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La historia olvidada de la marihuana en Colombia

Lina Britto, historiadora colombiana y profesora de la Universidad Northwestern (EE.UU.), dedicó su últimos 15 años a reconstruir la historia de la flor más fumada del país y de quienes se dedicaron a cultivarla y contrabandearla en lo que fue el primer paraíso de las drogas en Colombia.

Helena Calle

15 de noviembre de 2021 - 09:49 p. m.
Un detective frente a un cargamento de marihuana en la década del 70.
Foto: El Espectador
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La marihuana es la sustancia más consumida en el mundo, sin contar el alcohol y el tabaco, según la Global Drug Survey. En Colombia también es la sustancia más consumida (según cálculos del Minsalud) y desde agosto es el centro de intensos debates relacionados con la regulación de su uso medicinal, terapéutico y recreativo.

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Parece que a veces se nos olvida que el comercio de esta flor fue el primer gran boom que catapultó a Colombia en el juego mundial de la compra, venta y consumo de drogas. Parecemos olvidar que en cientos de costales de café como los que carga la mula de un orgullo nacional como Juan Valdez, había marihuana. Que los marimberos guajiros y de la Sierra Nevada de Santa Marta llenaron las calles de Estados Unidos con la mota que fumaban quienes se oponían a la Guerra de Vietnam, y que la historia de la marihuana es una deuda de la agricultura tropical. ¿Qué sucedió entre 1972 y 1976 que catapultó la marihuana como producto de exportación?

Durante los últimos quince años, esta pregunta llevó a la periodista, historiadora y profesora de la Universidad de Northwestern (Estados Unidos) a recorrer la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá, husmear en las oralotecas de la Universidad del Magdalena y los empolvados archivos en bibliotecas en Washington (Estados Unidos), y entrevistar a viejos cultivadores, distribuidores, agrónomos, fumadores, parranderos consagrados, comerciantes y marimberos, en la búsqueda por ese trozo de historia colectiva. El resultado es el libro El boom de la marihuana: el ascenso y caída del primer paraíso de las drogas de Colombia, publicado por la Universidad de California y que traza la historia de la marihuana, sin realismo mágico o discursos exportados sobre las drogas.

Hablamos con Britto sobre este trozo olvidado de historia colectiva.

¿Por qué la marihuana es un capítulo olvidado de nuestra historia? ¿Es porque la cocaína es tan dominante en el imaginario, o porque es otra historia que sucedió fuera del centro y por eso nadie le mira?

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Varias generaciones han vivido un conflicto interno y creo que por eso terminamos siendo presentistas. Cada momento trae su urgencia y por eso siento que nuestra relación con la historia en Colombia puede ser superficial. Por otro lado, la cocaína irrumpe con demasiada fuerza porque el país despierta cuando el tamaño del negocio era inmenso y ya había penetrado todas las esferas. También quienes producen conocimiento se quedaron absortos en ese momento especial, pero tanto la marihuana como la cocaína se desarrollaron de manera paralela, a finales de los sesenta y setenta.

¿Entonces la marihuana es la primera en generar una economía regional en un país agrícola y cafetero porque aprendimos a sembrarla?

Al principio era traída de otras partes, de centros urbanos o el Eje Cafetero. Y la gente local y los comerciantes involucrados en ese contrabando se dan cuenta del potencial y comienzan a financiar y promover las semillas para que se convierta en un cultivo local, aunque ya había cultivos en las zonas bananeras en la época de la United Fruit Company, pero la que había era de mala calidad, y solo en la vertiente occidental del río Frío para proveer a los trabajadores de la zona bananera de Santa Marta, incluso hasta Barranquilla llegaba.

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Esto sucedió en un momento particular. El Frente Nacional estaba en sus días finales y las economías del banano y el algodón sufrían, así como los campesinos relegados a las fronteras agrícolas. Los más osados contrabandistas de puertos de Santa Marta y Riohacha se aliaron con compradores estadounidenses con los que contrabandeaban café para incluir pequeñas cantidades de marihuana en sus cargas.

Sin embargo, seguía siendo poco lo que se sacaba del país. ¿Cómo comienza a cultivarse de manera tan masiva como sucedió en los setenta? ¿Cómo Colombia llega a ser considerado un paraíso marihuano y cómo nace una variedad propia y famosa como la Santa Marta Golden?

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Yo entrevisté a campesinos que la cultivaron en ese momento y me decían “eso era como el maíz”. ¿Qué tal si viéramos la marihuana como cualquier otro cultivo? Lo que pasó fue que había dos grandes ejes de consumo del cannabis: la costa caribe y la región andina. Allí más o menos había distintas variedades de marihuana que van cambiando por el terreno, el clima, las técnicas de cultivo. La Punto Rojo es la variedad clásica del interior del país, porque esa es de tierra negra y húmeda, y luego llegó la que vino a llamarse la Mona, o la Santa Marta Golden, que se cultivaba en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Hablando con agrónomos del Inderena, en esa época la autoridad ambiental del país, y comparando con tesis de grado de estudiantes de agronomía de la Universidad del Magdalena de finales de los setenta, surgió una hipótesis y es que cuando los contrabandistas se dan cuenta del gran potencial y comienzan a asociarse con compradores gringos, le meten dinero al negocio y financian cultivos locales, sobre todo en la antigua zona bananera y en Pénjamo, en la Sierra. En esas esquinas ya crecía una marihuana que se consideraba endógena. Por esos microclimas, crecía muy bien, pero en baja producción.

