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La Casa Común no espera: lecciones de coherencia y cuidado

Si las aves pudieran hablar, quizás serían testigos agradecidas con el papa Francisco. Opinión.

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Santiago Aparicio Velásquez*
05 de mayo de 2025 - 02:27 p. m.
La Amazonia fue una de las regiones que el papa Francisco defendió con vehemencia.
La Amazonia fue una de las regiones que el papa Francisco defendió con vehemencia.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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Si las aves pudieran hablar, quizás serían testigos agradecidas del impulso que el papa Francisco dio a la conciencia ambiental. Más allá de su papel como líder de la Iglesia católica, su legado ha sido el de un sembrador de sentido común en tiempos de emergencia ecológica.

Con Laudato Si’, lanzó una revolución silenciosa pero poderosa: una invitación a mirar hacia adentro para transformar lo de afuera. Nos recordó que la crisis climática no es solo técnica ni política, sino espiritual. Que no somos dueños de la Tierra, sino parte de ella. Y como tales, no solo tenemos derechos, sino también responsabilidades hacia esta Casa Común.

Con audacia y claridad, el papa movilizó a múltiples credos en torno a un objetivo compartido: cuidar lo que sostiene la vida. Así se impulsó el movimiento eco-teológico que se extendió desde parroquias hasta catedrales, y de allí a barrios, escuelas, comunidades. En un mundo que insiste en transformar lo exterior sin pasar por una transformación interior, él propuso lo contrario: un cambio que va de lo espiritual a lo material.

Su testimonio personal —la habitación austera, la renuncia al exceso, la vida sencilla— refleja una coherencia urgente. En un planeta de recursos finitos, cada exceso aquí puede significar escasez allá. Quien más tiene, más tiene que cuidar y más puede perder, pero quien menos tiene, aunque usualmente más sabe valorar, puede perderlo todo y tener mayor impacto.

Enfrentar la crisis climática no es solo cuestión de firmar acuerdos o desplegar tecnología. Es, sobre todo, una transformación cultural. Exige empatía, humildad, sensatez. Y también coraje: para tomar decisiones incómodas, escuchar al otro, y tender puentes, incluso con quienes aún niegan la gravedad del problema.

“¿Para qué preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?”, preguntaba el papa. La pregunta nos sacude. Frente a la lógica del descarte, él propuso una cultura del encuentro, de la fraternidad. Recordó que vamos todos en la misma barca y que nadie se salva solo.

Hoy, más que nunca, necesitamos sentido común. El que cuida, el que comparte, el que reconoce que vinimos a dejar más de lo que tomamos. En algunas comunidades del Pacífico colombiano, aún se entierra el cordón umbilical bajo un árbol recién sembrado. Es una forma de agradecer a la Tierra y reconocer que quien llega también toma. Desde el nacimiento se cultiva así una relación colectiva con la vida, tan urgente en estos momentos.

Gracias, papa Francisco.

*Divulgador científico y autor del libro «El ABC Visual del Cambio Climático».

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Por Santiago Aparicio Velásquez*

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