En el encierro de la pandemia, Martín Nova decidió comprender las crisis ambientales que enfrenta actualmente la humanidad, entre ellas el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. A través de una serie de conversaciones con expertos globales -científicos, empresarios, políticos, activistas y líderes indígenas-, este libro recrea, al estilo de un diálogo bajo el techo de una maloca y de manera amena y accesible, la situación y las posibles soluciones. Invita también a una reflexión espiritual, profunda y esperanzadora sobre el significado de vivir y actuar en este momento crucial, en el que debemos lidiar con una de las amenazas más severas de nuestra historia.
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No quiero entrar a enumerar o a hacer un ensayo sobre mis conclusiones personales de este proceso de conversaciones. Quizás mi lectura y mis conclusiones son distintas a las de otros lectores. Cada uno tiene, desde su realidad y sus prioridades, capacidades y visión sobre la materia y cada uno podrá tomar decisiones voluntarias según la cercanía que el tema le genere. Sin embargo, reflexiono sobre los temas aprendidos: la relación entre la pandemia y la crisis planetaria, pero también sobre la justicia entre países y la forma urgente en que el planeta como un todo reaccionó, desde todos los ámbitos, en la búsqueda de superar la crisis en conjunto. Los Gobiernos, las empresas, la comunidad como un todo. Una gran lección, que nos sirve para afrontar el futuro, fue que la pandemia era de todos: no se podía quedar nadie atrás; con uno que se quedara atrás, nadie saldría de la crisis. Algunos dicen que la pandemia salió de un laboratorio, pero es claro que al romper las barreras de la naturaleza y desequilibrar los sistemas, alteramos todo. Por fortuna, la pandemia finalmente se logró controlar de manera rápida y global. ¿Qué otros aprendizajes deja aquello para la crisis planetaria que enfrentamos? ¿Debería ser tratada como un tema de seguridad planetaria por el máximo organismo global con acciones concretas más fuertes, eficientes y vinculantes?
Pienso también en los síntomas de lo que sucede y en cómo somos una especie diminuta y pasajera en la historia de un planeta del que en nuestra arrogancia humana nos creemos sus dueños, y donde quien tiene más recursos o dinero se cree con más derechos y dueño de más. Somos una más de los diez millones de especies y aún creemos que somos la única, la que manda, la que más derechos tiene sobre todo lo demás, y con una convicción de que todo está allí en la na turaleza para tomarlo, de forma gratuita. Ser parte de la naturaleza es uno de mis grandes aprendizajes de este proceso. Pienso en las especies en riesgo, en algunas de las más visibles por el mercadeo o por su estética, como el oso polar o las tortugas en general, y contrasto con el amor que tienen las familias por sus animales domésticos y cómo los cuidan. ¿Y qué pasa con los animales silvestres y salvajes? Regreso al ejemplo de los Cerros Orientales de Bogotá, y leo en la prensa de días recientes sobre una especie de ave, el copetón, muy común en la zona, que ha disminuido de forma ostensible su población como consecuencia del cambio climático y el crecimiento de la ciudad. Pienso en aquel pájaro que escuchaba cantar en los amaneceres durante tantos años y desde hace un tiempo no volví a escuchar.
Pienso en el concepto del Jardín del Edén y en el inicio del Antropoceno, y que está en manos de la humanidad evitarlo. Pienso en quienes insisten en negar la crisis planetaria y el cambio climático o en quienes la reconocen, pero niegan que sea efecto del actuar humano, así como alguien todavía dice que la Tierra es plana. Creo que la evidencia científica es clara, es ya algo innegable y sobre lo que debemos apropiarnos, identificarnos y tomar acciones, sentirnos orgullosos de los aprendizajes, y pensar que estamos en capacidad de revertirlo. Los avances científicos deben ser orgullo de la humanidad entera. Rockström me decía que ya muchos no se desgastan con los negacionistas porque simplemente no van a cambiar de opinión. Pienso en lo poco que sabíamos hace cien, cincuenta o setenta años y en el recorrido para llegar acá: hoy tenemos las herramientas y se acabaron las excusas. Como quien sabe que va a pecar y peca: no tiene excusa y debe tener responsabilidad. Cada acción tiene su consecuencia, les enseñamos a nuestras hijas. Pienso en la discusión absurda de ideologías políticas de extremos, sobre quién tiene razón en estos temas, que en realidad nos pertenecen y nos afectan a todos.
