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La ingeniera que rescató del olvido un cultivo que ahora sostiene a 1.500 familias

Hace 20 años Trigidia Jiménez se fijó en la cañahua, un cultivo ancestral que parecía destinado al olvido, pero ahora es parte fundamental de la alimentación de los bolivianos. Esta ingeniera agrónoma e indígena quechua estuvo en Bogotá para hablar de este proceso y de la importancia de cuidar las semillas.

César Giraldo Zuluaga

28 de abril de 2025 - 08:00 a. m.
Trigidia Jiménez es indígena quechua e ingeniera agrónoma de Bolivia.
Foto: Óscar Pérez
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Trigidia Jiménez (indígena quechua) recuerda el día en el que su suegro sacó un manojo de semillas de cañahua de un bidón amarillo. Este grano es “primo hermano de la quinua, solo que más pequeño y con más bondades nutricionales”, dice la ingeniera agrónoma boliviana. Era 2002 y, junto a su esposo Wilfredo Canaviri Saca, también ingeniero agrónomo, habían decidido regresar al campo tras haber estudiado esa profesión en Oruro, al suroccidente del país. Giménez decidió volver al campo porque había desarrollado una conexión con la tierra y porque su trabajo como consultora no la satisfacía. Años atrás, sus padres, productores de trigo, se habían mudado a la ciudad en búsqueda de mejores oportunidades laborales.

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No conocía la cañahua; solo la había probado como harina de pito (cereales molidos para consumir en polvo directamente o en bebidas), pero confió en la recomendación de su suegro para empezar el cultivo en la hectárea que les habían obsequiado. Hoy, 23 años después, Samiri Foods, la empresa familiar que fundaron Jiménez y Canaviri (quien falleció hace unos años por covid-19), es la principal productora de este cereal en Bolivia.

En 2022, Jiménez fue reconocida por su trabajo como una de las Líderes de la Ruralidad de las Américas por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), un organismo especializado de la Organización de los Estados Americanos (OEA). “Cuando Trigidia Giménez empezó a cultivar la cañahua, esta solo era utilizada para autoconsumo en Bolivia, pero hoy es producida por más de 1.500 familias que la comercializan”, señaló la IICA en la entrega del reconocimiento.

Hace unos días, Jiménez visitó Bogotá para participar de la Semana de la Semilla, organizada por el Banco de la República. En entrevista con El Espectador, explica cómo ha sido el trabajo de mejorar la semilla y hacerla más llamativa para los miembros de su comunidad, al punto de que el quintal de cañahua (45 kilogramos) haya multiplicado su valor 15 veces en poco más de dos décadas.

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También rescata la importancia de este cultivo que, como lo han reseñado varias investigaciones científicas, posee un alto valor nutritivo, al tiempo que puede darse en condiciones adversas como las escasas lluvias.

¿Cómo involucraron los conocimientos ancestrales en el proceso que adelantan?

El primer día que iba a sembrar cañahua con mi suegro, él me dijo: “Acá hay costumbres, hay actividades que tenemos que realizar pidiendo permiso a la madre Tierra”. Eso fue algo nuevo para mí, porque no me lo habían enseñado en la universidad y lo perdí cuando mi padre tuvo que migrar a la ciudad. Fue un reencuentro con mi cultura. Me sorprendí, porque era como si estuviera hablando con la madre Tierra: le pedía licencia, permiso, lluvia, viento y agua. También aprendí a conectarme con la naturaleza, a entender cómo funciona el ecosistema y a respetarlo.

¿Y cómo los combinaron con sus conocimientos científicos?

Desde que empezamos a trabajar con la cañahua, hicimos un diagnóstico de la zona. Había mucha potencialidad, pero también mucho que trabajar: los rendimientos eran bajos, el sistema de cultivo muy tradicional y había mucha mezcla de variedades. Entonces planteamos un plan estratégico a 10 años. Con ese plan ya teníamos actividades por año. Para eso ha sido muy buena la formación que tuve en la universidad; sin ella, habría tardado más en alcanzar mis objetivos. El conocimiento empírico necesita del conocimiento científico. Ambos se tienen que complementar.

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¿Cómo fue el proceso de armonizar ambos conocimientos en estos 20 años?

