Ángel Rey Rojas, un campesino de la Sierra Nevada de Santa Marta, lleva varios años intentando remediar la huella que dejó su papá en el paisaje. Mientras observa cómo las estribaciones y ramas de la sierra se pliegan en el horizonte, cuenta cómo hace más de seis décadas su padre, Roberto Rojas, llegó a San Pedro de la Sierra tras huir de la violencia en Rionegro, Santander —a más de 500 kilómetros de distancia—, donde lo perseguían por ser liberal.
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Su padre fue uno de los “colonos pioneros” que en la década de los sesenta llegó a la región en búsqueda de tierra, trabajo y refugio. Aterrizó, huyendo de los ‘pájaros conservadores’, en la finca Palmichar, que pertenecía en ese momento a un sacerdote católico. “En esas parcelas vivía un cura de apellido Agudelo que se adueñó de esas tierras simplemente señalando con el dedo un pedazo de bosque y diciendo ‘esto es mío’”, relata Ángel mientras imita con la mano ese gesto, de pie sobre lo que hoy es una parcela de café.
La finca El Diamante, en la que trabaja Angel y que hoy abarca más de 70 hectáreas en la zona rural de San Pedro de la Sierra, se compró con el dinero que su padre, que hoy tiene más de 70 años, ganó en su momento como jornalero en la zona. Su precio, en los años setenta, fue de $800.000. “Mi padre la adquirió con la ilusión de sembrar marihuana, para lo que tumbó, con hacha en mano, más de 35 hectáreas de bosque. Fue un proceso en el que todos participamos y contribuyó en gran medida a la deforestación”, sostiene.
De acuerdo con un informe de la firma consultora neerlandesa Acacia Water, la conocida ‘bonanza marimbera’ —un periodo entre 1974 y 1985 en el que se registró una entrada de una gran cantidad de dólares por la exportación ilícita de marihuana— significó la tala estimada del 70 % de los bosques de la sierra, alrededor de 150.000 hectáreas entre 1975 y 1980.
Con el declive de esta ‘bonanza’, a la vereda Palmichar, ubicada en la zona en torno a la finca del cura Agudelo, que ahora alberga a más de 150 familias, llegó otra: el café. Este cultivo, apoyado por programas como Justicia y Paz, también colonizó la región, pues, según cifras de la Federación Colombiana de Cafeteros, más de 5.000 familias asentadas en la sierra se dedican a actividades cafeteras en la actualidad.
Estas montañas repletas de árboles de café, que se sacuden ocasionalmente con la brisa atlántica, son una de las imágenes del cambio del uso del suelo que ha experimentado la Sierra Nevada de Santa Marta, que abarca más de 3,830 kilómetros cuadrados. La transformación de estos ecosistemas, que también ha venido acompañada de urbanización, ganadería y otras actividades productivas y sociales no solo amenazan este ecosistema clave para el país, sino la seguridad hídrica de toda una región.
La sierra es la principal fuente de agua para los departamentos de César, La Guajira y Magdalena. De sus montañas nacen más de 10.000 millones de metros cúbicos de agua al año, es decir, 317 metros cúbicos por segundo. Para ponerlo en perspectiva, se estima que una persona en Bogotá consume alrededor de 10,76 metros cúbicos al mes.
En total, no menos de 700 microcuencas hidrográficas suministran agua a millones de personas de la región. “El problema es que la deforestación y otras presiones humanas están impidiendo que las cuencas se autorregulen, por lo que está llegando menos agua a las partes bajas”, explica Dora Zapata, gestora del Mosaico Caribe de WWF, que trabaja hace más de siete años en la zona. Para ponerlo en perspectiva, según cifras del Gobierno Nacional, pasó de 123 hectáreas de bosques tumbadas en 2018, a más de 331 en 2020.
La tala de los bosques, una de las problemáticas ambientales más conocidas en el país, ha tenido como efecto la erosión del suelo y la sedimentación de los ríos, pues la vegetación natural almacena las precipitaciones y es clave para asegurar la calidad del agua, debido a que estas especies filtran y controlan su acidez.
La falta de esa cobertura ya está generando problemas de suministro, en particular en las partes bajas de la Sierra, en donde el agua es usada en mayor cantidad en cultivos de banano y palma de cera. Los líos para el suministro han llegado a tal punto que, desde 2015, en la conocida Zona Bananera, en la parte baja de la sierra, se aplica temporalmente lo que se conoce como ‘Pico y Agua’, para que los productores regulen su uso y no haya mayores problemas para el suministro. En otras ocasiones, el problema son las inundaciones y los desbordamientos de los ríos en un sistema cada vez más inestable.
Además de esto, las cuencas que provienen de la Sierra Nevada también alimentan la Ciénaga Grande de Santa Marta, el ecosistema lagunar más grande del país, que se encuentra afectada por la falta de conectividad de sus sistemas hídricos y por la sedimentación. Esta, para empeorar las cosas, no cuenta con un plan de manejo integral, a pesar de ser un sitio Ramsar, un tratado internacional que protege los humedales el mundo.
