El primer observatorio de alta montaña de los Andes del Norte está en Colombia
Colombia pasó de tener 13 áreas glaciares a contar con solo seis en los últimos 70 años. El macizo volcánico Ruiz-Tolima, en la Cordillera Central es un laboratorio de investigación sobre los efectos del cambio climático en los ecosistemas de alta montaña.
Yorley Ruiz
Verónica Tangarife
En los últimos 70 años, Colombia pasó de contar con 13 glaciares de montaña a solo seis. Según estimativos, los glaciares que quedan siguen perdiendo entre el 3 al 5 % de su masa de hielo cada año. Tal ha sido su vertiginosa desaparición que los glaciares pasaron de sumar una superficie total de 374 km², alrededor de 1850, a tener aproximadamente 34.85 km² en el año 2020. Es decir, el país ha perdido el 92 % de sus campos de hielo, según un informe del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam). (Puede leer: Llamado global para salvar de la extinción la flor más grande del mundo)
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En los últimos 70 años, Colombia pasó de contar con 13 glaciares de montaña a solo seis. Según estimativos, los glaciares que quedan siguen perdiendo entre el 3 al 5 % de su masa de hielo cada año. Tal ha sido su vertiginosa desaparición que los glaciares pasaron de sumar una superficie total de 374 km², alrededor de 1850, a tener aproximadamente 34.85 km² en el año 2020. Es decir, el país ha perdido el 92 % de sus campos de hielo, según un informe del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam). (Puede leer: Llamado global para salvar de la extinción la flor más grande del mundo)
Los glaciares con los que el país cuenta actualmente son: la Sierra Nevada de Santa Marta, la Sierra Nevada El Cocuy o Güicán, el volcán Nevado del Ruíz, el volcán Nevado Santa Isabel, el volcán Nevado del Tolima y el volcán Nevado del Huila. Según los análisis de los investigadores del Observatorio Socio-Ecológico de Alta Montaña Poleka Kasué, ubicado en la Cordillera Central, Colombia, los glaciares colombianos se encuentran en vía de extinción, y su proceso de desaparición está ocurriendo entre 36 a 50 veces más rápido de lo experimentado en el pasado en horizontes de largo plazo, por cuenta de presiones antrópicas como el cambio climático.
Esta problemática no es exclusiva de Colombia, sino que también afecta a los ecosistemas de alta montaña de toda la Cordillera de los Andes, que se extiende a otros países como Argentina, Perú, Ecuador, Bolivia, Chile y Venezuela. Su degradación no solo impacta a los 75 millones de personas que la habitan, sino también la biodiversidad y la disponibilidad de agua en estos territorios. Sin embargo, existe un desconocimiento considerable de la población sobre la dependencia de las ciudades andinas a los ecosistemas que las rodean. (Le puede interesar: Indígenas de Brasil obtienen victoria clave en juicio por tierras del Amazonas)
“La gente habla más del calentamiento que está ocurriendo en el círculo polar ártico, se generan muchas más campañas de difusión relacionadas con lo que podría pasar allí, pero no se habla tanto de los niveles altos de la tropósfera tropical, por encima de los 6 mil metros sobre el nivel del mar. Esos dos calentamientos inusuales están conectados, hay evidencias que muestran que ellos cabalgan de la mano. Pero, para un ciudadano de a pie, vende mucho más el oso polar que, lastimosamente, el oso andino. Es decir, tiene mucha más capacidad esa comunidad allá de demostrar esa problemática, que nosotros”, explica Daniel Ruiz-Carrascal, uno de los científicos del Observatorio.
Monitorear para conservar
El conocimiento sobre la acelerada degradación de los ecosistemas de alta montaña en Colombia fue lo que impulsó, hace 19 años, a Ruiz-Carrascal y otros científicos docentes del Programa en Ingeniería Ambiental de la Universidad EIA a materializar la idea de un observatorio referente en el mundo para estudiar los efectos del cambio climático sobre los ecosistemas de los Andes Tropicales. (También puede leer: ¿Por qué está haciendo tanto frío en Bogotá?)
“No basta con quedarse con los resultados de modelos de proyección global, donde se nos dice cuáles van a ser las zonas más afectadas por el cambio climático, sino que también es importante fortalecer esa ciencia local para conocer cómo esos impactos planetarios se ven reflejados en los territorios específicos, y esto es lo que se propone a través de este proyecto, porque estos ecosistemas de alta montaña de los Andes del Norte están experimentando muy aceleradamente condiciones cambiantes”, agrega el científico Ruiz-Carrascal.
En los años 2004 a 2008 se realizaron los primeros proyectos de investigación en el Nevado de Santa Isabel, que fue llamado por los indígenas con el nombre de Poleka Kasué, y es el que le da el nombre a este observatorio de ecosistemas de alta montaña. Esos primeros acercamientos incluyeron la instalación paulatina de sensores para la toma de registros continuos, ininterrumpidos de variables como temperatura, humedad relativa y punto de rocío.
Actualmente, el Observatorio cuenta con 28 sensores que continúan recolectando información de los cinco ecosistemas que conforman la alta montaña en Colombia: el bosque alto andino, el subpáramo, el páramo, el super-páramo y la zona glaciar. Los sensores han sido instalados a lo largo de un gradiente altitudinal que se extiende desde los 1.600 metros sobre el nivel del mar hasta los 4.600 m. Uno de estos sensores que cuenta con registros horarios de temperatura con el horizonte más extenso (desde el año 2008 al presente), se encuentra ubicado al interior del Parque Nacional Natural Los Nevados, en el macizo volcánico, a unos 3790 m sobre el nivel del mar. (Puede interesarle: Definir el futuro cercano del petróleo y gas, la recomendación para Colombia)
En ese horizonte de tiempo, los registros de los sensores del Observatorio sugieren que las temperaturas del aire mínima, media y máxima han incrementado a tasas cercanas a 0.156, 0.219 y 0.387 °C por década, respectivamente. El incremento en la temperatura media en esos niveles excede ligeramente 1.2 veces la tasa de incremento global que el planeta ha registrado desde el año 1981.