Las ideologías se tomaron el discurso climático y no se dan cuenta del enorme daño que le generan: es contraproducente y cortoplacista. Réditos a corto plazo a costa de lo realmente importante. Pienso en los límites planetarios y en los bienes comunes, algo tan grande que es difícil de entender, pero al compararlo con nuestros exámenes sanguíneos, es quizás más fácil de digerir. ¿Qué puedo hacer desde mi vida en Bogotá para proteger la biodiversidad mundial, el Amazonas, la capa de hielo polar o los bosques boreales? Pienso en la Amazonía y en su biodiversidad y en cómo es necesaria para la vida humana en todo el planeta. El famoso efecto mariposa, pero el de verdad: en los árboles del Amazonas o en los corales del océano al otro lado del planeta, que hacen que todo sea posible. Pienso en la afectación del océano, sus temperaturas, corrientes y acidez, y en su importancia para los ciclos del planeta, pues es lo que lo hace habitable. Pienso en las especies marinas y su camino hacia la extinción y los efectos que eso tendrá sobre millones de habitantes del planeta. Pienso en la década, o en las décadas que vienen, de grandes decisiones de una humanidad comprometida y hermana; en si seremos capaces de reducir las emisiones en 50% por década hasta el 2050.
Pienso en los cambios en paradigmas económicos que se requieren, en la evolución del producto interno bruto como medida absoluta de crecimiento en esta carrera hacia el barranco. Son los cien metros planos en velocidad hacia lo incierto. Pienso en la crisis humana que hay detrás de la crisis planetaria. ¿Cuáles son esos factores que producen la crisis? El consumismo ilimitado, los egos, la ambición humana, el desperdicio, las desigualdades, las guerras, y muchos otros. Suena abrumador y desmotivador pensar en todo esto, a escala individual suena todo como utopías y sueños. Pienso en que debemos evolucionar a identificarnos como parte integral de la naturaleza, no como amos y señores de una tierra que está allí para nuestro consumo. Pienso en la filosofía ancestral de la Ley de Origen arhuaca: agradecer y retribuir por lo que tomamos de la naturaleza.
Pienso en la debatida crisis de los combustibles fósiles y en la enorme encrucijada que representa, y en la necesidad de una transición de las próximas décadas para frenar el Antropoceno, algo que ya ni los países petroleros o grandes compañías de la industria fósil niegan. Una transición, no sobra repetirlo, que no puede retroceder el bienestar alcanzado por la humanidad ni afectar a unos más que a otros, y mucho menos a los países que menos tienen, que deben seguir avanzando. Pienso en la meta de no superar 1,5 °C de incremento en temperatura: algo que suena tan fácil, algo que suena tan claro en objetivo, pero a la vez tan abstracto y difícil de entender. ¿Qué es 1,5°C en promedio en el planeta? Esa cifra de 1,5°C que podría resumir todas las palabras de este libro. Los climas cada vez más extremos confunden; tenemos temperaturas récord y anómalas en gran parte del planeta. Pienso en los enormes esfuerzos de la comunidad ambientalista y científica global, y en los activistas que luchan día a día, que llevan décadas estudiando y enseñando, décadas de conferencias que a veces parecen perdidas e inoficiosas, pero todas encaminadas a lograr un consenso y acuerdos globales que lleven a una solución y a un plan. El Acuerdo de París es un ejemplo de ello: un consenso en el que casi doscientos países dijeron sí a las metas del 2050. Ahora falta ponerlas en práctica. Pienso en la importancia de la escucha, en la importancia de no descartar a nadie, ni a los hermanos menores ni a los hermanos mayores de todo el planeta, porque entre todos está la solución y todos tenemos conocimientos diferentes.
