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Chaguaní: un tesoro de palmas de cera escondido en Cundinamarca

Es el hogar de una especie de palma de cera en peligro de extinción que se conserva como en ningún otro lugar del país. A pesar de esto, el 50 % de las palmas del lugar todavía permanecen en un hábitat hostil de potreros privados, principalmente destinados a la ganadería.

Nicolás Téllez *
18 de febrero de 2021 - 02:11 p. m.
Las palmas de cera de Chaguaní crecen sobre una ladera de la cordillera Oriental. Pueden llegar a medir hasta 60 metros.
Las palmas de cera de Chaguaní crecen sobre una ladera de la cordillera Oriental. Pueden llegar a medir hasta 60 metros.
Foto: Nicolás Téllez

Cuando Rosa María Nossa visitó por primera vez el Valle del Cocora, en el departamento delQuindío -hace por lo menos unos 30 años- no quedó maravillada por el paisaje natural. Por el contrario, pensó que las emblemáticas palmas de cera que veía allí eran las mismas que toda la vida había visto cerca de su casa, en zona rural del municipio de Chaguaní, en el departamento de Cundinamarca. (Lea: Una crónica sobre las lágrimas de las tortugas marinas)

Y es que estos imponentes árboles no solo crecen en Quindío, sino en otras partes de Colombia, aunque muchos desconocen su existencia. La palma de cera también está en el pueblo de Rosa Nossa, muy cerca de Bogotá, pero pocos lo saben.

En Cundinamarca, la población de palmas Ceroxylon alpinum más grande se encuentra en Chaguaní, un pueblo con algo más de 3000 habitantes, ubicado a 69 kilómetros de Bogotá, a unas tres horas en carretera saliendo por el occidente de la capital. Este pequeño pueblo cundinamarqués esconde la población más grande de la cordillera Oriental y la mejor conservada del país gracias a que ha sido una zona inexplorada, de difícil acceso y que por años estuvo aislada por el intenso conflicto con la entonces guerrilla de las Farc.

A pesar de que las palmas de cera alpinum de este municipio del occidente de Cundinamarca, en los límites con el departamento del Tolima, son las mejor conservadas del país, expertos consultados en este reportaje apuntan que sigue en riesgo porque la mitad de su hábitat no está protegido y pertenece a privados cuya principal actividad es deforestar para abrir pasturas para la ganadería.

Palmas aisladas en potreros

Colombia es el país con mayor número de especies de palmas de cera: 10 en total. Sin embargo, los científicos no les calculan más de 30 años de vida a las palmas de lugares turísticos como el Valle del Cocora. Por eso llevan décadas llamando la atención sobre la importancia de conservar poblaciones existentes y saludables en zonas del departamento del Tolima, como el municipio de Roncesvalles, el corregimiento de Toche, en Ibagué, o el corregimiento de Anaime, en Cajamarca, así como en municipios de Cundinamarca, como Sasaima y Chaguaní.

“Esos potreros exuberantes que uno ve en el Valle del Cocora en realidad son muertos vivientes. Para mediados de este siglo prácticamente no quedarán palmas de cera porque se están muriendo de viejas y no vienen nuevas palmas que las reemplacen”, dice Rodrigo Bernal, doctor en biología, exprofesor de la Universidad Nacional y uno de los científicos que más saben de palmas de cera en Colombia.

El paisaje del Valle del Cocora es famoso en redes sociales por sus campos verdes con filas de palmas de cera que alcanzan hasta los 60 metros de altura, pero contrario a lo que muchos turistas creen, este no es el ambiente ideal para la especie, ya que sus semillas no sobreviven al sol directo y pueden ser comidas por las vacas. “Si uno quiere conservar la palma a largo plazo, hay que conservarla en el bosque para que ella se regenere'', señala Bernal, quien ha dedicado su trayectoria profesional al estudio y defensa de estos árboles.

En Colombia, la palma de cera está en peligro, pues se estima que, por ejemplo, las poblaciones de Ceroxylon quindiuense han disminuido en más del 50 % en las últimas tres generaciones. Esta cifra es alarmante si se tiene en cuenta que, pese a sus amenazas, es una de las especies más abundantes en el país. Es de vital importancia proteger los bosques en los que crecen todas las especies de palma.

