Una investigación liderada por la Universidad de Leeds (Reino Unido) confirmó que las turberas tropicales de la cuenca central del Congo, consideradas uno de los mayores depósitos de carbono del mundo, son mucho más antiguas de lo que creía la ciencia: comenzaron a desarrollarse hace aproximadamente 42.000 años.
Esta nueva datación duplica la antigüedad que se les atribuía hasta ahora y las posiciona entre las más antiguas de su tipo en el planeta.
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El estudio, publicado en la revista Environmental Research Letters, fue encabezado por la geógrafa Greta Dargie y se basó en el análisis de más de 50 núcleos de turba recolectados en pantanos remotos de la República del Congo y la República Democrática del Congo. Las muestras, extraídas manualmente a profundidades de hasta seis metros, fueron analizadas mediante datación por radiocarbono para reconstruir la cronología de formación del suelo orgánico.
La turba se forma a partir de materia vegetal parcialmente descompuesta en ambientes saturados de agua. En el caso de la cuenca del Congo, los investigadores calculan que estos suelos almacenan cerca de 30.000 millones de toneladas de carbono, una cantidad equivalente a tres años de emisiones globales por combustibles fósiles.
Hasta hace poco, la atención científica se centraba en la biomasa aérea de los bosques tropicales, pero este trabajo refuerza la relevancia del carbono subterráneo en el balance global.
Además de su antigüedad, los resultados sorprendieron por la evidencia de que algunos sectores comenzaron a acumular turba durante períodos más secos, como el final del Pleistoceno, hace más de 20.000 años.
“Asumíamos que la formación de turba coincidía con un clima más húmedo, propio del inicio del Holoceno”, explicó en un comunicado el profesor Ifo Suspense, de la Universidad Marien Ngouabi, en Brazzaville. “Pero nuestros datos indican que otros factores locales, más allá de la lluvia, hicieron posibles estas condiciones de anegamiento”.
Las turberas cumplen un rol esencial tanto ecológico como social. Proveen a las comunidades cercanas de recursos como peces, carne de fauna silvestre y materiales vegetales. También son hábitat de especies amenazadas como el elefante de bosque, el gorila de llanura o el bonobo.
Aunque su aislamiento ha limitado los impactos del drenaje y la deforestación, el avance de la explotación maderera y petrolera plantea nuevos riesgos de degradación para estos ecosistemas estratégicos.
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