Pienso en la importancia de la educación climática y ambiental, y social, y en el activismo. Todos podemos ser activistas en cierta manera. Este libro es mi manera de ser activista. Pienso en la alimentación de cada uno, un paso tan sencillo para lograr un aporte, tan simple como un cambio en la dieta, que puede ser considerado como otra transición. Reducir el consumo de proteína animal es algo realmente fácil. Puede ser el nuevo “Un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”, sin necesidad de ir hasta la Luna; con cambiar la dieta podemos cambiar el planeta. Y además será bueno para nuestra salud.
Pienso en los miles de compañías privadas y fondos de inversión que están buscando tecnologías para la transición. Pienso en las empresas y en su enorme responsabilidad, en los líderes empresariales y ceo, que ya muchos han dado pasos muy adelantados, más rápido incluso que los Gobiernos, en la búsqueda de empresas sostenibles con miras a ser huella de carbono neutras a mediano plazo. Muchas, enormes, ya han avanzado y definido sus metas y planes, saben que es una necesidad y que sus mismos clientes se los van a exigir. Pienso en que si cada empresa, grande o pequeña, especialmente las pequeñas, por su cantidad e importancia, se convence de dar el paso hacia medir su huella anualmente y compensarla, será un avance enorme para la humanidad. Debemos educarnos en ello quienes estamos en la empresa privada.
Me gusta pensar en este documento como un libro de negocios: que los empresarios medianos y pequeños entiendan que deben dar ese gran paso. Pienso también en los políticos y sus discursos muchas veces vacíos y sin acciones. Pienso en la responsabilidad de reforestar y de proteger los sumideros de carbono del planeta, priorizar dónde con menos recursos se puede tener el mayor impacto positivo; en esto podemos actuar todos: Gobiernos, organizaciones no gubernamentales, empresas y personas. Pienso en los parques naturales y en su importancia, en la conservación del 30% para el 2030, en lo que ya muchos países definieron sus metas.
Pienso en las reservas naturales de la sociedad civil y su generosidad. Pienso en la tecnología y en la inteligencia artificial, que serán claves para este enorme proyecto de la humanidad, en la búsqueda de nuevas tecnologías para construcción, para transporte, para energía, para alimentación, o incluso para captura de carbono. Y finalmente pienso en lo más importante, en la esperanza: pienso que todo estará bien para las siguientes generaciones si las actuales hacemos lo correcto. Pienso que está en nuestras manos, en las de cada uno, pasar del discurso a los hechos.
Pienso en cada uno de los entrevistados para este libro y en todas las personas como ellos y las más jóvenes, que vienen en camino de formación y de liderazgo, y que dedican sus vidas a esta causa, que influirán en millones de personas más, que definirán el futuro del planeta para los próximos miles de años. Cada persona puede trabajar desde su metro cuadrado, o desde su hectárea, desde su espacio y capacidad de influencia, en cuantificar y realizar su aporte. Un país como el mío, por ponerlo de ejemplo, puede ser un líder mundial en sostenibilidad si como prioridad toma unas acciones de protección y restauración reales que tengan un impacto global. Mucho más impacto tiene ello que desgastarse con amenazar a corto plazo a las industrias fósiles del país y perder con ello los ingresos para sacar adelante a su población y generar mayor bienestar colectivo, e incluso para poder financiar la transición.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. El libro será presentado hoy 11 de junio a las 5:30 p.m. en la Librería Lerner (carrera 11 No 93A-43, norte de Bogotá), con una charla entre el autor y el periodista Alejandro Santos. Martín Nova (Medellín, 1978): estudió Administración de Empresas en la Universidad de los Andes, se especializó en Mercadeo Estratégico en el cesa y realizó un executive MBA en Kellogg School of Management. Fue vicepresidente de Mercadeo del Grupo Éxito entre 2008 y 2018. Es empresario, miembro de varias juntas directivas y experto en temas de mercadeo e innovación. Fue productor ejecutivo de Colombia, magia salvaje, la película colombiana más taquillera de la historia, con 2,5 millones de espectadores en cines. Dirigió y produjo la película Leyenda viva: el alma de un pueblo. Es autor de los libros Conversaciones con el fantasma: treinta y dos entrevistas sobre los últimos cincuenta años del arte en Colombia, Memorias milita-res: conversaciones con los comandantes del Ejército, 1989-2019 y Leyenda viva.