Cuenta Boris Villanueva Tamayo que el día en el que vio el árbol tumbado, que es el personaje de esta historia, y recogió su fruto, se le vino una pregunta a la cabeza: “¿Qué hace este árbol en esta montaña si debería estar en la Amazonia?”. Al par de colegas con los que estaba también les pareció muy extraño que ese almanegra, como lo llamaban los campesinos, hubiera crecido en una montaña de los Andes, alrededor de los 1.500 metros de altitud, y no en el Amazonas.
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Al ver el fruto, Villanueva supo que el almanegra no era un almanegra, que en otros lugares de Colombia lo suelen asociar a la familia Magnoliaceae y al género Magnolia. Los campesinos que lo habían llevado a aquel punto le habían contado que lo usaban para construir casas, como la que habían visto un día antes; como el bloque de madera que vieron la noche anterior, donde durmieron. Ese punto hoy lo recuerda como un estadio: en el centro, el humedal en el que estaban, y alrededor, en las “tribunas”, unas montañas intactas.
“No quedan muchos lugares así en Colombia”, dice ahora Villanueva, desde su oficina en el Jardín Botánico de Bogotá, donde es curador del herbario.
Era 2016 y estaban llevando a cabo una de las primeras exploraciones botánicas que se hacía en el Bosque Galilea. A medida que se fueron retirando los combatientes de las FARC, a quienes estudian las plantas les pareció que era hora de andar esas montañas del Tolima. Ya Villanueva las había bordeado años atrás y siempre vio con extrañeza que en ese pedazo de la cordillera oriental de los Andes, no hubiese parches de cultivos como los hay en casi toda la cordillera oriental. Lina Corrales lo describe como “el lugar al que todo botánico quisiera ir”. “Rarísimo”, “singular”, “increíble” hacen parte de su lista de adjetivos.
Lina Corrales, ingeniera forestal —como Villanueva—, estaba ese día en el que encontraron el árbol caído. Quedaron unas fotografías como recuerdo y anotaciones sobre el lugar: Vereda Galilea, municipio de Villarrica. La ubicación precisa que escribieron en el artículo donde anunciaban ese “almanegra” como nueva especie fue 3.785001011 N, 74.6833340171 W.
En ese artículo, publicado hace unas semanas en la revista especializada Phytotaxa, detallaron todo lo que han encontrado en las visitas posteriores a ese día de 2016. El Amanoa tolimensis, como resolvieron llamarlo, era una nueva especie para la ciencia y únicamente se ha encontrado en ese bosque. Su tronco puede tener 52 centímetros de diámetro y alcanzar una altura de 24 metros, es decir, un poquito menos que un bus de Transmilenio (de los de tres vagones).
Pero tener la certeza de que era una nueva especie de árbol no fue tan sencillo. Para saberlo, quienes eligieron el oficio de taxónomos —que documentan, describen y clasifican especies de plantas— necesitan armar un rompecabezas en el que no puede faltar una sola pieza. Villanueva y Corrales tenían el fruto, las ramas y las hojas que habían cortado con un bajarramas, cuyos tubos se extienden los metros que ellos requieran, pero les hacía falta algo fundamental: las flores femeninas.
Ya habían recolectado las flores masculinas y sospechaban que pertenecía al género Amanoa (de la misma familia de la yuca), cuyas especies estaban distribuidas, en su mayoría, en las cuencas del Amazonas, del Orinoco y del Escudo Guyanés (aunque en 2022, un investigador halló una en la Cordillera del Cóndor, en Ecuador); pero necesitaban de algo más que suerte para confirmarlo.
La suerte llegó al cabo de un par de años. Cortolima —la corporación autónoma del departamento— inició un proceso para que el Bosque de Galilea fuera declarado como un Parque Natural Regional. Junto con otros colegas, Villanueva, entonces en la Universidad del Tolima, había insistido en que valía la pena proteger esa área y evitar su tala.
Tras un trabajo que sumó los esfuerzos de la comunidad que ha habitado esos bosques, de académicos y de las entidades del departamento, la declaratoria llegó el 16 de diciembre de 2019. El número de hectáreas que decidieron resguardar (26,654) es más grande que la extensión que tiene toda la ciudad de Bucaramanga. “Es el mayor ecosistema boscoso natural del departamento, único y último fragmento de bosque húmedo montano”, quedó consignado en la página web de Cortolima, donde también recuerdan que es un lugar clave para el puma, el oso de anteojos y el mono churuco.
Con un área declarada y con una tesis por hacer en su maestría de Ciencias en la Universidad Nacional, Corrales regresó varias veces al Bosque de Galilea. Con ayuda de muchas manos amigas de quienes han vivido por esas montañas (“les debo muchísimo a ellos; han sido cruciales”, dice), en un recorrido que hizo en 2023, observó que el Amanoa tolimensis tenía flores femeninas. “Era la pieza que nos faltaba para completar el rompecabezas”, recuerda.
Al trabajo detectivesco de buscar pistas y observar bajo el microscopio los detalles de la flor, se les había sumado el Gerardo Aymard-Corredor, un botánico venezolano, entonces vinculado a la Universidad Nacional de Colombia y a la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales Ezequiel Zamora, de Venezuela. “Su conocimiento sobre la flora de la Orinoquia y la Amazonia era clave”, agrega Corrales.
Con las piezas juntas, enviaron el artículo a revisión y la Amanoa tolimensis quedó como una nueva especie, endémica, por el momento, de ese punto de Colombia. Eso quiere decir que únicamente está en ese lugar.
“Lo que creemos es que luego del levantamiento de la cordillera, hubo condiciones de humedad, similares a las de la Amazonia y algunas especies soportaron los cambios y lograron sostenerse exitosamente”, explica Villanueva, que este año también publicó la descripción de otras dos nuevas especies de árboles (Vasivaea distopo, en el Magdalena Medio, y Compsoneura crassitepala, en Boyacá).
La noticia no tan buena es que por la tala que hay en algunos puntos del parque la Amanoa tolimensis no está libre de riesgos. En su artículo, los investigadores sugieren que se le clasifique como una especie en peligro crítico de extinción, una situación usual para los árboles endémicos de Colombia. Como apuntaban las investigadoras Cristina López Gallego y Paula A. Morales-Morales en un artículo publicado en enero de 2023 en Plants, People, Planet, de las 1.148 especies de árboles endémicas del país, el 45% está amenazado de extinción.
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