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Primero, hemos estudiado profundamente el comportamiento agronómico de la cañahua; luego, desarrollamos sistemas productivos eficientes, incrementamos la calidad de la semilla y, por ende, la calidad del grano. Los primeros 10 años fueron importantes para incrementar los rendimientos. Para eso, hemos hecho una combinación del sistema de preparación de tierra, recuperando algunas formas ancestrales que ellos tenían para no desertificarla, porque en la universidad me indicaron que los monocultivos desertifican la tierra. Pero, pese a que mis suegros siempre cultivaron quinua y cañahua, esas tierras no estaban desertificadas, entonces recuperamos esos conocimientos. Sin embargo, lo más importante ha sido trabajar la semilla.

¿Cómo han mejorado la semilla?

Cuando empecé a estudiar el comportamiento de la semilla, las utilizaba de muchos colores. Una vez, tostando la cañahua para hacer pito, vi que no todas reventaban al mismo tiempo. Para resolver esa inquietud, le planteé a mi esposo que en el próximo ciclo las separáramos por colores e hiciéramos la selección varietal.

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Desde entonces, en ese proceso nos contactamos con el INIAF (Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal) para certificar las semillas. Ellos nos han capacitado para manejar las parcelas de las semillas y conocer cómo es el proceso para certificar una variedad de semilla, que es un trabajo que demora ocho años.

Básicamente, escogemos los granos más grandes y hacemos una selección de semillas. Con eso hemos mejorado no solo el rendimiento, sino también la calidad del producto.

Gracias a este trabajo ustedes han logrado certificar dos variedades de semilla…

Sí. Tenemos la wila, que es una variedad específicamente para harinas, y la samiri, que es para expandidos. Este año está en proceso de ser liberada como variedad la janco, que es para harina precocida e instantánea. Además, estamos trabajando con una empresa que hace whisky en Bolivia para sacar una variedad con la que fabriquen whisky de cañahua.

¿Cuáles son los principales resultados del trabajo que han impulsado por más de dos décadas?

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Cuando trabajamos el tema de incrementar los rendimientos, veíamos que era importante socializar los trabajos de investigación con la comunidad y el municipio de Toledo, porque algo que mi suegro me enseñó es que los alimentos y el conocimiento se han hecho para compartir; si no se comparten pierden su esencia. En este proceso empezamos a ofrecer nuestra mejor semilla y a explicar las bondades de la cañahua. Me da satisfacción porque con ese conocimiento desarrollado y compartido, hemos logrado incrementar el número de familias productoras.

Cuando hice el diagnóstico al inicio de la granja Samiri, el precio del quintal de cañahua era de 40 bolivianos (menos de $25.000). La producción era solo para autoconsumo. En 2016, hicimos un encuentro de productores de cañahua en Toledo y solo había 150 familias que producían.

Hemos trabajado en el fortalecimiento de la Red Nacional de la Cañahua, donde hay siete asociaciones de los departamentos de La Paz, Oruro y parte de Cochabamba. Ahora hay más de 1.500 familias que cultivan cañahua y lo transforman en varios productos. El precio del quintal está en 600 bolivianos (cerca de $370.000).

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Finalmente, desde 2018, tras hacerle mucha promoción en ferias locales, logramos que la cañahua entrara a la lista que el Ministerio de Salud elabora todos los años y se toma en cuenta para el subsidio familiar y los desayunos escolares. El primer producto con el que entramos en ese subsidio, que se mantiene a la fecha, fue la harina precocida, pero ahora hay muchos más productos.

Justamente, usted habla en sus conferencias de que la semilla tiene que generar economía para que sea atractivo su cultivo. ¿Qué otros productos se están desarrollando a partir de la cañahua?

Actualmente, tenemos galletas y mezclas, además de la pito harina (para bebidas o consumo directo). Es importante que las innovaciones de producto terminado respondan a las necesidades de la ciudad. Porque una cosa es que en el campo encontremos el gusto de molerlo en batán y prepararlo, pero en las ciudades, por la dinamicidad del tiempo, quieren productos que sean de abrir y consumir.

¿Qué retos enfrentan actualmente para seguir creciendo con el cultivo y la transformación de la cañahua?

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Un tema que tenemos que trabajar muy fuerte en Bolivia es la diferenciación entre productos convencionales y los orgánicos. El orgánico tiene un mayor valor, pero en mi país eso todavía no se ve.

