Publicidad

El comercio de carne de monte en Inírida, ¿problema u oportunidad?

El posible origen de la pandemia del COVID-19 puso en el radar los mercados de animales salvajes para consumo en el mundo. En Inírida (Guainía) existe una plaza de mercado donde abunda el comercio de carne de monte. ¿Cómo funciona? ¿Quién lo controla? Son algunas de las preguntas que nos llevaron hasta ese lugar.

Edwin Suárez*
09 de febrero de 2021 - 06:30 p. m.
En Inírida (Guainía) existe una plaza de mercado donde abunda el comercio de carne de monte. ¿Cómo funciona? ¿Quién lo controla?. Aqui, un cachicamo arreglado y listo para cocinar.
En Inírida (Guainía) existe una plaza de mercado donde abunda el comercio de carne de monte. ¿Cómo funciona? ¿Quién lo controla?. Aqui, un cachicamo arreglado y listo para cocinar.
Foto: Edwin Suárez

Son los últimos días de noviembre de 2020. Ha llovido sin parar en Inírida, la capital del departamento del Guainía, lo que dificulta la cacería en esta zona de la Amazonia, donde el consumo y comercialización de carne de monte hace parte de la tradición de sus habitantes.

Y es que una de las maneras más tradicionales de matar una lapa (cuniculus paca) es sorprenderla en la noche cuando baja a la quebrada a tomar agua, “el cazador se acerca, la alumbra con una linterna y le dispara”, explica Edgar Guajo, un comunicador indígena de la etnia baniva. Sin embargo, con el clima lluvioso, el agua se empoza con facilidad y los animales no tienen la necesidad de ir hasta los arroyos.

Esa es quizá la razón por la que solo llegó un ejemplar de esta especie (familia de los roedores) a la plaza de mercado El Paujil, ubicada en la zona indígena de la ciudad de Inírida, y se vendió como ‘pan caliente’. Su carne es una de las más apetecidas y el kilo cuesta, aproximadamente, 14 mil pesos. Se consume asada, frita o cocinada. En los restaurantes del resguardo El Paujil se ofrece como plato especial, con precios de entre 12 mil y 15 mil pesos.

Junto a la lapa, también se comercializó una babilla (caiman cocodrilus). “Los animales han escaseado mucho, ya no es como antes”, dice José León, un indígena desano que ayudó a fundar la plaza de mercado hace por lo menos una década. Asegura que hay especies que han sido consumidas indiscriminadamente y cada vez son más difíciles de conseguir. Incluso, precisa que la situación empeoró luego de la inundación que azotó la región en 2018 (la más grande en los últimos 50 años).

Pero, no siempre fue así. Desde que se creó la plaza hace por lo menos diez años, primero en el puerto indígena y en la calle de la entrada al resguardo, y desde hace tres años que se formalizó en un punto central, cientos de animales salvajes han sido comercializados. Según un artículo publicado por Semana Sostenible, en ese lugar se pueden llegar a vender hasta mil babillas en un año. Sin embargo, oficialmente no existen datos de la cantidad de animales por especie que son cazados para el comercio en Inírida.

El consumo de carne de monte representa una oportunidad para las comunidades locales que la comercializan, pero configura problemáticas como la extinción de las especies, la pérdida del equilibrio de los ecosistemas y por tanto una mayor probabilidad de enfermedades zoonóticas similares al COVID-19. Un documento publicado por la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por su nombre en inglés) concluyó que el aumento exponencial del consumo y el comercio de animales silvestres es una de las causas de la aparición de una variedad de enfermedades, particularmente donde el comercio —de mamíferos y aves— está mal regulado.

