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“Cuando uno se enfrenta a la selva del Pacífico, cuando tiene en frente un manglar y mira sus raíces que crecen hacia cualquier dirección, puede pensar que ese bosque refleja el caos. Pero el caos no es la ausencia de orden. Es realmente orden de la naturaleza. Un orden no lineal, indefinible, del cual depende toda esa genialidad: la biodiversidad, la vida”, decía esta semana Gustavo Wilches-Chaux durante la presentación de Savia Pacífico, el tercer tomo de la Colección Savia. Esa serie de publicaciones viene haciendo desde 2012 una descripción periodística de la riqueza botánica del país y llegará con 1.500 ejemplares a las bibliotecas públicas colombianas.
Wilches-Chaux habla del manglar haciendo referencia al bosque del que ha dependido la supervivencia de las comunidades negras e indígenas del Pacífico. Los manglares, indispensables para la reproducción de peces y aves, han garantizado históricamente una parte importante de la oferta de recursos marinos costeros del país. Se trata de ecosistemas de árboles retorcidos que se apropian de las desembocaduras donde el agua dulce se confunde con el mar, formando un lugar privilegiado para la generación de vida y de cuya salud depende la tercera parte de nuestra productividad pesquera.
Esta vez, el equipo de reporteros, biólogos y fotógrafos comandados por los periodistas Héctor Rincón y Ana María Cano y financiados por el Grupo Argos se sumergió en los morichales, humedales, selvas, serranías, ensenadas y pueblos del Pacífico para describir ese bosque que desde el aire luce espeso y uniforme pero desde el suelo revela complejidad, diversidad, belleza. Son en total 78.616 kilómetros cuadrados del Chocó, Cauca, Antioquia y Valle del Cauca.
Finalmente, la región más olvidada del Colombia es a la vez el rincón más biodiverso del mundo. De sus aguaceros interminables, de sus suelos, montañas, playas y mar resulta un tesoro que hoy, en palabras de Héctor Rincón, es inapreciable para la Colombia establecida, la misma que ahora está empeñada en explotar sus selvas “sin aprecio, ni orden. Avanza en el Pacífico una destrucción desalmada”, dice.
Pero Savia Pacífico no es sólo crónicas botánicas. Son ilustraciones finas de plantas y también de científicos que decidieron perderse en esa selva, fotografías que revelan los usos que negros, indígenas, blancos y mestizos les han dado a sus bosques, y registro de frutas, hierbas, maderas y bejucos. Es, en conjunto, un inventario botánico de la región.
“Uno tiene la impresión de que el Amazonas es lo más arrebatador de la naturaleza que tenemos, por su inmensidad, por la profundidad de sus bosques, pero en el Pacífico la naturaleza condensó una vegetación mucho más colosal, de árboles más exuberantes”, explica Rincón.
La humedad del Pacífico convirtió ese trozo de país en un laboratorio de vida que continúa inexplorado. Las características de esos bosques no pueden equipararse a los pocos centros de documentación científica enfocados en su estudio. Hasta donde se conoce, esta región, una de las más lluviosas del planeta, alberga el 15% de todas las plantas que se han clasificado en la historia. Son selvas curativas que nos dan de comer, nos visten, nos albergan. Selvas con las que construimos techos, pisos, paredes, pero también con las que se hace música, cucharas, manillas, sombreros y canastos.
“Nuestra intención es llamar la atención de los lectores alrededor de las regiones colombianas desde la botánica, un término que se ha confundido con la imagen de un científico inteligible. Esta es una botánica periodística que busca que la gente se enamore de los árboles y las plantas con las que convive. Los árboles que nos protegen mientras pasan desapercibidos”, concluye Rincón.