“Las palmas de cera son lo que en ecología se llama una especie sombrilla en el bosque. La existencia de la palma asegura que haya bosque y donde hay bosque hay avifauna, hay quien se coma las plagas de los cultivos, hay agua y se controla la erosión”, explica Bernal. (Puede leer: SOS por especies más amenazadas en Colombia durante la Cuaresma)

El bosque es importante para evitar la radiación directa que afecta las plántulas de palma y es vital para su reproducción. A diferencia de la mayoría de las plantas, en las palmas de cera hay hembras y machos. Esto implica que, para su reproducción, la palmanecesita varias especies de escarabajos diminutos (Mystrops) que lleven el polen de los machos a las hembras, explica Bernal.

Y aunque las palmas de Quindío son las más visitadas, existen otros lugares como la cuenca del río Tochecito, en Tolima, donde está la mayor cantidad de palmas de cera del mundo -unas 600.000-. Pero allí también sigue siendo un desafío protegerlas. Actualmente, el lugar pertenece a 40 propietarios privados y científicos, como Rodrigo Bernal, que llevan años pidiéndole al Gobierno que compre los terrenos para convertirlo en un parque nacional.

En Colombia, siete especies de palma de cera están en peligro de extinción: Ceroxylon alpinum, C. quindiuense, C. flexuosum, C. mooreanum, C. utile, C. sasaimae y C. ventricosum debido, principalmente, a la destrucción de su hábitat. De ellas, una de las más amenazadas es Ceroxylon alpinum que, de acuerdo con Rodrigo Bernal, tiene una población adulta que no supera los 4.000 individuos en todo el país, aunque crece en los departamentos de Caldas, Antioquia, Risaralda, Quindío, Cauca y Cundinamarca.

Veinte años de recuperación

Han pasado dos décadas desde que 22 de las 50 hectáreas donde crecen las palmas de cera en Chaguaní se convirtieron en Patrimonio Natural y Reserva Forestal Protectora, por la iniciativa del municipio que, junto con la Gobernación de Cundinamarca, adquirieron el terreno a dos campesinos que vivían allí.

Donde antes había pastizales, en los que se cultivaba café y se criaba ganado, hoy queda un saludable bosque andino que ha permitido mantener, a 1.600 msnm, parte de la población de palmas en su hábitat ideal. La mitad de la población todavía habita entre potreros.

“Las palmas de cera de Chaguaní son la mejor población Ceroxylon alpinum que queda en Colombia”, destaca Néstor García, biólogo de la Universidad Nacional, quien en 2015 se encontró con esta palma cuando llegó al pueblo en busca de otras especies. Desde entonces, junto con Alejandra Rodríguez, bióloga de la Universidad Javeriana, se ha interesado en estudiarla.

Una de las razones que explica el buen estado de conservación de la especie en Chaguaní es que la población está en crecimiento. “Son muy pocas plantas adultas. La mayoría son plantas juveniles. Si no hubiera juveniles diríamos que esa población tiene una tendencia a la extinción local, pero en Chaguaní no pasa eso”, explica Rodríguez. En este rincón de Cundinamarca las palmas llegan a medir 20 metros, su edad actual, en promedio, es de 150 años, pero la especie puede llegar a vivir más de 200 años, agrega Rodríguez. (Le puede interesar: El comercio de carne de monte en Inírida, ¿problema u oportunidad?)

Desafortunadamente, no todas las palmas de Chaguaní están protegidas. Aún quedan alrededor de 25 hectáreas de potreros en los que habita la especie, pero que pertenecen a privados. “Es una especie emblemática para la que se pueden hacer más acciones. Por ejemplo, sería ideal conseguir recursos para comprar las áreas de potrero”, recomienda García. Además, el biólogo dice que las autoridades ambientales deberían ser mucho más activas en la conservación de estas especies amenazadas. “Lo relevante es que el municipio decidió hacer esa área de reserva y con eso la población se recuperó. Pero no veo un accionar institucional más allá”, apunta.

