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Científicos investigan por qué una turbera de Perú dejó de captar carbono

Una turbera amazónica en Perú funcionaba como un potente sumidero de carbono. Pero en 2022, sin que mediara tala, incendios o sequías, dejó de absorber más dióxido de carbono del que libera. ¿Qué cambió en el ecosistema?

Redacción Ambiente

27 de julio de 2025 - 08:00 a. m.
Las turberas cubren solo el 3 % del planeta, pero almacenan el doble de carbono que todos los bosques. En Perú, una de ellas dejó de cumplir esa función.
Foto: Nicolás Skil
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Aunque las turberas cubren solo el 3 % de la superficie terrestre del planeta, almacenan más del doble del carbono que todos los bosques del mundo. De hecho, se estima que contienen al menos 550 gigatoneladas de carbono, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Su importancia radica en su capacidad de capturar y retener dióxido de carbono (CO₂) durante miles de años, frenando su liberación a la atmósfera.

En la Amazonia peruana, un grupo de investigadores liderado por Jeffrey Wood, biometeorólogo de la Universidad de Missouri, ha estudiado durante varios años un tipo de turbera tropical ubicada en la Reserva Forestal Quistococha. Estos ecosistemas inundables, conocidos como aguajales, están dominados por la palma moriche (Mauritia flexuosa), cuyas frutas son fuente de alimento para pobladores locales y especies como guacamayos, monos y tapires.

En condiciones normales, las hojas y ramas caídas de estas plantas no se descomponen por completo debido al exceso de agua y la escasa presencia de oxígeno en el suelo. Esto evita la liberación del carbono acumulado y da origen a una capa de materia orgánica densa, conocida como turba. Sin embargo, algo cambió recientemente.

Entre 2018 y 2019, las turberas monitoreadas actuaban como sumideros activos de carbono. Pero en 2022, los investigadores encontraron que su balance era neutro: ni capturaban ni liberaban carbono en cantidades significativas. Lo más llamativo es que este cambio no estuvo asociado a una perturbación humana directa. No hubo tala, incendios ni sequías extremas.

Wood y su equipo identificaron dos factores clave. El primero fue un aumento en los días sin nubes, lo que incrementó la intensidad de la luz solar. Aunque pudiera parecer positivo, en la selva tropical esto puede tener el efecto contrario. Cuando reciben demasiada luz y calor, las plantas cierran los poros de sus hojas para evitar pérdidas de agua, lo que limita su capacidad de realizar fotosíntesis y, por ende, de absorber CO₂.

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El segundo factor fue una disminución en el nivel del agua. Con más superficie de turba expuesta al oxígeno del aire, las bacterias responsables de la descomposición aceleraron su actividad, lo que llevó a la liberación de dióxido de carbono y metano, dos gases de efecto invernadero.

En entrevista con el portal LiveScience, Lydia Cole, ecóloga de la Universidad de St Andrews (Escocia), quien no participó en el estudio, afirma que estos hallazgos deben leerse con cautela. “Las turberas naturales tienden a fluctuar entre años con más absorción y otros con más liberación de carbono”, explicó. Lo importante, agregó, es evaluar el balance a largo plazo.

La investigación también sugiere que la cobertura nubosa habitual de esta región podría estar disminuyendo, lo que tendría efectos no solo sobre la fotosíntesis, sino también sobre el microclima local. Aunque no hay evidencia directa de intervención humana en la turbera estudiada, sí existen pastizales y asentamientos cercanos que pudieron alterar los patrones climáticos.

Otros expertos, como Chris Evans, biogeoquímico del Centro de Ecología e Hidrología del Reino Unido, también le dijeron a LiveScience que coinciden en que no se deben sacar conclusiones definitivas a partir de un solo año. Sin embargo, también advierten que el descenso sostenido del nivel del agua subterránea es una tendencia preocupante en distintas partes de la Amazonia.

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En Brasil, por ejemplo, el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales ha documentado un aumento en la frecuencia de sequías prolongadas. Jean Ometto, director de su Centro de Ciencias del Sistema Terrestre, señala que si el nivel freático sigue bajando por efecto del cambio climático, las turberas podrían dejar de ser aliadas en la lucha contra el calentamiento global.

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En contextos tropicales como el amazónico, aún se desconoce con precisión cómo responderán estos ecosistemas a las transformaciones en curso. Lo que sí está claro es que su capacidad de funcionar como sumideros de carbono depende de condiciones hidrológicas muy específicas: humedad constante, poca luz directa y bajos niveles de oxígeno en el suelo.

Wood confía en que las turberas de Quistococha podrían recuperar su función de sumidero en los próximos años, si las condiciones climáticas se estabilizan. Sin embargo, subraya la necesidad de seguir monitoreando estos ecosistemas de manera continua, no solo en Perú, sino en toda la cuenca amazónica.

Para Cole, más que alarmarse, lo importante es actuar: “Debemos pensar seriamente en cómo proteger las turberas que todavía están sanas y cómo rehumedecer aquellas que han perdido su equilibrio. Su rol en el secuestro de carbono podría ser vital para mitigar los impactos del cambio climático en las próximas décadas”.

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