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Venezuela ya no tiene glaciares: así los despidieron en sus últimos años

El primer país de los Andes en perder todos sus glaciares fue Venezuela. Para decirles adiós, un grupo de científicos ha dedicado más de cincuenta años a reconstruir su historia y a recordar la importancia de haber tenido una montaña entera cubierta de hielo.

Andrés Mauricio Díaz Páez
01 de abril de 2025 - 05:24 p. m.
La Sierra Nevada de Mérida en 2013, pocos años antes de perder sus últimos glaciares. En esta fotografía, tomada a 4.500 metros de altitud, se aprecia una de sus montañas ya sin hielo glaciar.
La Sierra Nevada de Mérida en 2013, pocos años antes de perder sus últimos glaciares. En esta fotografía, tomada a 4.500 metros de altitud, se aprecia una de sus montañas ya sin hielo glaciar.
Foto: Getty Images
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Una persona que nazca hoy en Mérida, Venezuela, no podrá ver hacia las montañas para entender por qué la llaman la ciudad de las nieves eternas. Tendrán que contarle que alguna vez, cuando miraban hacia el oriente, la Sierra Nevada estaba cubierta por miles de años de historia sobre los que se deslizaban esquiadores y de donde salía el hielo para los helados que vendían en el mercado. Que allá en donde hoy solo se ve piedra, alguna vez hubo glaciar.

Hace cientos de años, esa misma sierra fue un solo bloque de hielo que retrocedió lentamente, hasta convertirse en más de 10 picos separados cubiertos de nieve. El último en desaparecer fue el glaciar Humboldt o La Corona, de 4.942 metros sobre el nivel del mar, el segundo punto más alto de Venezuela. En mayo de 2024, un reporte de la Iniciativa Internacional sobre el Clima Criosférico (ICCI) dio la noticia: queda tan poco hielo que ya no puede llamarse glaciar.

Si las historias no fueran suficientes para que las nuevas generaciones sepan sobre las nieves eternas, podrían mostrarles que el naturalista alemán Ferdinand Bellermann pintó en 1844 una acuarela de su casa en Mérida, en la que se aprecian al fondo las montañas de blanco. O el retrato de Simón Bolívar y su ejército rodeados de nieve en el Collado del Cóndor, uno de los picos de la Sierra, que hizo el pintor venezolano Tito Salas. Y si con esto no basta, podrán recorrer las montañas de la Sierra Nevada para ver los rastros que el hielo dejó a su paso.

Venezuela fue el primer país del trópico americano en quedarse sin glaciares, pero no será el último. Le seguirán otros como Bolivia, Ecuador y Colombia, que para finales de este siglo correrán la misma suerte. En la Universidad de los Andes, Mérida, y el Instituto Pedagógico de Caracas (UPEL), un grupo de científicos dedicó los últimos cincuenta años a buscar una manera de decirles adiós reconstruyendo su historia.

Los rastros de un glaciar

Han pasado 20.000 años desde el Último Máximo Glaciar, la última vez en que el hielo, en lugar de retroceder, avanzaba y cubría gran parte del planeta. Desde entonces, esa cobertura se ha derretido lentamente, especialmente en los trópicos, los lugares del mundo con promedios de temperatura anual más altos, caracterizados por su cercanía a la línea del Ecuador.

La pérdida de los glaciares venezolanos ha sido cada vez más rápida, por lo menos, desde 1970. “Nosotros sabemos, porque lo hemos medido, que desde ese año el retroceso glaciar está ocurriendo a una velocidad mucho mayor”, explica Alejandra Melfo, PhD en astrofísica y parte del grupo de investigadores dedicado a estudiar la ecología del último glaciar de Venezuela.

El cambio climático, generado principalmente por las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), está provocando un aumento acelerado en el promedio de temperatura mundial. Venezuela ha visto desaparecer una a una las cumbres blancas de su Sierra Nevada, uno de sus complejos glaciares, en los últimos 70 años. Algunos aún conservan algo de hielo, como el pico Humboldt, pero son tan pequeños que ya no pueden considerarse glaciares. “Si no fuera por el cambio climático, podrían pasar otros miles de años antes de que desaparecieran”, dice Melfo.

Los glaciares tropicales se formaron después de nevadas que se extendieron “durante años, luego cientos de años y luego miles de años. Se acumula tanta nieve, que se compacta por su propio peso. Se cristaliza y se convierte en hielo glaciar”, señala la científica. Un glaciar como el de la Sierra Nevada de El Cocuy, el más grande de Colombia, puede contener cientos de millones de toneladas de hielo.

Ese hielo se mueve. “En Venezuela, hay lugares en los que podemos hablar de que los glaciares se desplazaron hasta los 2.800 metros sobre el nivel del mar. Ese hielo ya no está, pero sabemos que estuvo allí”, relata Maximiliano Bezada, geólogo glaciar venezolano y profesor del Departamento de Ciencias de la Tierra del Instituto Pedagógico de Caracas. Cuando se compactan y acumulan toneladas de peso, las capas de hielo ejercen presión una sobre otra, haciendo que el glaciar fluya como si se tratara de un río que desciende lentamente moldeando la montaña.

El rastro que deja el glaciar, aunque el hielo se haya derretido cientos de años atrás, es evidente para un científico como Bezada. Por ejemplo, cuando se mira hacia un valle formado por un río, como el cañón del Chicamocha, en Santander, las montañas forman una especie de “v”, en donde la parte más baja muestra el camino que traza el agua. Algo diferente ocurre con el glaciar. “El hielo, que se desplaza por la gravedad, hace como una escultura sobre las rocas que están en su base y se acumula hacia los lados, dándole al valle la forma de una ‘u’”, detalla el geólogo.