Estos ecosistemas, gracias a su clima, características del suelo y de su vegetación, cumplen funciones ambientales fundamentales, especialmente las relacionadas con la provisión del recurso hídrico, así como la captura y retención de carbono, y el aporte a la biodiversidad. No obstante, debido su ubicación geográfica en términos de altitud y latitud, están expuestos a condiciones ambientales extremas.
“Lo que está pasando en estos ecosistemas de alta montaña es un escenario anticipado de lo que muchos otros ecosistemas en el mundo estarán experimentando. Nosotros podríamos entonces crear aquí unos escenarios para entender el impacto que el cambio climático puede generar en esos ecosistemas, y plantear así estrategias de adaptación para la conservación de nuestros ecosistemas que puedan ser replicadas en otros ecosistemas del planeta. Lo que estamos tratando de hacer es generar un conocimiento que les permita a otras regiones adaptarse de la mejor manera a las condiciones climáticas cambiantes”, destaca el investigador colombiano. (También puede leer: ¿Sin plan en Bogotá? No se pierda el festival de cine ambiental Planet On)
Con el objetivo de hacer monitoreo de largo plazo, el proyecto de investigación plantea seis líneas de estudio: cambio climático; dinámica de estabilidad atmosférica; balance hídrico y cambios potenciales; captura y almacenamiento de carbono en suelos, turberas y microhábitats acuáticos; impacto antrópico y gestión del territorio; y análisis de niveles de biodiversidad y vulnerabilidades. El proyecto propende por proponer e implementar modelos de adaptación y mitigación que permitan y favorezcan la conservación de estos ecosistemas.
El cambio climático no es la única amenaza
El ecosistema de alta montaña puede ser fácilmente alterado debido a presiones externas como la ocupación del territorio y sus usos. El Observatorio, mediante la fotointerpretación y verificaciones en campo, ha confirmado la influencia de las actividades agrícolas, forestales y ganaderas en esta problemática. A partir de estos resultados, se ha desarrollado una metodología que busca la selección óptima de áreas de conservación, buscando un equilibrio entre el aporte ecológico y la conectividad con las zonas ya protegidas.
“Estos ecosistemas no solo tienen la presión de cambio climático; ellos tienen otros múltiples factores que comprometen su integridad: por ejemplo, la expansión de las fronteras agrícola y pecuaria. Debido a que estos ecosistemas se están calentando más aceleradamente que las zonas bajas en su entorno y, por ende, las temperaturas son cada vez más favorables en estos niveles altos, se están teniendo condiciones más propicias para, por ejemplo, la siembra de papa. Así mismo, ubicar ganado cada vez más arriba buscando nutrientes para ellos y permitir la explotación minera a cielo abierto, son factores que van en detrimento de esta riqueza natural”, detalla el científico Ruiz-Carrascal. (Puede interesarle: “Hemos abierto las puertas del infierno”: el llamado de la ONU sobre la crisis climática)
Del conocimiento a la acción
Todo el trabajo de monitoreo y recopilación de datos realizado por el Observatorio se complementa con un trabajo de apropiación social del conocimiento y de divulgación. A pesar de que las comunidades se encuentran en áreas remotas y de difícil acceso, se ha logrado realizar algunos talleres grupales para socializar algunos conceptos clave como sostenibilidad, biodiversidad y conservación de ecosistemas estratégicos, entre otros. La preocupación actual se centra en cómo llevar a la acción estos aprendizajes, que influyan en el cambio en sus actividades económicas que favorezcan la conservación de los ecosistemas de alta montaña.
“Estas comunidades son altamente dependientes del agua que desciende de los páramos y se está presentando una importante reducción de esta oferta en los periodos secos. Estamos tratando de construir con ellos la mejor manera para prepararse ante escenarios futuros en los cuales la oferta del agua de alta montaña será limitada”, proyecta el investigador Ruiz-Carrascal.
El Observatorio ha llevado a cabo un monitoreo a largo plazo en el Nevado de Santa Isabel, abordando no solo los aspectos ambientales sino la integración socioeconómica, incluyendo servicios ecosistémicos, la percepción comunitaria, las prácticas de uso del suelo y las preocupaciones de distintos actores. Las acciones que fomentan la conservación se han llevado a cabo a una escala reducida pero con el propósito de ser replicadas a nivel global en otros ecosistemas de alta montaña, que generen un impacto positivo a nivel mundial. (Puede leer: ¿Por qué el cambio climático afectará en mayor medida a mujeres y niñas?)
“Hay una cosa que nosotros nos soñamos, y es que todas estas áreas protegidas se vayan expandiendo. Es decir, que no queden restringidas a estas islas en los puntos más altos de la cordillera de los Andes, sino que haya mucha más conectividad entre ellas, tener áreas protegidas permitiría preservar muchos más ecosistemas que son altamente sensibles. Es decir, si logramos reducir la presión antrópica de cualquier índole sobre este ecosistema, lograríamos frenar el acelerado proceso de deterioro que ellos están teniendo en estos momentos”, destaca por último el académico Ruiz-Carrascal.