Con un ancho cuchillo entre los dientes, un joven se abraza al tronco, pega sus pies descalzos contra la corteza y escala a saltos hasta la cima de una palmera, 20 metros más arriba.
El trepador corta el tallo de un manojo de bayas y después se desliza hasta el suelo, con su botín en la mano.
Perdida al final de un camino de tierra, en el corazón del estado brasileño de Acre (norte de Brasil), la aldea de Senibu apuesta por la recolección del açaí para evitar la deforestación de la Amazonia.
La palmera que produce este fruto morado, energético y antioxidante, crece de forma natural en esta selva milenaria. Grupos ecologistas, entre ellos la organización WWF-Brasil, destacan su valor para disuadir a los pequeños agricultores de optar por la deforestación.
"Antes quemábamos los árboles para crear parcelas y sembrar maíz o judías", explica el trabajador del campo Doraci Pereira de Lima, al tiempo que muestra troncos carbonizados en el medio de un campo de mandioca.
"Desde que el açaí se vende a buen precio, ya no talamos más. La selva se ha convertido en una fuente de ingresos", continúa.
- Supervivencia de familias -
Con 4,2 millones de kilómetros cuadrados de bosque amazónico, Brasil posee el 67% de esta inmensa reserva de agua dulce y de biodiversidad, según el ministerio de Medio Ambiente. Sólo durante el año 2003, 5.800 km2 desaparecieron de este territorio brasileño, según el INPE (Instituto Nacional de Investigaciones Avanzadas).
Únicamente en el estado de Acre, 12.000 km2 de árboles fueron destruidos entre 1988 y 2011, equivalente a una superficie mayor que la de Catar. En el corazón de lo que es oficialmente la Amazonia se suceden colinas tan rasas como terrenos de golf, salpicadas por las manchas blancas del ganado. El tráfico de madera y la agricultura son las culpables.
"Para preservar la selva, hay que sensibilizar a los habitantes, pero también hay que proponerles alternativas a la ganadería o la mandioca. ¡Es la supervivencia de sus familias lo que está en juego!", explica a la AFP Andrea Alechandre, investigadora en ingeniería forestal en Rio Blanco (capital del estado de Acre).
El IDH (Índice de Desarrollo Humano) de Acre es uno de los más bajos de Brasil.
Desde que el jugo helado de açaí, ultra-energético, se puso de moda en las ciudades de la Amazonia, así como en las playas de Rio de Janeiro, los agricultores comienzan a obtener buenos precios.
"Nosotros lo vendemos a 5 reales el litro (unos dos dólares), y no a 2 reales como se vendía hace algunos años", subraya Doraci Pereira de Lima.
La producción, sin embargo, continúa siendo muy artesanal: este agricultor desgrana los racimos a mano, transporta los frutos en un petate y se los pasa a un primo, propietario de una rudimentaria trituradora. La máquina traga todas las bayas y las pone a rodar como si fueran canicas hasta que expulsa un jugo espeso del color de la mora, y cuyo gusto es parecido al del cacao amargo.
- Inmenso desafío -
WWF-Brasil se ha fijado como objetivo "salvar un millón de árboles" entre 2009 y 2016. Para ello, reforzar la producción del açaí es una de las estrategias.
"Pero el desafío es gigantesco: los poblados muchas veces son únicamente accesibles en piragua y los frutos se pudren en 48 horas", señala Kaline Rossi, responsable de la operación desde WWF-Brasil.
Pese a los obstáculos, las fuerzas se organizan. En una casa de madera sobre pilotes, la investigadora Andrea Alechandre mete en su computadora las coordenadas GPS de las palmeras que la familia Pereira ha localizado.
Ella les enseña, por su parte, la invención de un nuevo buscador de frutos; un aparato equipado con una plancha, que se desliza hasta la cima de los árboles y podría sustituir la peligrosa recolección humana de los racimos de açaí.
"No sabemos en qué proporción ha aumentado la producción porque no hay estadísticas, pero lo que es seguro es que el interés está en alza. Muchas fábricas de pulpa de fruta han abierto en la región y compran açaí", asegura la investigadora.