De hecho, García es uno de los pocos científicos que han podido llegar a la zona rural de las palmas de Chaguaní para conocer su estado. El biólogo Rodrigo Bernal, por ejemplo, en 1998 solo pudo llegar hasta el pueblo debido a que, por seguridad, la gente le recomendó no seguir el camino.

¿Protegida por el conflicto?

“Uno sabía que los grupos armados estaban ahí. Había el riesgo de pisar una mina”, cuenta Rosa María Nossa, docente retirada del colegio departamental de Chaguaní, quien desde hace 30 años, y en compañía de su esposo Henry Samuel Peña, se especializaron en planeación ambiental y se interesaron por la conservación de las palmas de cera. Nossa vio las palmas toda su vida muy cerca de su finca, en la vereda Montefrío, a unos 4 kilómetros del pueblo.

Los profesores Rosa y Henry, como son conocidos, fueron los primeros que se preocuparon por el estado de conservación de la especie. Con el apoyo del Jardín Botánico de Bogotá realizaron una investigación para su tesis de maestría, que permitió contar por primera vez el número de individuos: 5.324 palmas.

Eran finales de la década de los 90 y el municipio vivía sus años más violentos por el conflicto armado. Las Farc les prohibió a los dos profesoresvolver a la zona. Hoy todavía se observan las huellas que dejó la violencia en el bosque de palmas: aún se puede ver un cráter producto de una mina antipersonal que acabó con la vida de una joven mujer y su hijo de brazos, según cuentan los habitantes de Chaguaní. La gente de la vereda vivía con miedo, pero eso no era nada distinto a lo que pasaba en muchas otras zonas del país.

Cuando la guerrilla empezó a perder el control del territorio, Chaguaní convirtió una parte de la montaña en reserva forestal. “Fue un logro importante que el municipio hubiera adquirido los predios. Pero el manejo que le dieron no fue el mejor”, señala Rosa Nossa.

“En Chaguaní sí se ha conservado la especie. La compra de los predios ha agilizado la conservación de esta palma que se encuentra en peligro debido al deterioro causado por la deforestación de su hábitat en todo el país”, sostiene Óscar Mauricio Nieto, director regional de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), autoridad ambiental encargada del manejo de la reserva forestal.

La principal diferencia entre los campesinos y la autoridad ambiental por el manejo de la reserva radica en una reforestación realizada en 2004 en la que, por decisión de la CAR, se hizo una plantación de 18.000 árboles, entre ellos pinos, que secaron los nacederos de agua del lugar, según los pobladores.

“Primero estaba el monte nativo, pero una vez llegaron a reforestar y de la reforestación fue poco lo que quedó. Prácticamente no quedó sino el 20 %. Además, el pino secó el agua”, cuenta Hernando Castiblanco, uno de los campesinos que vive más cerca de la reserva.

Para los expertos, los pinos favorecieron la cobertura boscosa y permitieron que las palmas se recuperaran gracias a la sombra que generaron. Sin embargo, también dicen que lo ideal sería reforestar con especies de árboles nativos. “Resultó positivo para las palmas, pero no para las demás especies emblemáticas que no pudieron colonizar el lugar. El pino seca bastante el suelo”, asegura la botánica Alejandra Rodríguez.Pero, para la CAR el lugar está conservado. Por eso, voces institucionales como la de Nieto aseguran que “no se ve ningún tipo de deterioro” en la reserva forestal.

Lo que queda por recuperar

Según la bióloga AlejandraRodríguez, en ningún otro lugar de Colombia se encuentra en buen estado de conservación la especie Ceroxylon alpinum. Sin embargo, su futuro en Chaguaní tampoco está asegurado; sigue estando en peligro de extinción y todas las amenazas no están erradicadas.

Manuel Antonio Castiblanco es un campesino que vive en medio de las montañas desde hace 46 años y le preocupa que los predios de particulares, donde todavía se encuentra la palma, estén siendo utilizados como potreros para pastoreo de ganado. “Ojalá pusieran más atención para reforestar, seguir adquiriendo predios y hacer más grande esta reserva”, dice mientras abre camino en el matorral para que podamos llegar al basto palmar que se encuentra a 40 minutos a pie desde su casa.