Esta situación, que se presenta desde las montañas hasta las playas de la Sierra, es una alerta temprana para lo que podría pasar en la región. De acuerdo con modelaciones del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) y el Ministerio de Ambiente, a través del Estudio Nacional de Agua (ENA) se constata una tendencia preocupante: mientras que en la ENA de 2018, el porcentaje de municipios de los departamentos del Magdalena, César y La Guajira con riesgo de desabastecimiento de agua se encuentra eran superiores al 90 %, en la más reciente versión del estudio este muestra la totalidad de los municipios, el 100 %, se encuentra en peligro, debido a la presión humana y al cambio climático.
Para intentar remediar la situación se estima, de acuerdo con un estudio de WWF, que se tienen que restaurar al menos 12.000 hectáreas en diferentes partes de la Sierra de Nevada de Santa Marta para prevenir problemas de desabastecimiento mayores para 2030, es decir, en cinco años. Para esto, las comunidades locales, gremios bananeros y palmeros y organizaciones internacionales están adelantando un proyecto para que productores restauren el bosque en diferentes partes de la sierra.
“Es una situación que todos sabemos que tenemos que abordar, pero no solo es extremadamente costoso recuperar estos ecosistemas, sino que no podemos quitarle los medios de vida a la gente, después de todo tienen que vivir de algo”, comenta Zapata de WWF, que lidera en la región la estrategia de Custodios por el Agua de WWF. “Y todo esto ocurre en un espacio tan complejo y diverso como es la Sierra Nevada”.
Una sierra fascinante y compleja
Hace cerca de 400 millones de años, una estrella se configuró en lo que hoy se conoce como la Sierra Nevada de Santa Marta. Con la formación, a principios del Mesozoico, de la sierra, que cuenta con glaciares tropicales, se formó una “estrella fluvial” que alimenta a decenas cd cuencas como río Frío, que debe su nombre a la temperatura del agua proveniente del deshielo de las “nieves perpetuas” a más de 4.000 metros de altura. Una muestra de la conexión fluvial que se extiende por varios kilómetros.
Esta conectividad ha favorecido una enorme biodiversidad que incluye humedales, manglares, praderas marinas, arrecifes de coral y zonas de bosque seco tropical, uno de los ecosistemas más amenazados del planeta, Por esta razón, la sierra fue catalogada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como una de las zonas “irremplazables en el mundo”.
Este ensamblaje único de ecosistemas, que puede ser visto desde el mar, ha hecho de la Sierra un lugar sumamente atractivo. Sin embargo, paradójicamente, lo que ocurre en su interior permaneció durante años en el anonimato, tanto para el mundo como para muchos colombianos. El legendario naturalista alemán Alexander von Humboldt, por ejemplo, navegó alrededor de la Sierra y calculó la altura de sus picos de nevados a través de cálculos trigonométricos, pero nunca visitó la sierra. Tal era el misterio que, 1873, el gobierno colombiano ofreció una recompensa para la persona que fuera capaz de atravesar la Sierra Nevada de Santa Marta y lo demostrará.
Este aislamiento histórico ha hecho de la Sierra Nevada un escenario de actores armados que ven en la zona un corredor logístico estratégico para el narcotráfico. La sierra fue, según se explica en el libro de la Universidad del Magdalena, Ecosistema Sierra Nevada de Santa Marta: reflexiones desde la ciencia y la tecnología, la base de los primeros frentes de las guerrillas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Con los años en la región surgieron grupos paramilitares que hoy sobreviven bajo el nombre de Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada, herederas de estructuras de principios de los años 2000 y cuyos combates con el Clan del Golfo (Autodefensas Gaitanistas de Colombia) generaron, en 2024, el desplazamiento de comunidades indígenas hacia La Guajira.
Estos grupos controlan poblaciones como Guachaca, Minca y San Pedro de la Sierra, que se encuentran bajo la llamada “ley de los fusiles”. En el caso de San Pedro, que cuenta con 1.200 habitantes y que está construida en el filo de montaña, las reglas son de corte militar: existen toques de queda por las noches, permisos para ingresar a ciertos sitios y una extorsión a las producciones locales tan organizada que son como sistemas tarifarios.
“Por ejemplo, para las comunidades que realizan viajes para los glaciares, ellos cobran un porcentaje de las ganancias, que es como de $400.000 por persona. Para los productores del café se cobra 200 pesos por cada kilo de café, y hay fincas que botan más de 300.000 kilos, lo que da más de $60 millones”, explica un campesino de la zona, quien pidió que su nombre fuera mantenido en reserva. “Al menos nos dejan trabajar, con otros grupos no se podía hacer mayor cosa”.
La esperanza en la restauración
Cientos de familias viven en este contexto las estribaciones de las montañas, en casas que parecen bloques equilibrados en las cimas. En las entradas de Pedro de la Sierra hay una frase inscrita que reza: ’Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro? Este vendrá de Jehová que hizo los cielos y la tierra‘. Esta frase se ilustra de la esperanza con lo que sus habitantes llegaron a la región.
