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En su mesa se cocina la crisis climática

Parte de la solución al cambio climático puede provenir de nuestra forma de comer. La manera en que cultivamos, procesamos y desperdiciamos los alimentos genera alrededor de un tercio de las emisiones de gases que están calentando el planeta. ¿Cómo evitarlo?

Santiago Aparicio Velásquez*
19 de febrero de 2025 - 02:05 a. m.
A medida que aumenta la ocurrencia de eventos hidrometeorológicos, se requiere acelerar la transformación del sistema alimentario.
A medida que aumenta la ocurrencia de eventos hidrometeorológicos, se requiere acelerar la transformación del sistema alimentario.
Foto: Getty Images - Dontstop
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Cada vez es más complejo garantizar una alimentación nutritiva en las mesas de Latinoamérica y el resto del mundo. La inflación ha encarecido los alimentos, y más de la tercera parte de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) provienen del agro y de cambios en el suelo debido a la devastadora deforestación. Por ello, es fundamental reducir el desperdicio de comida que generan los hogares y las empresas, al mismo tiempo que se incrementa la eficiencia de los cultivos.

La científica agrícola Agnes Kalibat menciona que “la cantidad de comida que se desperdicia en Europa cada año es equivalente a la cantidad de comida producida en África”. Se estima que, en Estados Unidos, el 40 % de todas las toneladas de alimentos producidos pasan a engrosar los rellenos sanitarios sin haber llegado a su fecha de caducidad o haber sido consumidos. Esto no solo se convierte en un dilema moral en un planeta en el que millones de personas se encuentran en estado de hambre crónica, sino en un problema medioambiental de gran magnitud. Los expertos calculan que los desperdicios de alimentos pueden generar más del doble de emisiones de metano que las provenientes de la industria aeronáutica.

Aunque, al pensar en la crisis climática, imaginamos humaredas en el aire provenientes de la quema de combustibles fósiles, justo frente a nuestros ojos, en lo que comemos día a día, está una buena parte de la problemática y también de la solución. El ingeniero bioquímico Marcelo Mena menciona que las emisiones de un kilo de residuos orgánicos equivalen a tres litros de gasolina. Preguntarse dónde se siembra lo que comemos, cómo se cultiva (por ejemplo, si es en pequeña o gran escala, si hay uso intensivo de pesticidas, etc.), cómo se procesa a nivel industrial y qué residuos genera su producción es de gran valor, pues nos permite empezar a tomar conciencia sobre la forma en que nos alimentamos.

Si bien no siempre contamos con la información anterior al realizar las compras, hay otras acciones que están a nuestro alcance. Aquí hay algunos consejos prácticos para reducir el desperdicio de alimentos: revisar bien lo que tenemos en el refrigerador para evitar compras innecesarias, hacer una lista de lo que necesitamos conseguir en el supermercado, planificar las cenas de la semana y aprovechar las sobras de comida, que luego pueden recalentarse o congelarse para consumo futuro.

La forma en la que escogemos qué comer afecta positiva o negativamente la crisis climática. En términos generales, la producción de proteína animal genera mayores emisiones de GEI que la proteína vegetal. En Latinoamérica y otras regiones, la primera es considerablemente más costosa que la segunda. Si lográramos balancear mejor nuestra dieta, moderando el consumo de proteína animal, le estaríamos haciendo un aporte positivo tanto al planeta como a nuestro bolsillo.

A medida que aumenta la ocurrencia de eventos hidrometeorológicos, como inundaciones o sequías por efecto del cambio climático, se requiere acelerar la transformación del sistema alimentario. Este nuevo futuro de la alimentación promoverá la agricultura de precisión intensiva y los cultivos verticales, los cuales utilizan menos agua y pueden desarrollarse incluso en zonas urbanas. Empezaremos a consumir proteína vegetal diversa, proveniente de insectos o algas marinas, equilibrando mejor nuestra dieta y contribuyendo a nuestra salud y la del planeta. La culinaria evolucionará para resaltar lo mejor de estas nuevas fuentes de proteína, popularizando su consumo.

Lo que comemos importa, y mucho. Y está a nuestro alcance.

*Divulgador científico y autor del libro «El ABC Visual del Cambio Climático».

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Por Santiago Aparicio Velásquez*

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