Además, las amenazas quedan expuestas cuando se camina con la guía de campesinos como Castiblanco y su hermano. En la zona, en uno de los predios de privados, recientemente abrieron una carretera a muy pocos metros de donde se encuentran las palmas de cera.

Una carretera es una amenaza directa para las palmas y su entorno natural. “El principal impacto es que la gente usa las carreteras como ejes de colonización en los que establecen potreros a cada lado de la vía”, comenta el biólogo Rodrigo Bernal.

El nivel de afectación por la intervención vial es incierto dado que la CAR solo a finales de diciembre de 2020, y gracias a una queja presentada por una habitante de la vereda Montefrío, abrió indagación preliminar para determinar si la carretera constituye infracción a la normativa ambiental. (Podría leer: Consumo de carne silvestre en Leticia: entre una tradición y un problema ambiental)

A pesar de esto, en un Auto emitido recientemente por la autoridad ambiental “se establece que las talas y/o derribamiento de árboles se realizaron sin los permisos correspondientes, generando afectaciones al recurso flora en un área aproximadamente de 300 m2, estimando que las áreas son el compilado de varias áreas afectadas ya que las intervenciones se hicieron de forma dispersa”.

Pero no solo la carretera es una amenaza actual para las palmas de Chaguaní. Otro factor de riesgo que todavía causa preocupación es la utilización de sus hojas como ramo para el domingo de Semana Santa. “En la actualidad no es una amenaza, por lo menos a gran escala. Pero el uso del ramo no es tolerable en ninguna circunstancia”, afirma Bernal al conocer casos puntuales en los que se ha utilizado el cogollo de la palma para celebraciones religiosas, como sucedió en Chaguaní en abril de 2019.

Las palmas de cera de Chaguaní son fuertes y jóvenes, pero al mismo tiempo son una especie frágil. Expertos como Néstor García les sugieren a las autoridades invertir para comprar los predios donde aún permanecen algunos individuos aislados. “Se recomienda aumentar la cobertura del bosque, aumentar el tamaño de la población de la palma y aprovechar su potencial ornamental”, señala García.

El área de las dos fincas privadas que hoy circunda la reserva forestal está destinada, en buena medida, al pastoreo de ganado y las gestiones de las autoridades para comprar los predios no han tenido éxito. “Claro que sí se tiene que conservar la especie en estos predios, pero en este momento no hay un proceso de compras. Hace poco el municipio estaba haciendo la gestión para adquirir una finca, pero el propietario no quiso vender”, afirma Óscar Mauricio Nieto de la CAR.

Como en Quindío, los palmares de Chaguaní conforman uno de los paisajes más espectaculares del campo colombiano. Por eso, el ecoturismo es otra de las opciones de conservación. “Muchas veces la gente cree que la conservación es cerrar un sitio y no permitir que la gente vaya, pero nosotros estamos en desacuerdo con eso. Nosotros creemos que la conservación es posible a través del uso. Se le debe dar mayor importancia a esa especie en Chaguaní y en Cundinamarca”, destaca la bióloga Alejandra Rodríguez.

La petición de los chaguaniceños por unos senderos que permitan el acceso al lugar es una deuda de años y, a pesar de varias promesas del gobierno municipal, sigue siendo una iniciativa que no pasa del papel. (Lea también: Proteger a los líderes ambientales, la labor que quieren impulsar los países europeos)

La última esperanza para proteger la palma Ceroxylon alpinum en Colombia está en Chaguaní. “Las palmas son como un patrimonio que hay que cuidar. Es algo que nos pertenece”, dice Antonio Castiblanco, un campesino que está convencido de la importancia de la conservación en su municipio.

* Esta investigación es parte del especial periodístico “Historias en clave verde”, realizado bajo el proyecto de formación y producción “CdR/Lab Periodismo en clave verde”, de Consejo de Redacción (CdR), gracias al apoyo de la Deutsche Welle Akademie (DW) y la Agencia de Cooperación Alemana.

Por Nicolás Téllez *

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