En medio de este complejo panorama , desde 2021, WWF, el gremio de los ganaderos y productores locales, se han unido en torno a un proceso para restaurar más de 12.000 hectáreas —casi la mitad del área urbana de Bogotá— para intentar recomponer los ciclos del agua en la región. Uno de los puntos de partida ha sido cambiar la relación de las personas con su entorno y cambiar el “chip”.
“Cuando mi papá llegó a esta zona, hace ya varias décadas, la calidad de los árboles de la zona hizo que estos fueran talados para hacer casas, camas, sillas y otras cosas. O simplemente para despejar el campo para cultivar”, cuenta Janeth Canchano, habitante de la zona.
Al final de la calle principal del pueblo, un vivero comunitario liderado por Canchano resguarda 22 especies —como el guamo, el laurel rosado, el cedro cebolla y otras plantas— que buscan recomponer el mosaico original de la zona. Estas plantas forman parte de un esfuerzo por restaurar las hectáreas que la urbanización, especialmente durante la década de los noventa, dejó sin cobertura en distintas partes de la Sierra.
Una de las plantas claves es el conocido nacedero, que es una planta capaz de captar agua del aire y condensarla en los suelos. Estas características pueden ser útiles para recuperar las cuencas hídricas. Estas plántulas son trasladadas a los predios de campesinos que han firmado acuerdos de conservación por cinco años. En ellos, destinan parte de sus tierras a procesos de restauración activa —mediante la siembra— o pasiva, permitiendo que la naturaleza se recupere sin intervención.
“Además de esto, se han hecho inversiones tecnológicas y con capacitaciones para que las actividades productivas como el café o el mango sean más eficientes y requieran de una menor área. La prioridad es evitar la expansión de la frontera agrícola”, indica Zapata, de WWF.
En el caso de Ángel Rojas, uno de los campesinos involucrados en esta estrategia, ya ha sembrado más de 1.500 árboles en sus predios. “Hemos visto cómo han regresado muchos pájaros, con esos nuevos árboles, y claro, también las culebras”, dice entre risas. “En la zona también se han visto jaguares que han vuelto habitar ciertas zonas”.
Por el momento, el proyecto solo ha logrado restaurar 186 hectáreas solo en las zonas cercanas a San Pedro, el pueblo original del lado colono de la Sierra. Este año, ya empezaron procesos para más de 40 hectáreas, en lo que es un proceso lento. “Aún es mucho lo que falta, pero estamos abriendo el camino para que más proyectos, como el Fondo de la Vida del Ministerio de Ambiente, entren a financiar procesos más ambiciosos”, sostiene Zapata.
Los problemas aguas abajo
En una de las partes bajas de la Sierra Nevada, a más de cinco horas de San Pedro, se encuentra la Zona Bananera. “¿Por qué se llama así? Pues por lo que hay aquí es puro banano”, explica Celia Zapata, lidera de la vereda La Paulina, en el municipio de Zona Bananera,
Al recorrer la zona en carro, se ven extensiones de varias hectáreas de monocultivo de banano que dominan el paisaje y consumen grandes cantidades de agua. Se trata de unos de los legados productivos de la United Fruit Company, que, tras su salida, fue retomada por empresarios locales en un cultivo que domina la economía y los modos de vida. Como contamos en este diario, son varias las empresas que han sido sancionadas por desviaciones ilegales de agua que ponen en riesgo la Ciénaga Grande de Santa Marta.
En medio de estos mares de banano, han surgido también viveros comunitarios con el objetivo de impulsar la transición hacia cultivos más resilientes al cambio climático. “Mi papá hace décadas compró una finca para sembrar banano, esa era la norma. El problema es que a ese cultivo, si no le ponen agua uno o días, se perdió, y con eso la inversión”, cuenta Celia Zapata.
Celia ha liderado un proceso para recuperar especies nativas y también cultivos transitorios, como el ají, ahuyama y limón, para ayudar a que los pequeños productores se pasen a otro tipo de siembras. “La apuesta en este momento es una versión modificada de la palma de aceite que se demora un par de años en crecer. Mientras se cultivan frutas que son vendidas en los mercados de Barranquilla y Santa Marta”, explica Richard Suárez, un campesino de la Zona Bananera.
A esto se suma la siembra voluntaria la orilla de ríos estabilizar los ciclos hídricos. “Lo que ha cambiado es un nuestra relación con la tierra”, asegura Celia, mientras una salamandra de cola azul para entre sus pies. “En las fincas han empezado a parecer armadillos, iguanas y ardillas, que es una señal de que los ecosistemas se están conservando”.
Estas acciones ocurren, aun en medio de un cultivo intensivo de banano en la zona, pero son acciones que intentan quitarle presión a la Ciénaga Grande de Santa Marta. “En algunas partes la ciénaga se está sedimentando y los niveles pueden ser bajos. Esto se debe, entre otras cosas, a factores como el cambio del uso del suelo en el que se secan partes del humedal para la ganadería o cultivos”, explica Anny Zamora, jefe de Política Marina del Invemar. “Se espera que en los próximos años se pueda llegar a un acuerdo para mejorar el plan de manejo de la zona y asegurar sus servicios ecosistémicos y la calidad de vida de las personas”.
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