Colombia, además de tener entre el 7% y el 10% del área de la cuenca hidrográfica más extensa e importante del planeta -el Amazonas-, cuenta también con la tercera en importancia y a la que no se le suele prestar la misma atención: el Orinoco.
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No hay que olvidar, por ejemplo, que la Orinoquia contribuye a ciclos como el hidrológico y del carbono a diferentes escalas, beneficiando incluso a los que viven a miles de kilómetros de ella, como los millones de habitantes de ciudades de la región Andina, incluyendo Bogotá. Más allá de esto, en las sabanas de la Orinoquia habita una gran y compleja biodiversidad. Por solo poner un par de ejemplos, allí se reporta el 50 % de las especies de ungulados (unos mamíferos que se apoyan y caminan con el extremo de los dedos), entre las que se incluyen los tapires, venados y pecaríes, todos ellos con funciones claves para los ecosistemas, como la dispersión de semillas y la regulación de la vegetación.
El problema, resalta una nueva investigación realizada por el Grupo de Investigación y Docencia en Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (ECOLMOD) de la Universidad Nacional, y publicada recientemente en la revista Mammalian Biology, es que algunos de estos animales se están viendo afectados por los incendios forestales, un fenómeno que en un gran porcentaje está siendo causado por la actividad humana.
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Especies en peligro
Algunos ungulados que habitan en la Orinoquia son los tapires de tierras bajas (Tapirus terrestris), el venado de cola blanca (Odocoileus virginianus), el pecarí de labios blancos (Tayassu pecari), el pecarí de collar (Dicotyles tajacu), el venado colorado (Mazama americana) y el venado pardo amazónico (Mazama nemorivaga). En el caso de los tapires, Colombia es el país con la mayor diversidad al ser el hábitat de tres de las cuatro especies que son reconocidas por la comunidad científica entre estas: el tapir de tierras bajas, el tapir de montaña y tapir centroamericano; este último por su tamaño, es el principal mamífero terrestre que dispersa semillas en Suramérica.
La investigación, que es parte de un proyecto entre la Gobernación de Vichada y la Universidad Nacional que busca incluir criterios científicos en la toma de decisiones en esta área clave para el país, encontró que los incendios están degradando la naturaleza y la conectividad de los hábitats empleados por estas especies en la Orinoquia, resume Federico Mosquera-Guerra, PhD en Ciencias Biológicas y quién lideró la investigación.
Para entender cómo está pasando esto, primero hay que comprender un poco más esta extensa región de Colombia. Podría decirse que al interior de la Orinoquia hay varias Orinoquias, con diversos tipos de sabanas, que son el hogar de más de 1.600 especies de plantas y de más de 2.370 especies de fauna, entre las que se incluyen unas 220 especies de mamíferos. Entonces, por un lado, nos encontramos con el piedemonte en los Llanos Orientales, en los departamentos ubicados sobre los Andes orientales; en Casanare y Arauca, por otro lado, están las sabanas inundables; y en los departamentos de Meta y Vichada están las sabanas de altillanura, en donde sobresalen angostos y largos bosques ribereños y morichales, que dan origen a los ríos de sabana como el Bita, el Tomo, el Tuparro, el Tuparrito y el Vichada.
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El estudio se centró, precisamente, en este último ecosistema: las sabanas de altillanura. Allí, los investigadores se propusieron establecer el estado de las rutas de dispersión para especies como el tapir de tierras bajas (T. terrestris), el venado de cola blanca (O. virginianus) y el pecarí de labios blancos (T. pecari), en un área de 36.000 km2.
Las tres especies se encuentran categorizadas como vulnerables por la lista roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y por el Ministerio de Ambiente. Los investigadores se enfocaron en esas tres especies de ungulados silvestres y amenazados porque desempeñan diferentes roles en este tipo de sabanas, además de que tienen diferentes métricas de dispersión. Estas tienen un rol como dispersores de semillas, otros generan herbivoría y ramoneo, que es el proceso biológico por el que los animales consumen tejidos vegetales vivos como los tallos, hojas, raíces y frutos, con lo que se regula el crecimiento de la vegetación; también contribuyen a preservar la diversidad genética y regeneración de los bosques riparios y morichales.