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Sí. En su libro usted menciona que al principio solo alcanzaba para uno o dos porro por cogollo. Los comerciantes necesitaban una mejor producción…

Sí. Los moños eran chiquitos y comenzaron a experimentar con estas variedades. Lo que se dice es que esa variedad local fue cruzada con variedades mexicanas, especialmente una que crece en Acapulco, para que salieran cogollos más grandes (es decir, mayor rentabilidad) sin quitarle esa apariencia dorada ni esa traba suave por lo que era conocida en Estados Unidos esta variedad.

Y ya teniendo esta variedad productiva, ¿cómo estalla el ‘boom’?

Aquí es cuando las mayorías campesinas entrar a jugar como protagonistas. Esta economía estaba en círculos cerrados, en las manos de contrabandistas y comerciantes, pero para que haya una bonanza se necesita la participación de la mayoría de la población. Los transportadores y los cosecheros comenzaron a ver el éxito ajeno y a replicar estos modelos en distintas caras de la Sierra. Así mismo los cultivadores compartían semillas, compartían técnicas de cultivo. Muchos sectores de la sociedad comenzaron a apropiarse y adueñarse de esta innovación usando sus saberes y experiencias previas y a entrelazarse los unos con los otros y cooperar entre ellos en los compadrazgos entre indígenas, mestizos y criollos.

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Justamente usted escribe que la supervivencia de este negocio era el compadrazgo y la cooperación, pero que la represión que sufrió la planta tornó esta dinámica en una violenta y competitiva. ¿Cuál fue ese punto de quiebre?

Necesité de dos capítulos para responder a esta pregunta, pero encontré que, a nivel de estado y gobiernos, nadie estaba preocupado por esto al principio. Esto creó un espacio para un negocio próspero que nadie quería reprimir ni regular. El pico del boom es en 1976, cuando dos grandes cosechas coinciden, y ahí el tema comienza a ponerse político. Estados Unidos comienza a hablar de descriminalización de la marihuana en la administración de Jimmy Carter, pero encuentra resistencia dentro de su mismo partido, y de repente lo que pasaba en el sur de la Florida con esa planta era relevante.

¿Por qué la represión trajo violencia?

Yo creo que los estados estaban en una crisis de gobernabilidad y necesitaban mostrar su capacidad de fuerza, su músculo represor, para recuperar legitimidad perdida en sus propias crisis domésticas, tanto Colombia como Estados Unidos. Los marimberos, que hacían la intermediación entre exportadores y cultivadores, se encargaban de prometer la cosecha, organizar el tren de mulas que baje la carga, transportarla, encontrarle comprador… eran vitales y se convirtieron en una nueva clase social agrícola. Cuando estos gobiernos deciden que desplegar la violencia estatal es la opción a seguir, se desestabilizaron estos patrones culturales. Después de eso se convirtió en un “sálvese quien pueda”.

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Esto era un negocio exclusivo de hombres. Pocas mujeres hablan en el libro…

Sí, solo conocí a una mujer que comercializó marihuana alguna vez. Eso también constituyó una masculinidad. Un periodista de Riohacha me lo dijo así: “esto era puro cojón, cojón”. Las mujeres tenían una parte en los cultivos y funcionaba sobre las bases de la economía campesina cafetera, y estaban en las fincas y ayudaban con ciertas labores de cultivo, o a mantener la casa, pero a la hora de la comercialización, dentro de esa nueva clase social de marimberos, el negocio es exclusivamente masculino. En gran medida es el código del contrabandista, o esas actividades que se han perfeccionado en estas zonas desde el siglo XVIII, en donde había que moverse desde el Valle de Upar hasta los valles interiores de la Sierra, dar tu palabra de honor, contratar el tren de mulas. Había una movilidad de saberes estrictamente masculinos.

¿Y cómo fue que el negocio de la marihuana moldeó a esos hombres?

En el imaginario que tenemos sombre la marihuana, la imagen que tenemos es la de ese hombre, más o menos de extracción campesina, y de armas, y de alguna manera está basado en un realidad y el negocio es principalmente masculino y estuvo en manos masculinas de la región, y era a la vez un escenario en donde los hombres podían brillar, aspirar ascenso social y económico, a reputación. Ostentar las alhajas, las armas, los zapatos y los lujos en las parrandas vallenatas no es gratuito: era una manera de mostrar su importancia y de hacer que no se los saltaran en esa cadena que implica el contrabando. Asegurar la tajada, por decirlo de algún modo.

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¿Cómo el negocio de la marihuana cambió el paisaje?

Fundación Prosierra ha hecho trabajos sobre el tema, y según ellos el 70 % de la vertiente occidental de la Sierra Nevada fue deforestada como resultado de la bonanza marimbera. Esto tiene consecuencias para el suministro por el agua que seguimos viendo hoy. Y hay una particularidad y es que la marihuana no crece más arriba de los 1.600 msnm, entonces esa franja que corresponde al bosque seco tropical fue devastada, incluso se sembró en zonas de reserva natural. Tampoco olvidemos que las primeras fumigaciones con el herbicida Paraquat comenzaron en la Sierra con la intención de fumigar cultivos de marihuana. Todo esto tuvo impactos ambientales tremendos.

¿Cuál fue el declive de esta bonanza?

Con la represión militar, La Guajira (un sitio geoestratégico para vigilar Centroamérica) se convierte en campo de batalla contra las drogas. Todo lo que pasó con la cocaína estaba sucediendo en la costa con la marihuana. Se usa la violencia de manera más indiscriminada hasta que se vuelve constitutiva. Mientras, llegaron las mafias de la cocaína en Medellín y el Eje Cafetero, inicialmente con producción agrícola, pero después comienzan a tomarse las rutas y corredores con o a pesar de los contrabandistas de la zona. Y los cultivos de marihuana comienzan a ser desplazados por el cultivo de coca. La historia de esta transición aún no es tan clara.

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