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En Colombia están los manglares más altos y conservados de América

A través de una expedición liderada por WWF que buscaba comprobar lo que varias mediciones satelitales sugerían, un grupo de investigadores encontró que los manglares de Santa Bárbara de Iscuandé (Nariño) ostentan este título y no están ubicados dentro de un área protegida. ¿Por qué tienen un estado alto de conservación?

Paula Casas Mogollón / @PauCasasM
13 de agosto de 2020 - 02:00 a. m.
Los expertos durante la medición de los árboles en Santa Bárbara de Iscuandé. / Fotos: Gustavo Castellanos-Galindo - WWF Colombia
Los expertos durante la medición de los árboles en Santa Bárbara de Iscuandé. / Fotos: Gustavo Castellanos-Galindo - WWF Colombia
Foto: Gustavo Castellanos-Galindo - WWF Colombia

En las zonas tropicales y subtropicales del mundo están los manglares, unas franjas de bosques leñosos que conforman la línea divisoria entre la tierra y el mar, donde normalmente desembocan los ríos. Sus plantas tienen la habilidad única de resistir agua salada y dulce a la vez; son enormes sumideros de carbono, generan una barrera natural contra huracanes y tsunamis, y son el hábitat de muchas especies de importancia ecológica y económica. Por eso son uno de los ecosistemas más importantes del planeta. En Colombia hace poco se descubrió que están los más altos y mejor conservados de América.

Todo comenzó en la NASA

Entre 2003 y 2010, Lola Fatoyinbo y Marc Simard, investigadores del Goddard Space Flight Center de la NASA, dirigieron un grupo de expertos que buscaba elaborar el mapa más completo de manglares en el mundo. A partir de las mediciones de dos satélites de la misión Shuttle Radar Topography, que voló en 2000, utilizó ondas de radar y un satélite de elevación de nubes y tierra (llamado LIDAR) para obtener la información. Estudiaron la altura de los árboles, la biomasa de un manglar y el total de carbono que estos bosques pueden almacenar, en varias regiones del mundo.

Se enfocaron en catorce zonas de países de África y América como Gabón, Nigeria, Tanzania, Colombia, Venezuela, Brasil y Costa Rica. Y encontraron que los árboles de manglar más altos crecen en Gabón (África central) y que en promedio pueden almacenar 244 toneladas métricas de carbono por hectárea, mientras que en otros bosques la cifra es menor a cien toneladas por hectárea. Además, constataron que los manglares más altos crecen en zonas con abundante agua dulce, alta precipitación y generalmente donde el desarrollo humano es mínimo.

Entre los resultados, publicados en 2018 en la revista Nature Geoscience, hubo un dato que llamó la atención de Simard: en el Pacífico colombiano, en el municipio de Santa Bárbara de Iscuandé (Nariño), están los manglares más altos y mejor conservados del continente americano, y no hacen parte de un área protegida. “Estudié el impacto de la precipitación, temperatura y huracanes en la distribución de la altura del manglar. Me di cuenta de que no estaban en Ecuador, como se creía. Se encuentran en una zona desconocida para la ciencia”, explica Simard.

Colombia, con cerca de 290.000 hectáreas, es el cuarto país del continente con mayor extensión de manglares, según datos del Ministerio de Ambiente, y casi el 80 % de ellos están en el Pacífico, donde la lluvia en la región costera puede alcanzar hasta ocho mil milímetros por año. Por ello algunos de los manglares en esta región se pueden considerar los más húmedos del mundo. El agua en abundancia podría ser uno de los factores que contribuye al alto desarrollo estructural que alcanzan estos bosques, pero había que comprobar los hallazgos de la investigación de la NASA.

En noviembre de 2019 un grupo de expertos de WWF organizó una expedición de una semana a una de las áreas. El objetivo era verificar en campo los hallazgos del estudio, estudiar el estado de conservación de los manglares y medir los árboles con otros métodos, como drones, para corroborar los resultados que arrojaron los satélites. En el viaje también participaron funcionarios del Ministerio de Ambiente, que coordinó, junto con las corporaciones autónomas regionales, acciones de manejo y conservación de los manglares; el Centro Leibniz de Investigación Marina Tropical y el Jet Propulsion Laboratory de la NASA.

La expedición hizo parte del Plan Nacional de Expediciones Científicas, estrategia liderada por la Comisión Colombiana del Océano para explorar aquellos lugares remotos que antes, por motivos de orden público, no habían podido ser estudiados científicamente. “Trabajamos con la Armada Nacional y la Dirección General Marítima para contar con los buques adecuados; el Ministerio de Ciencia, además, ha contribuido con recursos a través del programa Colombia Bio, y las autoridades locales ambientales han sido aliadas fundamentales, al igual que Parques Nacionales”, cuenta Juan Camilo Forero, capitán de navío y secretario ejecutivo de la Comisión.

Ya adentrados en la zona de manglar, los investigadores utilizaron drones para documentar fotográficamente su altura y comparar los datos con las imágenes satelitales tomadas en 2000. “Confirmamos que había árboles de hasta 55 metros de altura, y en el Caribe, por ejemplo, los árboles no sobrepasan los diez metros”, dice Gustavo Castellanos, investigador y consultor de WWF que asistió a la expedición. La visita también sirvió para corroborar que las zonas cercanas al Parque Nacional Natural Sanquianga, que se enfoca en la conservación del manglar, son quizá las zonas de este tipo de bosque mejor conservadas del país.