El fuego y sus efectos
Según explica Mosquera-Guerra, el 95 % del fuego que ocasionan los extensos y frecuentes incendios forestales en las sabanas de altillanura del oriente colombiano es causado directamente por el accionar humano para obtener el rebrote de gramínea (o pasto) para el ganado, o en técnicas tradicionales de caza y siembra. Y aunque el fuego es un elemento natural en las sabanas nativas, “se ha visto alterado el régimen del fuego por el accionar humano”, e intensificando sus efectos negativos debido al cambio climático y fenómenos como El Niño, explica el investigador. En el actual contexto de cambio global, prácticas identificadas por los investigadores como las mencionadas son insostenibles.
Para conocer qué tanto afectan esos fuegos al ecosistema, los científicos emplearon desde herramientas computacionales y técnicas de teledetección (como el uso de satélites y sensores remotos), hasta el registro de cámaras trampa en más de 200 estaciones de monitoreo, un trabajo que se hizo en conjunto con las comunidades locales. Esto fue útil para obtener información del paisaje, como los focos de calor de incendios forestales, la temperatura y las características de la vegetación y demás información ambiental empleada en la modelación de la dispersión de estos ungulados silvestres.
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La evaluación de esos datos incluyó cuatro pasos: modelar áreas adecuadas de ocurrencia de las tres especies; clasificar las áreas en hábitats adecuados o inadecuados; diseñar rutas o corredores de dispersión para conectar los hábitats; y medir la conectividad en esta área. En últimas, estos modelos funcionan para comprender lo que está ocurriendo en los ecosistemas, además de emplear la información ecológica de estas especies como modelos biológicos para entender los cambios actuales en los paisajes de sabana de altillanura.
“Las sabanas están adaptadas a cierto nivel de periodicidad de afectación por el fuego para generar procesos ecológicos, pero la frecuencia e intensidad se ha modificado en las últimas décadas. Además, el cambio climático genera condiciones idóneas para generar una mayor intensidad de los efectos negativos del fuego sobre los ecosistemas, biodiversidad, comunidades humanas y modelos productivos de la región”, señala el investigador. De hecho, en el departamento de Vichada se encuentran las dos áreas protegidas que más frecuentemente son afectadas por incendios forestales en el país: el Parque Nacional Natural El Tuparro y el Distrito de Manejo Integrado Cinaruco.
En palabras de Mosquera-Guerra, es de resaltar que “si bien las sabanas nativas presentan una resiliencia natural a ciertos niveles de afectación por el fuego, esta resiliencia no podría ser efectiva al escenario actual y futuro de aumento de temperaturas”. De hecho, la condición de aumento de la temperatura, variabilidad climática e intensificación de los efectos negativos del cambio climático es reportada por el Plan Regional Integral de Cambio Climático para la Orinoquia, y advierte un aumento de 1.8 °C en las próximas décadas.
La Orinoquia, por ejemplo, fue la región en la que se presentaron la mayoría de los incendios forestales (60 %) en medio de la emergencia que hubo a inicios de año en el país. Por lo que para los investigadores es clave que se consideren los incendios forestales en políticas públicas, por ejemplo, en el Programa de Ordenamiento y Gobernanza Ambiental Alrededor del Agua de la Orinoquia que está formulando el Ministerio de Ambiente, así como en los planes de Acción y de Gestión Ambiental de Corporinoquia.
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“La conectividad ecológica no solo es importante para estas especies y sus desplazamientos de un lugar a otro, sino los procesos que soportan como el contribuir a la variabilidad genética de las poblaciones, la regeneración de los bosques y el ciclaje (o circulación) hídrico y del carbono”, dice Mosquera-Guerra. Y agrega que tener poblaciones saludables de mamíferos y ungulados también contribuye a la soberanía alimentaria de las comunidades campesinas e indígenas que habitan esta región.
El artículo insiste que los bosques ribereños y morichales que integran los paisajes de sabanas de la altillanura estudiados “son cruciales para mantener la conectividad de las tres especies, mantener servicios ecosistémicos esenciales para el país y necesitan que se implemente las diferentes acciones de conservación y manejo consideradas en los instrumentos de planificación y planes de acción”.
Además, los investigadores evidenciaron que, contrario a lo que sucedía décadas atrás, los incendios forestales que se producen en las sabanas de la Orinoquia ya no están apagándose al llegar a los bosques ribereños y morichales “porque la relación entre el porcentaje de humedad que contenía la vegetación ha variado” -agrega Mosquera-Guerra- debido al cambio climático y la conjugación de fenómenos como El Niño, algo que se ve con las alertas de calidad de aire que se generan desde Puerto Carreño hasta Bogotá cuando hay temporada de incendios como la de hace un par de meses.