Yo viví y crecí en el campo. Hacia 1990, cuando empecé a adquirir memoria de mis acciones, vivíamos con la familia en el Centro Fátima, una finca de 28 hectáreas conocida en el país como experiencia pionera de conservación del bosque húmedo tropical. Desde las gradas de la casa miraba a menudo junto a mi hermana las famosas “montañas azules”, bautizadas así por mi padre por aquella coloración peculiar y que, décadas más tarde, durante mi periodo universitario en la carrera como biólogo de campo, denominaríamos como los Andes subtropicales, correspondientes al Bosque Protector Abitahua del Corredor Ecológico Llanganates Sanday, una área de transición (ecotono) que conecta las vertientes orientales de los Andes ecuatorianos con las tierras bajas de la Amazonía.
Una cantidad de historias y leyendas se contaban en la casa sobre estos míticos montes, a los que muchos han intentado acceder guiados por las fábulas de tesoros pre y post incásicos, así como de su fauna y flora salvajes. Pero hacia esa época, y en mi simple entendimiento de joven, pocas personas habían explorado, o al menos me habían contado.
Con el paso de los años varios biólogos o investigadores se sumaron a las legiones históricas de expedicionarios que se internaron en sus selvas para descubrir una de las mayores biodiversidades del planeta. Se trata de una zona cuyas características biogeográficas han dado lugar a gran una variedad de tipos de hábitat y microclimas con una altísima biodiversidad y endemismo de especies, así como abundantes cuerpos de agua: vertientes, riachuelos y ríos que descienden a través de las estribaciones.
Por esta razón la zona es considerada actualmente como un hotspot o “sitio caliente” de la biodiversidad, uno de los cinco de este tipo que existen en el Ecuador junto a las islas Galápagos, el Choro ecuatorial, las lagunas del Cuyabeno y el Parque Nacional Yasuní. Además de ser declarada en el 2002 como un “Regalo para la Tierra” por la WWF, el máximo galardón que esta organización otorga a la naturaleza.
Las misteriosas montañas azules de mi infancia resultaron ser un tesoro de biodiversidad para el mundo entero.
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Una relación intrínseca
Crecí y aprendí sobre el cuidado de la naturaleza gracias a un programa piloto - el Centro Experimental Fátima- de conservación de la fauna amazónica de la Organización de Pueblos Indígenas de Pastaza OPIP, que es al mismo tiempo mi organización de base, hoy Pastaza Kikin Kichwa Runakuna PAKKIRU, con más de 180 comunidades de base y 13 asociaciones, comunas y pueblos que lo integran.
Tras la histórica marcha Allpamanda, Kakwsaymanda, Jatarishun, liderada en ese entonces por la OPIP, en el año 1992 se logró la legalización de más de 1 millón de hectáreas de bosque húmedo tropical que comprende, no solo las cordilleras montañosas del Abitahua y Llangantes, sino las grandes llanuras de las selvas bajas que han sido habitadas históricamente por hombres y mujeres de la nacionalidad Kichwa de Pastaza.
Crecí rodeado de estas historias y experiencias organizativas, imbuido por el espíritu de la lucha colectiva de los Runakuna (hombres y mujeres de la selva), para quienes resulta evidente esta relación intrínseca entre los pobladores de la selva y su entorno natural.
Para los Kichwas y en general todas las nacionalidades indígenas, existe una relación intrínseca con el agua. No solamente para suplir sus necesidades básicas. Existe una relación espiritual íntima ya que, de acuerdo a nuestra cosmovisión, en los ecosistemas acuáticos habitan seres inmateriales, espíritus, dioses, supais (seres inmateriales y espírtus del bosque) y otros.
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Una cuestión de vida o muerte
Las cabeceras y vertientes de un sinnúmero de ríos en la cabecera cantonal de Mera se han convertido además en una fuente de ingresos sostenibles para la población local, que pervive en este rincón amazónico gracias a que, por su transparencia y limpieza, sus aguas son buscadas por turistas nacionales y extranjeros, que no encuentran entornos tan puros en otros rincones de la región.
Los ingresos que los emprendimientos ecoturísticos generan para las familias de la localidad son muy valorados, y esto hace que la apropiación y el arraigo hacia la conservación de ríos y bosques sea muy firme y vigente en toda la población local. Para los hombres y mujeres del monte, sean indígenas o campesinos, siempre fue habitual recorrer estos rincones selváticos y el conocimiento profundo que poseen de estos territorios es tal, que su relación con el agua y los ríos, el bosque y las quebradas es muy poderosa.
Esto afianza el espíritu de defensa y de lucha para evitar que cualquier fenómeno ajeno a la ideocultura local afecte o amenace la conservación de las cabeceras de estos ríos. En ellos hemos crecido, aprendido a nadar, conocido sus senderos y aprendido a dominar la orientación en la selva.
Entonces, para nosotros luchar para que las montañas azules se mantengan vivas y libres de explotación petrolera, minera o hidroeléctrica es una cuestión de vida o muerte.
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Las petroleras amenazan este rincón biodiverso
Pero esta vasta riqueza y tesoro de biodiversidad esconde en su subsuelo un recurso codiciado por fuerzas poderosísimas: el petróleo. Así, en noviembre del 2014, la Secretaria de Hidrocarburos del Ecuador lanzo la Ronda Licitatoria para la adjudicación de bloques petroleros en el Suroriente amazónico, y asignó el Bloque 28 al CONSORCIO BLOQUE 28 autorizando la exploración y explotación de 175.250 hectáreas El consorcio está conformado por las empresas estatales Petroamazonas EP (Ecuador, 51%) Belorusneft (Bielorrusia, 7%); y la privada Enap Sipetrol (Chile, 42%). Este consorcio ha emprendido operaciones exploratorias en la cuenca del Río Anzu, generando dudas y amenazas en las poblaciones locales, directamente afectadas con la posible construcción de proyectos extractivos.
Se calcula una inversión de entre 25 y 30 millones de dólares para exploración, con una inversión de 375 millones de dólares para la explotación, puesto que se calculan reservas de entre 30 y 50 millones de barriles de petróleo en una superficie de 175.250 hectáreas, de las cuales el 97% se encuentra en la provincia de Pastaza.
Esto afecta directamente los territorios indígenas de la Nacionalidad Kichwa de Pastaza con más de 73 asentamientos indígenas, así como a 43 comunidades campesinas que de igual manera mantienen una relación intrínseca con la naturaleza. El recurso hídrico es el más afectado, principalmente las cabeceras de las cuencas de los ríos Napo y Pastaza, las subcuencas de los ríos Anzu, Arajuno y Bobonaza y las microcuencas de múltiples ríos, impactando directamente a nuestros territorios.
Nosotros nos proveemos de agua para el consumo diario y necesidades de nuestros hijos, peces para nuestra alimentación, y el agua (o Yaku) es la esencia de toda la trama espiritual y energética construida entre los Puyurunas o los Runakunas, y el Yaku alimenta nuestra mitología y los patrones mágicos y culturales con los cuales hemos crecido desde niños.
Fluye como el agua: las organizaciones, en pie de llucha frente al Bloque 28
Actualmente, representantes de la empresa petrolera estatal Petroamazonas se encuentran realizando procesos de supuesta socialización sobre el Bloque 28, llegando con ofrecimientos de desarrollo y con dadivas a las distintas comunidades. No les importa la realidad de las comunidades y el tejido social cultural existente con el entorno natural que nos rodea en la Amazonía, y especialmente en las montañas altas del Pastaza.
Por esto, las fuerzas vivas de la provincia de Pastaza se encuentran en estado de alerta: pueblos indígenas, campesinos, mestizos, operadores turísticos, todos nos hemos activado en defensa del agua y de la vida con el lema: “Fluye como el agua, no al bloque 28”
Entonces, nuestra población emite un manifiesto que declara que los recursos hídricos y naturales no son negociables con ninguna empresa petrolera. Somos defensores del agua y de nuestras tierras nacen las principales cuencas hídricas que alimentan el gran Río Amazonas: la defenderemos hasta las últimas consecuencias.
En toda la provincia, desde las organizaciones de base, hemos realizado grandes asambleas durante el año 2019 en las que emitimos resoluciones consensuadas ratificando la posición de lucha contra la explotación petrolera. Este es el caso de las declaratorias del Pueblo Ancestral Río Anzu, Comuna San Jacinto del Pindo y Pueblo Originario Kichwa de Santa Clara, filiales de la Nacionalidad Kichwa de Pastaza, que al mismo tiempo impulsa una propuesta por proteger la Selva Viviente o Kawsak Sacha como patrimonio de vida para las actuales y futuras generaciones.
Esta es una propuesta alternativa para avanzar hacia una etapa post-extractiva en la que se privilegie el agua y la naturaleza por encima de los grandes intereses económicos, la vida por encima de los negocios de las compañías petroleras, nacionales y transnacionales.
Estamos determinados a mostrar al mundo las bondades de esta zona biodiversa y los perjuicios que se presentarán en caso de dar paso a procesos de extracción hidrocarburífera en la zona, que destruirán el agua y la vida de nuestras montañas azules. Queremos generar conciencia desde todos los rincones del mundo: que se escuche la voz de las comunidades que han decidido decirle NO a la explotación petrolera.
*Andrés Tapia hace parte del equipo de comunicación de la Confeniae – Lanceros Digitales.
Esta historia es parte de la serie ‘Destellos del Amazonas’, producida en la Amazonía por democraciaAbierta. En Ecuador participó el equipo de CONFENIAE junto a periodistas indígenas de Lanceros Digitales. La serie está apoyada por el Rainforest Jounalism Fund del Pulitzer Center. Agradecemos los testimonios y material gráfico aportados por miembros de las comunidades retratadas en esta historia, quienes permanecen aislados por causa de la covid-19.