aseo”.

Carolina Bejarano Martínez, una abogada que adelantó su tesis de doctorado en Derecho en la Universidad de los Andes, en la que analizó el caso de Villa Gloria y Serena del Mar, lo explica de la siguiente manera: al analizar el mapa del proyecto urbanístico, se puede evidenciar que el hotel más lujoso dice que tendrá salida a tres playas; una de esas, la de Villa Gloria. “Con estos casos —agrega Bejarano— es posible proponer la hipótesis de que aquello que el Consejo de Estado llama protección del interés público y protección del medio ambiente, en realidad es la protección de unos espacios privilegiados para el turismo”, haciendo referencia a la sentencia de 2017.

Entre tanto, las mujeres de Villa Gloria han encontrado en los manglares una estrategia, no solo para aumentar sus ingresos económicos a través de la venta de plántulas, sino también para fortalecer su comunidad y para reclamar su estadía en esa zona. “Con cada acción que nosotros hagamos estamos fortaleciendo nuestro territorio”, resume Sánchez. Hasta la fecha, la Asociación de Mujeres Negras Rurales ha sembrado más de 35.000 plántulas de tres especies de mangles, con lo que han contribuido a la restauración de más de 15 hectáreas del norte de la Ciénaga de la Virgen y Juan Polo.

Por su parte, Quiroga opina que la relación entre Villa Gloria y Serena del Mar, sirve como un claro ejemplo de que “si queremos hablar de justicia climática y meter proyectos de cambio climático en ciudades o en zonas rurales que incluyan a la gente, pues también hay que hablar de la defensa del territorio, de la gente que cuida estos espacios y de todo el trabajo que está detrás de la restauración y el cuidado de los bosques”.

Esto es clave, a los ojos de la geógrafa, pues hay varias diferencias entre los procesos de cambio climático que se realizan con las comunidades locales y aquellos que no las tienen en cuenta. “Una diferencia clave, es que lo que están haciendo en Villa Gloria es una forma de restauración asociada también a la geografía, a sus formas de vida, a su vida cotidiana. Mientras que otros procesos de restauración son procesos sin gente que tienden a desaparecer o a no ser monitoreados”.

Para Quiroga, también es importante que las empresas, como Serena del Mar, sean conscientes de las complejidades que tienen algunas de las comunidades con las que trabajan. “Si nosotros no pensamos los proyectos de cambio climático con la gente, que además están anclados a procesos de defensa de territorio, lo único que estamos haciendo es metiéndole el dedo a la llaga del despojo”.

Por eso, agrega la geógrafa, es clave “anclar la historia de la tenencia de la tierra y las disputas por la tierra con los proyectos que llegan. Solo si se soluciona el acceso a la tierra, hay justicia climática”.

A pesar de las sentencias judiciales que ordenan la reubicación de Villa Gloria, su representante legal espera un futuro en el que su comunidad sigue ocupando las 29 hectáreas que llevan décadas reclamando. Su estrategia para quedarse ya no solo recae en los manglares que siembran, sino en opciones de turismo comunitario que esperan echar a andar en los próximos meses.

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Lucila Castro de Sanchez(60806)19 de abril de 2025 - 01:40 p. m.
Quê tal el papel de los Andes,el ecosistema se sacrifica por la ambiciôn de los poderosos!!!
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