Otros rastros del hielo son las estrías en las rocas o las pequeñas lagunas que, vistas desde arriba, parecen encadenadas unas con otras “asemejando las cuentas de un rosario”, como escribió Bezada en el libro Se van los glaciares, publicado en 2017 junto a Melfo y otras investigadoras. Allí recopilaron décadas de estudio de los de los glaciares venezolanos, que pudieron estudiarse mejor en sus últimos años gracias a los avances tecnológicos. Sin embargo, para reconstruir su pasado fue necesario recurrir al arte y a las historias que se cuentan en Mérida.

Reconstruir el pasado

Estudiar los glaciares a partir de la década del 60 del siglo pasado, cuando empezaron a ubicarse en órbita los primeros satélites que tomaban imágenes de la Tierra, ha hecho más fácil rastrear el deshielo. “Pero, ¿qué pasaba antes de eso? Todavía no teníamos satélites, entonces tuvimos que recurrir a fotografías antiguas y a los testimonios de la gente”, recuerda Melfo.

Fue así como, para el libro Se van los glaciares, la periodista científica Argelia Ferrer encontró las imágenes del primer campeonato de esquí en Venezuela, que se realizó en 1958, o la acuarela pintada en 1844 por Bellermann, el naturalista alemán mencionado al principio de este texto. También el artículo escrito por Tulio Febres en 1890, en el que escribió sobre la pérdida de glaciares que ya se vivía hace más de 130 años. “De tiempo atrás se dice que la nieve de la Sierra va en disminución, y los vecinos de mayor edad señalan con tristeza los sitios donde la nieve ha desaparecido por completo. La disminución es lenta pero desgraciadamente cierta”, dice un fragmento.

Conseguir referencias a los glaciares unos siglos más atrás es una tarea difícil. “En la Edad Media, en el siglo XIV, era un tabú. Los glaciares eran considerados cosas del demonio”, relata Bezada. Incluso, es difícil encontrar registros de montañistas que los hayan subido, algo que cambió entre los siglos XVII y XIX. “Los primeros exploradores siempre fueron acompañados de un pintor retratista que pintaba todos estos paisajes. Las primeras imágenes que tenemos de los glaciares de Venezuela se las debemos a Anton Goering, un dibujante que llegó al país hacia 1860”, añade el investigador.

Uniendo todas estas piezas, los científicos han logrado estimar que hacia mediados del siglo XIX había unos 200 km² de hielo cubriendo la Sierra Nevada de Mérida. “Ya para 1910-1911 los mapas elaborados por Alfredo Jahn permiten estimar una cobertura de apenas unos 10 km², mientras que, en 1952, el científico Carlos Schubert se vale de fotografías aéreas para establecer una extensión de 2,9 km² (con 10 glaciares remanentes en la Sierra Nevada)”, escribió Bezada en el libro.

Entre 2009 y 2011, el geólogo recorrió el pico Humboldt, el último glaciar de Venezuela, junto al investigador Carsten Braun. Con un GPS realizaron mediciones en su recorrido, que luego compararon con imágenes satelitales para comprobar lo que se hacía evidente a la vista: ya solo quedaba 0,1 km² de hielo. Pocos años más tarde, el Humboldt dejó de considerarse un glaciar y Mérida tuvo que despedirse de ser la ciudad de las nieves eternas.

Despedir a los glaciares

El hielo es como un almanaque que registra cronológicamente la historia de las variaciones del clima. Por ejemplo, dice Bezada, en un bloque de hielo glaciar puede haber burbujas de aire que se almacenaron hace miles de años y que aún conservan las características químicas de la época, lo que permite a los científicos aproximarse a conocer cómo era el mundo entonces. Por eso, la mejor forma de despedir a los glaciares de Venezuela “ya no se hizo, ya es tarde”, añade el científico, pues había que investigarlos antes de que desapareciera la historia que contenían.

Pero, esa no era la única manera de despedirlos. Para encontrar la forma de hacerlo, la investigadora Alejandra Melfo pide hacer una distinción. Por una parte, los glaciares que inevitablemente se irán, como los que hubo en Venezuela y los que quedan en Colombia, a los que debemos darles un “buen morir”.

En ese caso, afirma Bezada, “la mejor forma que nos queda es divulgar. Dentro de 20 años, los muchachos que están naciendo ahora ni se enterarán de que hubo glaciares. Hay que decirles que existieron, cuántos tuvimos, cómo se formaron”. Para eso hicieron Se van los glaciares, un texto de divulgación científica hecho para que niños y adolescentes sepan que hubo glaciares, pero también por qué desaparecieron tan pronto y qué pudimos hacer para decirles adiós.

Con esa misma intención se escribió Despedir a los glaciares, una canción compuesta por Jorge Drexler y Alejandra Melfo. Su letra se inspiró en el prólogo de Se van los glaciares y nos invita a celebrar la belleza de los miles de años que contuvo el hielo, pero que ahora se irán “hacia otras vidas”.

Pero, hay otro tipo de glaciares que todavía no deberíamos dejar ir. “Tenemos los glaciares de la Patagonia, en Argentina, o los de la Cordillera Blanca, en Perú. Despedirlos es un camino de resignación que no deberíamos tomar”, señala Melfo. Todavía nos queda la oportunidad de ponerle un freno al acelerado aumento de temperatura impulsado por la actividad humana. No hacerlo, concluye la investigadora, sería una catástrofe.

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Andrés Mauricio Díaz Páez

Por Andrés Mauricio Díaz Páez

Periodista y politólogo. Productor de pódcast. Apasionado por la construcción de paz, la ciencia y los animales.diazporlanocheamdiaz@elespectador.com
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