El fogón, alimentado de leña durante todo el día, es el centro de preparación de comida en las rancherías wayuus en la Alta y Media Guajira. Las cocinas están en espacios cerrados, con un fogón “ubicado en el suelo, construido a base de piedras y con la madera dispuesta para el calentamiento del fuego”, describe la ingeniera ambiental de la Universidad de La Guajira, Seleiner Elías, en su tesis de maestría publicada el año pasado.
Lo que se cuenta ahí sobre la preparación de la comida es el panorama de más de un millón y medio de hogares en Colombia que cocinan con leña y madera, carbón mineral, carbón de leña, entre otros, o lo que se conoce formalmente como combustibles catalogados como de uso ineficiente y altamente contaminante (CIAC). Según datos de la Encuesta de Calidad de Vida (ECV) del DANE, en 2021 fueron 1.691.000 los que utilizaron estos combustibles para cocinar, lo que corresponde a cerca del 10 % de todos los hogares en el país, especialmente los rurales.
Cuatro de cada diez casas rurales preparan comida con estos combustibles, principalmente en los departamentos de Vaupés, Vichada, Guainía, La Guajira, Amazonas y Córdoba. “Es un combustible que es asequible y hace parte de la tradición culinaria del país. En algunas zonas también se utiliza para obtener energía para la calefacción”, indica sobre la leña Giovanni Pabón, director del Área de Energía de Transforma y quien también ha investigado sobre este tema desde hace varios años. (También puede leer: En 2022, 433 millones de pacientes fueron atendidos en lugares sin electricidad)
El problema, indica la Unidad de Planeación Minero-Energética (UPME), es que combustibles como la leña generan “situaciones negativas en la calidad de vida de las personas” y también en el medio ambiente. ¿Por qué? Una parte tiene que ver con que el uso de la leña es “ineficiente”.
Jonathan Sánchez, ingeniero químico y especialista sectorial y corporativo en cambio climático y biodiversidad en WWF, que además trabajó hace unos años en la UPME, explica que la leña tiene dos factores que influyen en su uso ineficiente: uno, asociado al sistema donde se usa (estufa), y otro, que tiene que ver con la calidad del combustible.
“Muchas de las estufas no hacen una combustión completa, el material que tienen no conserva el calor efectivamente”, indica Sánchez. Por otra parte, señala, “si sacas madera que de pronto esté mojada vas a tener que evaporar el agua antes de quemar el combustible; es un proceso muy ineficiente”. (Le puede interesar: Transformar la ganadería, la tarea de Colombia para reducir las emisiones de metano)
El lío es que la combustión incompleta de la madera y leña está relacionada con las emisiones de carbono negro, un contaminante del aire, que está asociado con el calentamiento de la atmósfera. Además, el humo de la leña puede ser dañino para la salud. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año cerca de “4 millones de personas mueren prematuramente por enfermedades atribuibles a la contaminación del aire de los hogares” por el uso de combustibles sólidos para cocinar. Un estudio publicado en 2013 en la revista Salud Pública encontró que los niños menores de 12 años en corregimientos cercanos a depósitos mineros en el Cesar tuvieron mayor proporción de casos probables de asma.
Este panorama fue una de las razones por las que la UPME publicó una primera guía del plan de la estrategia para cambiar el uso de leña por millones de colombianos. “Plan Nacional de Sustitución de Leña (PNSL) para la cocción doméstica” es el título del documento que fue publicado a finales de 2022.
En este momento el texto está habilitado para recibir comentarios. La idea, luego, es ajustar el plan y entregárselo al Ministerio de Minas y Energía “para que pueda ser una base del Programa de Sustitución de Combustibles Altamente Contaminantes, el cual se encuentra a su cargo”, confirmó la UPME a El Espectador. (Le recomendamos: El cemento también es responsable del cambio climático, ¿podremos sustituirlo?)
A grandes rasgos, el plan espera que todos los hogares que cocinan con leña dejen de hacerlo para 2050, por medio de un proceso de sustitución dividido en tres plazos: diciembre de 2026, diciembre de 2030 y 2050. En ese tiempo se tendrá que dar a 1’377.000 de hogares —que solo tienen la leña o otros CIAC para cocinar— una “alternativa energética limpia” para preparar comida.
¿Cuáles son las alternativas? La UPME propone la sustitución por gas natural, gas licuado de petróleo (GLP), biogás, energía eléctrica o estufas ecoeficientes. Respecto a esta última opción, para expertos como Pabón, el problema de fondo no es la leña en sí. “Se debe hacer una actualización tecnológica en las cocinas colombianas que usan leña, no necesariamente para reemplazarla, sino para sustituir los sistemas en que se usa, esto generará una mejora en la reducción de emisiones contaminantes dentro de las casas así como una mejora en la seguridad y en la eficiencia con que se usa este combustible”, opina.
El proceso de sustitución, indicó la UPME, además representa un “rol importante” en la transición energética que quiere desarrollar el gobierno. “La sustitución representa la transición energética para los hogares rurales, ya que busca hacer uso de combustibles más eficientes y limpios para la cocción de alimentos” explicó la unidad. Sánchez, de WWF, lo resume en que la transición energética no es el cambio a energías renovables (únicamente), sino una transición a energías más limpias.