“En la Amazonía, las comunidades rurales venden casi la mitad de lo que cazan”, para comprar productos básicos, de cacería y alimentos que no se producen en la región, explica un ‘Diagnóstico sobre el comercio de carne de monte en las ciudades de Colombia’, realizado en 2015 por el Centro para la Investigación Forestal Internacional. Justamente, el mercado indígena nació de la necesidad que tenían los nativos y colonos asentados en la zona urbana y periurbana de la capital del departamento por mantener sus costumbres alimenticias, y también como una manera de generar una dinámica económica que le permitiera a las familias indígenas obtener ingresos para su sustento.

Según un estudio realizado por el Instituto Humboldt, en 2012, llamado ‘Carne de monte y seguridad alimentaria, bases para una gestión integral en Colombia’, la carne de monte es considerada “como un recurso determinante de las condiciones de seguridad alimentaria en la región”, y explica que, “por lo menos 80% de la proteína consumida en comunidades locales vecinas a áreas de interés para la conservación son de carne de monte”.

Guajo afirma que “esa carne la gente la prefiere por encima de la de res o la de pollo. Cuando no llega como que se desesperan. Se aburren de comer pescado”. A eso se suma que termina siendo más asequible pues su precio oscila entre los 10 mil y los 15 mil pesos por kilo, mientras que la carne de res, por ejemplo, tiene un costo promedio de entre 18 mil y 20 mil pesos, en las carnicerías de la ciudad.

En la actualidad, en la plaza existen cerca de 20 casetas, de las cuales la mitad se dedican a la venta de productos tradicionales como ají, yuca, plátano, mañoco y casabe (elaborados a base de harina de yuca), o frutos del bosque como manaca o ceje. En las otras casetas se comercializa pescado y carne de monte. En total, son cerca de 100 familias las que exponen diversos productos en el lugar.

Especies de mayor consumo en Inírida

“No hay un estudio detallado de la Plaza de Mercado del municipio de Inírida, hasta donde yo tengo conocimiento. Hay que hacer un seguimiento a todas las ventas, a las especies y cantidades de ejemplares que se venden”, dice Carlos Andrés Lasso, investigador senior del Instituto Humboldt, líder de la línea de Recursos Hidrobiológicos, Pesqueros y de Fauna Silvestre. Lasso explica que en 2021 el Humboldt trabajará en la producción de un libro sobre la caza y pesca de subsistencia en el norte de Suramérica (Colombia y Venezuela) que permita proyectar cuáles son las especies de mayor consumo y su importancia en la región.

En ese mismo sentido, al ser consultado para este reportaje, el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (SINCHI) precisó que desde hace un año acompaña técnicamente un monitoreo de fauna de consumo adelantado por el Ministerio de Ambiente y la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico (CDA) para “evaluar la magnitud del uso de la fauna, la oferta poblacional y estimar a partir de esto la sostenibilidad del aprovechamiento de las distintas poblaciones silvestres”, en la Estrella Fluvial de Inírida. A esa investigación le falta por lo menos un año debido a que “debe contar con registros y seguimiento durante ciclos completos que abarquen distintas épocas climáticas, ambientes y datos comparables entre ciclos”, explicó el SINCHI.

Los animales de monte se cazan de acuerdo a la temporada. Los micos, los picures (dasyprocta fuliginosa) y las lapas son comunes durante todo el año, pero al igual que las dantas (tapirus pinchaque), se consiguen con mayor facilidad durante los meses de junio y julio cuando los ríos y caños se crecen; mientras que las babillas, las tortugas de río y sus huevos, abundan en verano.

Según el estudio del Humboldt, las especies que están en los primeros reglones de caza con fines alimenticios son la lapa, el picure, el cafuche (tayassu pecari), el cachicamo (dasypus novemcinctus), entre otros. Son estos mismos animales, más la babilla y la tortuga de río, los que mayor presencia tienen en la plaza de mercado de Inírida.

De acuerdo con el Plan de Vida del Resguardo El Paujil que se elaboró en el año 2009, en ese territorio indígena el araguato (mono aullador o alouatta), el oso hormiguero (vermilingua), el puercoespín (hystrix cristata), la ardilla (sciurus vulgaris), la babilla y el cabezón (tortuga caretta caretta) se consideran animales extintos. La lapa, el venado y el cachicamo empezaban a escasear, producto de la caza indiscriminada.

