
Este capuchino (también llamado mono cariblanco), en edad geriátrica, fue rescatado del cautiverio en una casa donde lo mantenían de mascota.
Foto: Cortesía
Cuando Johanna Izquierdo estaba estudiando Biología en la U. Javeriana de Bogotá, ver una rana arlequín venenosa era un descubrimiento digno de celebración. Bastaban unos segundos para que aparecieran las sonrisas de los investigadores bajo la humedad de las selvas del Chocó. En la actualidad, Johanna puede ver a cientos de ejemplares de todas las especies de anfibios en la comodidad de su trabajo. Tan solo el año pasado, en abril, fueron 400 ranas venenosas, en lugar de una, las que aparecieron en su puerta. Pero lo que antes era un motivo...
Por Esteban Piñeros Martínez
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