“Es una disminución asombrosa. Las aves son especialmente sensibles a la deshidratación y al estrés térmico. El calor extremo provoca un exceso de mortalidad, una reducción de la fertilidad, cambios en los comportamientos reproductivos y una menor supervivencia de las crías”.
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La anterior frase es de Maximilian Kotz y resume bien los resultados del estudio que acaba de publicar en Nature, Ecology and Evolution, junto a sus colegas Tatsuya Amano y James E. M. Watson. En él, revelan nuevos datos que muestran por qué deberíamos prestar más atención a lo que está pasando con las aves y el cambio climático.
Kotz, investigador del Potsdam Institute for Climate Impact Research y del Barcelona Supercomputing Center, sugiere en su estudio que hoy las aves tropicales están expuestas a temperaturas mucho más altas que hace 40 años y eso las está poniendo en serios aprietos.
Para decirlo en datos un poco más concretos, mientras antes estaban expuestas, en promedio a tres días de calor extremo, ahora están expuestas a treinta días.
A través del comunicado que compartieron sobre su investigación, Kotz señaló otra buena frase para explicar las consecuencias del cambio climático sobre estos animales: “El aumento de las temperaturas está expulsando a las especies de los hábitats a los que se han adaptado de forma natural, y en muy poco tiempo”.
En términos más detallados, el equipo de científicos sugiere que, en comparación a un mundo sin cambio climático, las poblaciones de aves en los trópicos han disminuido aproximadamente entre un 25 % y un 38 % desde 1980. La situación es mucho más crítica para algunas especies, que han visto reducida su abundancia en más de un 50 %.
Sus datos, de cierta manera, ratifican lo que ya han sugerido otras investigaciones que muestran que la situación no marcha nada bien en dos selvas que no han sido tan perturbadas por los humanos: la de Panamá y la de la Amazonia. Allí, anotan en un apartado del artículo, la abundancia disminuyó en más del 50% para la mayoría de las especies de aves entre 1977 y 2020 y entre 2003 y 2022
“En las poblaciones de aves tropicales observadas, los impactos del cambio climático han sido típicamente mayores que la presión antropogénica directa”, anotaron en el artículo que fue publicado este 11 de agosto. “En general, estos resultados muestran cómo el cambio climático provocado por los humanos ya está transformando la biodiversidad a nivel global y puede explicar las disminuciones reportadas de aves en hábitats tropicales no perturbados”.
Sin ahondar en muchos detalles técnicos, en su estudio, los autores crearon modelos que les permitieran identificar los efectos del cambio climático en las poblaciones de aves de todo el mundo. Como indican en el comunicado, los mayores descensos en el número de aves se produjeron en los trópicos, “pero casi todas las regiones informaron de una disminución de la abundancia de la población, siendo el calor extremo el factor que más influyó en dicha disminución”.
“Desde el punto de vista de la conservación, este trabajo nos dice que, además de las áreas protegidas y detener la deforestación, necesitamos urgentemente buscar estrategias para las especies más vulnerables al calor extremo con el fin de maximizar su potencial de adaptación”, aseguró, por su parte, Tatsuya Amano, de la Universidad de Queensland, y coautora del trabajo. “Eso podría significar un trabajo de conservación ex situ, es decir, trabajar con algunas poblaciones en otros lugares”.
Incluso, subrayan que sus resultados sugieren que, en los trópicos, los impactos del cambio climático en las poblaciones de aves pueden ya ser comparables a las presiones terrestres que conducen a la destrucción y degradación del hábitat.
Para Kotz, en el fondo de todo esto hay un problema que deberíamos frenar con más celeridad: las emisiones de gases de efecto invernadero.
La noticia no tan buena es que esas emisiones han estado incrementando en los últimos años, pese a las advertencias de los científicos. En 2024 se “rompió” nuevamente el récord. De hecho, ese año, la temperatura media fue superior a 1,5 °C, frente a los niveles preindustriales, un umbral que quienes estudian el cambio climático pedían no superar.
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