¿No existen los controles?

Aunque en Colombia la cacería de animales de monte está regulada, algunos vacíos permiten que se realice de manera indiscriminada. Además, según el Humboldt, no se ha avanzado lo suficiente en la generación de alternativas que garanticen la seguridad alimentaria de las poblaciones, así como evitar la sobreexplotación.

La caza de subsistencia (la que se desarrolla en Guainía), si bien no requiere de la obtención de un permiso previo, explica el Humboldt, “no puede realizarse con individuos de las especies sobre las cuales las autoridades ambientales hayan determinado que exista prohibición, aspecto que no se ha cumplido”, porque la CDA no publica trimestralmente en cinco diarios de amplia circulación nacional la lista de especies sujetas a limitación, como lo establece la ley.

Además, como los resguardos son entidades territoriales que tienen sus propias medidas, los controles relacionados están a cargo de cada territorio indígena. La mayoría de los productos que se comercializan en El Paujil provienen de las comunidades vecinas y llegan por río. Como el resguardo tiene su propio puerto, ubicado a menos de 500 metros de la Plaza, los controles de la CDA y la Policía son inexistentes.

“Debido a la legislación indígena, la Policía Nacional no ha encontrado forma posible de poder frenar este flagelo que tanto nos afecta”, explicó el intendente Samuel Quiñonez, jefe del Grupo de Protección Ambiental y Ecológica de la Policía de Guainía. Sus esfuerzos se enfocan en realizar campañas pedagógicas al respecto con las autoridades indígenas.

Pero en el resto del municipio, donde la Policía sí es autoridad, intentan a toda costa evitar que la carne de monte se comercialice o se venda en los restaurantes. Aun así, en 2019 no se realizó ninguna incautación y en 2020 (con corte al 26 de noviembre) solo en tres oportunidades impidieron su comercio, con un resultado de apenas 20.5 kilogramos (el peso de dos lapas). Sin embargo, en enero del año pasado las autoridades rescataron 65 tortugas terecay vivas que tendrían como destino los mercados de la ciudad.

José Antonio López, indígena de la etnia puinave y coordinador de Justicia del Resguardo, asegura que la Guardia Indígena hace un estricto control frente a la carne que ingresa por el puerto. Pero, Miriam Cipriano, coordinadora de la plaza, explica que todas las personas pueden vender cualquier producto en ese mercado, siempre y cuando aporte los cinco mil pesos de cuota que exige la administración. En ese mismo sentido, un vendedor que prefiere no exponer su nombre por seguridad precisó que cuando arriban a El Paujil, no les “ponen ningún problema”.

Para Lasso, quien hasta hace poco más de un año perteneció a la junta directiva de la CDA, en casos particulares como Guainía, este comercio debería regularse de una manera bastante flexible. “Tú no puedes prohibir todo de manera tajante porque es peor”. Pero para tomar una decisión de esas, explica, “debes tener datos, sin datos tú no puedes decir nada”.

Un asunto cultural

En abril de 2020 una publicación realizada en Facebook por Jimmy Sáenz, gobernador del Resguardo La Ceiba (Guainía), en donde se aprecian al menos unas 40 tortugas en un costal, que fueron destinadas al consumo, generó una gran controversia en las redes sociales sobre la preservación de la fauna y la cosmovisión de los pueblos originarios.

“Nosotros tenemos esa gran variedad de animales en nuestro territorio y nuestros indígenas se rebuscan su alimentación, el sustento de ellos es la caza que se hace por temporadas. No es una matanza”, le dijo Sáenz al Periódico El Morichal, un medio de comunicación del departamento, en su momento.