¿Qué tan grande es el reto de la sustitución?
Este tema no es nuevo y, de hecho, se lleva discutiendo en el Ministerio de Ambiente desde hace más de 10 años, cuenta Sánchez. “Yo veo el reto muy grande”, lo resume él. Hacer una sustitución de este tipo no solo implicaría hacer una inversión grande, por varios años, e instalar infraestructura en varios casos, sino que también se trata de cambiar una costumbre fuertemente arraigada.
Empecemos por lo técnico. Cada una de las alternativas (gas natural, electrificación, biogás, entre otras) tiene retos distintos. “Por ejemplo, si se daña una parte de un asador de ladrillo se hace un cambio rápido, porque son materiales relativamente fáciles de conseguir. Una estufa que funcione con gas natural implica, por ejemplo, hacer una revisión a la presión del gas una vez al año, y eso lo cobran en la factura”, dice Sánchez. (Le puede interesar: El gobierno publicó el primer documento que da pistas sobre la transición energética)
Las estufas de inducción, continúa, requieren ollas especiales, exclusivamente, mientras que el proceso de electrificación de una zona que no esté conectada a la red nacional implica garantizar una infraestructura y, posteriormente, revisiones y mantenimiento.
A esto se le suma que “no hay un mercado natural en estos lugares para adquirir gas o electricidad, en la gran mayoría de los casos, la sustitución dependerá de los recursos que se puedan asignar”, señala Sánchez. Es decir, que las alternativas o nuevas tecnologías deberán ser entregadas por el Estado.
¿De dónde saldría la plata para esto? La UPME respondió que “los costos dependen de la alternativa más idónea para cada caso”, pero se refirió a otro documento, publicado en 2019, que hace un estimativo de los posibles costos. Este texto concluye que el proceso costaría $1,791 billones en sus 30 años de desarrollo, pero se debe recordar que es una proyección de hace algunos años. (Puede leer: Modelos de negocio de petroleras son incompatibles con la supervivencia humana: ONU)
Además, ese documento indica que un plan de sustitución deberá brindar subsidios mensuales para los hogares que adopten algunos de los nuevos energéticos, como gas natural o GLP. Los costos de estos subsidios serían de $10,71 billones. Aunque el nuevo documento publicado a finales de 2022 no menciona un subsidio, a Sánchez le preocupa de dónde saldría la plata para una medida como esta.
Y, por otra parte, está otro reto: el asunto cultural. “Hay zonas donde la gente tiene tres sistemas, la leña, el gas y electricidad, y esto no significa que dejen de utilizar la leña para la comida, es una elección profunda de arraigo cultural culinario que existe en más del 10% de la población colombiana”, dice Pabón , de Transforma.
Esta tradición se relaciona tanto al sabor que adquiere la comida al cocinarse en leña, conocido en algunas partes como el ahumado, como a que es más barato utilizar ese material. “Hacer esa sustitución no es de la noche a la mañana. En algunas partes, escuché por años decir a varias personas que no cambiarían la leña. No hay una fórmula para proponerles una sustitución y que la acepten automáticamente”, agrega Pabón.
La misma UPME señala que uno de los retos de este proceso será que los “beneficiarios de la sustitución” efectivamente hagan uso de las alternativas y “comprendan los beneficios que les trae los energéticos más limpios a su salud y entorno”. Más allá de mencionar en el documento que se hará un acompañamiento cultural, la unidad no ha dado pistas de cómo piensa hacer esa pedagogía.
“Estoy de acuerdo con que se haga la sustitución, mientras que la gente también lo esté. No me parecería montar un programa gigantesco que lleve gas o electricidad y que la gente no lo use, sería un desperdicio gigante de recursos”, opina Pabón. Por eso, para él la alternativa va más hacia el uso de estufas eficientes para la cocción de leña.
Pabón, autor de un programa hecho por el Ministerio de Ambiente sobre estufas mejoradas para la cocción de leña, dice que ya existen muchas marcas de estufas adecuadas para este propósito y conocimiento técnico sobre cómo hacerlas útiles. El problema en algunos casos, al parecer, es que esa opción se descarta después.
Este es un problema identificado por la UPME, que explicó que “se ha evidenciado que en algunas regiones donde se les ha proporcionado una alternativa, estas no han sido adoptadas en su totalidad por diferentes aspectos, como dificultad en la cobertura, economía y cultura”.
Al hablar sobre una de las múltiples iniciativas que buscó llevar estufas eficientes a los hogares colombianos, Sánchez anota que, en algunas ocasiones, el cambio es poco práctico. “La teoría te dice que debes cocinar fuera de la casa para evitar el riesgo de contaminación, pero diariamente la gente lo hace dentro de su casa. Pasó mucho que las personas dejaban botadas sus estufas eficientes y volvían a usar las que tenían adentro”.
En todo caso, Pabón asevera que hay una buena oportunidad para analizar qué ha salido mal, porque, hasta la fecha, “creería que hay unas 100.000 estufas repartidas en el país. Allí hay una gran cantidad de datos para ver qué pasó con ellas o cuáles han sido los errores de despliegue de este tipo de sistemas en Colombia”.