Ante la duda de por qué los manglares están tan bien conservados si no son área protegida, los expertos tenían una hipótesis: el difícil acceso a la mayoría de zonas en el Pacífico ha protegido a los ecosistemas de la degradación, y Santa Bárbara de Iscuandé no era la excepción. Pero, al iniciar los estudios, encontraron que los habitantes han sido fundamentales, pues desde hace varios años se preocupan por su estado. La zona es habitada por la comunidad afro organizada en el consejo Esfuerzo Pescador, quienes, con la ayuda de organizaciones ambientales, han sido los encargados de conservarlo en los últimos años.

José Kennedy, representante legal del Consejo Comunitario, dice que una de las estrategias que ha tenido éxito entre los pobladores es generar consciencia sobre lo que los manglares representan para su salud y bienestar. “De ellos sale nuestro sustento, nuestra respiración, el alimento de nuestros hijos, nuestras viviendas, el estudio de la comunidad y la salud. El manglar para nosotros es todo”, añade.

Cuidar este bosque es clave por los beneficios naturales que ofrece y la cantidad de carbono que guarda, un as para luchar contra el calentamiento global. Los manglares retienen cuatro veces más carbono que los bosques terrestres y, se estima, que a escala mundial tienen almacenadas 11,7 gigatoneladas de este. Castellanos, sin embargo, aclara que la clave está en mantenerlos sanos. Mientras que un manglar sano atrapa y encierra el carbono debajo y encima de la tierra, uno destruido libera ese dióxido de carbono y acelera el cambio climático.

La vida que crece en el manglar

Durante la expedición, mientras un grupo de expertos estaba encargado de tomar medidas en los manglares, otros investigadores muestrearon los peces en estadio larval que se desarrollan en la zona. El manglar funciona como una especie de guardería para las especies recién nacidas y, en el caso de Santa Bárbara de Iscuandé, los científicos querían averiguar cómo se estaban desarrollando los juveniles de peces y si sus especies estaban igual de conservadas al manglar. Un asunto donde las técnicas de pesca utilizadas por la comunidad son determinantes.

La comunidad, con la ayuda de varias organizaciones, lleva seis años implementado acuerdos de conservación y procesos de pesca artesanal sostenible que permitan conservar toda la vida que hay en ese ecosistema. Pero el uso de mallas no reglamentarias sigue siendo problemático. Al ser tan pequeños, los ojos de las redes atrapan a los camarones o peces jóvenes, que no tienen aún la talla de madurez y no han logrado reproducirse, cortando el ciclo de vida de la especie. Lo ideal es emplear mallas reglamentarias con ojo superior a 2¾ de pulgada.

Beatriz Beltrán, consultora de WWF e investigadora en larvas de peces, advierte que, en caso “de no mejorar esta práctica, habría una reducción de la población con potencial de reproducción, disminuirían los recursos pesqueros y se presentaría un problema de seguridad alimentaria”. Si no se cambian estos hábitos habría desempleo y hambre en el municipio. Eso sin contar que las tasas de comercialización bajarían e impulsarían a las comunidades a actividades que podrían derivar en sobrepesca, minería ilegal o tala de bosques, amenazas latentes para el manglar en otras zonas del país.

El riesgo no desaparece

La agricultura, el desarrollo costero para hoteles y viviendas, la acuicultura de camarón, la contaminación y la expansión de fronteras agrícolas han sido los principales factores del deterioro de los manglares en Colombia. Los de la Ciénaga Grande de Santa Marta, conocidos por ser el mayor complejo lagunar del país, son el ejemplo más claro de un desastre ambiental. El desarrollo de la vía Ciénaga-Barranquilla interrumpió el flujo de agua entre los manglares y el mar, reduciendo las hectáreas de mangles de 52.000 a 21.000. Y la deforestación hizo que en los últimos tres años se perdieran 96 hectáreas de bosque.

Para evitar que se repita esta tragedia ambiental ahora en el Pacífico, WWF espera que con la información levantada en esta expedición se pueda estimar con mayor precisión las reservas de biomasa y carbono de estos bosques gigantes y comprender qué determina la productividad en estas áreas. De la mano de la comunidad, pretenden diseñar nuevas estrategias para proteger el activo natural de estos ecosistemas y los servicios que brindan. Un proyecto que se podría replicar en otros municipios de esta región, donde también hay manglares muy altos.

“Entender las relaciones entre los elementos, componentes y ámbitos del sistema socioecológico del manglar es clave para conservarlo. Si se genera información primaria que evidencie esas relaciones, se pueden tomar mejores decisiones en torno a su gestión”, asegura Héctor Tavera, especialista en ecosistema de manglar del Ministerio de Ambiente que participó en la expedición.

Hace poco, una nueva recolección de datos reveló que en Timbiquí (Cauca) también podría haber árboles tan altos como los de Santa Bárbara de Iscuandé. Simard y su equipo de la NASA están trabajando en un nuevo mapa de manglares del mundo con cifras de 2015, con la ayuda de un satélite alemán. Con el esfuerzo conjunto esperan promover una alianza mundial que preserve efectivamente este ecosistema, crucial para la lucha contra el cambio climático y paradójicamente en riesgo de desaparecer si no se reduce el calentamiento global que aumenta el nivel del mar.

Por Paula Casas Mogollón / @PauCasasM

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