Según el antropólogo Pedro Juan Moreno, coordinador del Observatorio de Derechos Humanos de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), la cacería es vital para los pueblos indígenas y está asociada al juego de roles, a los rituales de iniciación y al conocimiento del territorio.

“Hay unos rituales de iniciación que están marcados (cuando un indígena pasa de la niñez a la adolescencia), dependiendo el animal (cazado) y su tamaño, por ejemplo, esa persona puede ya tener su propio linaje, su propia familia”, explica Moreno.

José Antonio López recuerda que empezó en las artes de la cacería a muy temprana edad y toda su vida se ha alimentado con carne de monte. Dice que es como un regalo de la naturaleza. “Los abuelos mayores nos hacían alimentar con determinado animal para poder asumir un cargo tan importante entre nuestra sociedad indígena”.

Con el tiempo, el comercio de carne también alcanzó una connotación cultural para las comunidades, asegura el antropólogo de la ONIC. “La comercialización está ligada a la gobernanza y a la administración de su territorio. Ellos entienden muy bien el tema de la conservación y que la caza a gran escala destruye la simbología propia de sus elementos originarios, destruye al animal que representa sus orígenes”.

Además, la comercialización permite a centenares de indígenas que se han instalado en la ciudad o porque la frontera de caza se aleja cada vez más de sus territorios, conservar la práctica ancestral del consumo de carne de monte.

¿Existe el riesgo de transmisión de enfermedades zoonóticas?

La pandemia del nuevo coronavirus evidenció las consecuencias que trae para el hombre la relación con los animales salvajes, sea para la domesticación o como alimento. Según el IPBES la agricultura, el comercio y el consumo de vida silvestre y sus productos derivados (para alimentos, medicamentos, pieles y otros productos) han provocado la pérdida de biodiversidad y enfermedades emergentes, incluidos el COVID-19.

El profesor Luis Polo, médico veterinario con un magíster en salud pública de la Universidad Nacional de Colombia y profesor asociado al departamento de Salud Animal de la Facultad de Medicina Veterinaria y de Zootecnia de esta misma institución, explica que los animales silvestres tienen una serie de microrganismos propios que pueden ser trasmitidos al hombre a través del contacto, pero en nuestro país, principalmente a través del consumo.

“El riesgo que pueden tener esas comunidades es por el mal consumo de la carne, cuando no hay una apropiada cocción. Tenemos un riesgo de transmisión de parásitos, bacterias y muchos microorganismos”, asegura.

En Guainía las comunidades no reconocen alguna enfermedad que esté directamente asociada a la ingesta de carne de monte y no les preocupa el eventual desencadenamiento de un virus mortal debido al comercio de fauna silvestre muerta. “Nosotros no hemos tenido ningún problema con eso. Nos preocupan más los índices de mercurio que pueda tener el pescado o los animales de río por la contaminación provocada por la minería”, dice López.

A diferencia de muchos mercados de fauna silvestre del mundo, en Inírida, la mayor parte de los animales se comercializan muertos y vienen directamente de su hábitat natural, es decir, del monte a la olla. Para el profesor Polo esto ha controlado el brote de alguna enfermedad, contrario a lo que ocurre en África o Asia, donde los ejemplares pasan días en cautiverio en estrecho contacto con los humanos u otras especies antes de ser sacrificados.

Por ahora, en la plaza de El Paujil todo seguirá con la normalidad de siempre, hasta cuando el estudio que está en curso o las investigaciones que se realicen próximamente arrojen resultados que le permitan a las autoridades ambientales y de gobierno saber si el comercio de carne de monte en Inírida representa un problema o una oportunidad.

*Esta investigación hace parte del especial periodístico ‘Historias en clave verde’, realizado bajo el proyecto de formación y producción ‘CdR/Lab Periodismo en clave verde’ de Consejo de Redacción (CdR), gracias al apoyo de la Deutsche Welle Akademie (DW) y la Agencia de Cooperación Alemana.

Por Edwin Suárez*

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar