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Campaña contra el pitillo, un compromiso también de los restaurantes

A través de redes sociales se están promoviendo en Colombia varias iniciativas para reducir el uso del plástico. El Ministerio de Ambiente anunció la regulación de las bolsas plásticas.

Iván Hurtado / Loqueimporta.co
24 de mayo de 2016 - 08:36 p. m.

Para que iniciativas como #SinPitilloPorfa funcionen, es necesario que los restaurantes asuman un compromiso de verdad, y no esperen que el trabajo lo hagan, únicamente, los comensales. (Lea: Colombia regulará el uso de bolsas de plástico)

El famoso discurso que David Foster Wallace dictó en 2005 en el Kenyon College es una de las mejores advertencias que conozco en contra del piloto automático. Es decir, contra pensar lo primero que se nos viene a la cabeza, que por lo general tiene que ver exclusivamente con nosotros mismos. Contra creer que somos el centro del universo.

Vivir en piloto automático significa vivir sin detenernos a pensar las cosas o a considerarlas de otra manera. ‘Esto es agua’ comienza así: “Dos peces jóvenes están nadando y de pronto se cruzan con un pez mayor que nada en la dirección contraria, quien les hace un gesto con la cabeza y les dice: ‘Buenos días, chicos. ¿Qué tal está el agua?’. Los dos peces siguen nadando, y finalmente uno de ellos se voltea hacia el otro y dice: ‘¿Qué carajos es el agua?’”. La idea de la historia, advierte Wallace, es una banalidad: que las realidades más importantes y obvias son las más difíciles de observar, de verbalizar. Lo dice porque el punto de su discurso es que tenemos la capacidad de enfocar la mirada, de decidir a qué le damos importancia.

Supongamos por un momento que los tres peces de la historia se cruzan de nuevo hoy, once años después de la lectura del discurso, y que el mayor de los peces repite su pregunta a los otros dos, ya no tan jóvenes y sí un poco mejor informados. Ya saben, por ejemplo, qué carajos es el agua. Su respuesta sería sencilla: “Contaminada”. Una respuesta más larga hablaría de enormes masas de plástico, tan grandes como países enteros, de basura y de peligros antes desconocidos. Lo cierto, en cualquier caso, es que los peces de hace once años, jóvenes y viejos, difícilmente habrían sobrevivido a esa basura.

Según datos de Plastic Oceans, cada año se producen en el mundo 300 millones de toneladas de plástico, “el equivalente al peso de todos los adultos en el mundo”. El plástico es especialmente nocivo por dos motivos: no se descompone y casi no se recicla. Dianna Cohen, cofundadora de Plastic Pollution Coalition, dice en una charla de TED que cuando habló con algunas personas que estaban estudiando las grandes masas de basura en los océanos se dio cuenta de que limpiar el plástico sería una gota muy pequeña comparada con las grandes cantidades que se producen a diario en el mundo, y que lo que había que hacer era detener el chorro. Esto en realidad lo pudo haber dicho cualquiera, y si lo menciono es por una razón más: Cohen es artista plástica, y dice que al ver cómo sus obras hechas en plástico se habían descompuesto encontró que el material simplemente se había convertido en trozos más pequeños. Una vez creado, el plástico es plástico, a pesar del paso del tiempo, implacable con otros materiales.

Hace poco, el Ministerio de Ambiente y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) anunciaron su campaña “Reembólsale al planeta”, con la que buscan erradicar las bolsas de plástico de menos de 30 x 30 centímetros y reducir en general el uso de unas bolsas muchas veces innecesarias. Los cálculos del ministro Gabriel Vallejo se encuentran en las noticias relacionadas: dice que los colombianos usamos en promedio seis de estas bolsas a la semana, lo que equivale a 312 bolsas al año. Es decir, mucho plástico. Mucha basura. Mucha contaminación. Las bolsas tienen una utilidad muy breve y un impacto contaminante perenne. Bien por esta iniciativa.

¿Qué pasa, entonces, con otros plásticos? Hay uno que me interesa en particular, porque lo encuentro especialmente inútil: el pitillo, una herramienta que se inventó para ahorrarnos el esfuerzo de levantar el vaso hasta la boca y tomar poniendo los labios contra el recipiente. Soy injusto: el pitillo a veces es necesario. Se inventó con buenos motivos (para filtrar las bebidas) y es su uso en piloto automático el que lo ha llevado a extremos ridículos. Pero entiendo que una buena malteada lo exija, un jugo generoso y espeso. Son casos puntuales, de cualquier modo: excepciones. En la mayoría de los casos, los pitillos sobran, y pronto se tratan como lo que son: sobras. Que su uso es más higiénico, podrían decir: como si en los restaurantes no se lavara la loza y los cubiertos también fueran plásticos.

El 16 de mayo Crepes & Waffles publicó en su página de Facebook una imagen, similar a los individuales de papel de sus restaurantes, donde se muestran muchos pitillos con la identidad gráfica de la cadena y la leyenda: “Tu cambio de conciencia transforma y cuida. ¡Comparte este post con: #SinPitilloPorfa si tu decides no utilizar el pitillo!”. Este es un gran avance, teniendo en cuenta que lo primero que hace la cadena en sus muchos restaurantes es traer un pitillo, envuelto en papel, con la bebida. Un usuario, Andrés Ochoa, respondió a ese mismo post de forma breve y contundente: “Pero ustedes siguen entregando pitillo con las bebidas. ¡Mas acción, menos Facebook!”, decía. La respuesta del gestor de redes sociales de la empresa es reveladora: “Hola Andrés, el cambio de conciencia empieza en cada uno, nuestras niñas siguen ofreciendo el pitillo y cada persona tiene la decisión de usarlo o no. Cada día esperamos que más personas se unan y nos digan #SinPitilloPorfa. ¡Feliz día y muchas gracias por compartir tu opinión con nosotros!”: el equivalente a decir que quieren llevarse todos los aplausos sin hacer ningún esfuerzo. Esta es una forma efectiva de no comprometerse pero mantener la conciencia tranquila; equivale, más o menos, a decir: nosotros cumplimos con hacer la campaña bienintencionada, pero depende de los demás hacer el cambio. La de esperar que los demás hagan el cambio es una actitud muy común: es el piloto automático.

En Soho, en Londres, una iniciativa busca que varios restaurantes eliminen o reduzcan el uso del plástico. Allí sí hay compromiso: “La idea es simple –se puede leer en la página de Straw Wars–: o bien deshacerse del todo de los pitillos de plástico o entregarlos sólo cuando un cliente los pida”. En el momento de escribir esto, 66 establecimientos se habían inscrito en strawwars.org, donde quedan listados en un directorio y en un mapa de la ciudad: una forma fácil de promover los restaurantes que se suman a la iniciativa. Por si las dudas, en la página se incluyen varios datos: “Científicos calculan que cada año al menos un millón de aves marinas, cien mil mamíferos y tortugas de mar mueren tras enredarse en o ingerir polución plástica”; “Sólo en el Reino Unido, en promedio 3,5 millones de personas compran al día una bebida con pitillo en McDonald´s. Eso significa que 3,5 millones de pitillos son desechados al día sólo por clientes de McDonald´s”.

En Colombia el panorama está cambiando. Aquí somos veloces para copiar las tendencias de Estados Unidos y Europa, y convendría, cuando carecemos de iniciativa, imitar más rápido campañas como esta. He visto restaurantes más comprometidos con la eliminación del pitillo que Crepes & Waffles, que con su mensaje da la sensación de sumarse al rechazo del pitillo nada más por moda. En Emilia Romagna, por ejemplo, un papel bajado de internet y pegado en la pared dice: “No más pitillo”, y tiene varios datos: “1 minuto para fabricarlo”, “1000 años para descomponerse”, “20 minutos para su uso”, “Son de 100% polipropileno”, “Causa la muerte de más de 1000 especies marinas”. Cuando fui, no me trajeron ningún pitillo con la bebida, y lo agradezco. “Uno tiene la oportunidad de decidir conscientemente qué tiene un significado y qué no”, dice Foster Wallace en su discurso. Creo que el hecho de que no me traigan el pitillo significa que estamos en la misma página: hay cosas que simplemente, por lo bueno y lo malo que representan, no valen la pena. Y en este caso, creo, pedir que no traigan el pitillo no debería ser un favor: el mayor favor, el favor colectivo y realmente significativo, es desestimular el consumo innecesario del plástico. 

Este artículo fue publicado en Loqueimporta.co

Por Iván Hurtado / Loqueimporta.co

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