En segundo lugar, hay que seguir abriendo mercados. Y, para eso, hay que innovar en productos de consumo inmediato. Si quieres entrar al hábito de consumo de las ciudades tienes que entender qué es lo que quieren. Si en un país comen waffles, debes ofrecerle esa harina a base de cañahua. Se trata de captar la necesidad del consumidor final.

Justamente, usted habla en sus conferencias de que la semilla tiene que generar economía para que sea atractivo su cultivo. ¿Qué otros productos se están desarrollando a partir de la cañahua?

Actualmente, tenemos galletas y mezclas, además de la pito harina (para bebidas o consumo directo). Es importante que las innovaciones de producto terminado respondan a las necesidades de la ciudad. Porque una cosa es que en el campo encontremos el gusto de molerlo en batán y prepararlo, pero en las ciudades, por la dinamicidad del tiempo, quieren productos que sean de abrir y consumir.

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¿Qué retos enfrentan actualmente para seguir creciendo con el cultivo y la transformación de la cañahua?

Un tema que tenemos que trabajar muy fuerte en Bolivia es la diferenciación entre productos convencionales y los orgánicos. El orgánico tiene un mayor valor, pero en mi país eso todavía no se ve.

En segundo lugar, hay que seguir abriendo mercados. Y, para eso, hay que innovar en productos de consumo inmediato. Si quieres entrar al hábito de consumo de las ciudades tienes que entender qué es lo que quieren. Si en un país comen waffles, debes ofrecerle esa harina a base de cañahua. Se trata de captar la necesidad del consumidor final.

Justamente, usted habla en sus conferencias de que la semilla tiene que generar economía para que sea atractivo su cultivo. ¿Qué otros productos se están desarrollando a partir de la cañahua?

Actualmente, tenemos galletas y mezclas, además de la pito harina (para bebidas o consumo directo). Es importante que las innovaciones de producto terminado respondan a las necesidades de la ciudad. Porque una cosa es que en el campo encontremos el gusto de molerlo en batán y prepararlo, pero en las ciudades, por la dinamicidad del tiempo, quieren productos que sean de abrir y consumir.

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¿Qué retos enfrentan actualmente para seguir creciendo con el cultivo y la transformación de la cañahua?

Un tema que tenemos que trabajar muy fuerte en Bolivia es la diferenciación entre productos convencionales y los orgánicos. El orgánico tiene un mayor valor, pero en mi país eso todavía no se ve.

En segundo lugar, hay que seguir abriendo mercados. Y, para eso, hay que innovar en productos de consumo inmediato. Si quieres entrar al hábito de consumo de las ciudades tienes que entender qué es lo que quieren. Si en un país comen waffles, debes ofrecerle esa harina a base de cañahua. Se trata de captar la necesidad del consumidor final.

Hace unos años se hizo muy famosa la historia de que incluso la NASA estaba estudiando la cañahua, ¿cómo fue eso?

Una vez fui a hacer una entrega a una empresa de Cochabamba y, por curiosidad, me puse a hablar con el almacenero. Les dije que quería conocer la tienda que tenían para saber en qué estaban transformando la cañahua y me dijo que toda la que estaban comprando la entregaban a la NASA. Fue una alegría para nosotros.

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La cañahua no solo tiene propiedades nutritivas altas; tiene también alto contenido de proteína, fósforo, calcio, magnesio, omega-3, 6, 9 y 5, así como ocho aminoácidos esenciales. Hablando de su comportamiento agronómico, nosotros hemos hecho un seguimiento riguroso. Hace 20 años, cuando nosotros iniciamos la actividad, el ciclo de vida era de entre 170 y 180 días. Pero, por el cambio climático y la reducción de las lluvias, su ciclo de vida es de 119 días.

Le llamo una especie inteligente porque logra adaptarse a ese estrés hídrico. Logra salir adelante con muy poca agua y resiste hasta -6 °C, una temperatura a la que incluso la quinua perece. Estos alimentos, que están adaptados a la escasez de agua, estoy segura de que nos van a alimentar a la humanidad en el futuro y el altiplano boliviano es una zona apta para la producción de cañahua.

Justo por estas características que señala, la cañahua ha sido calificado como un cultivo y un alimento para el futuro. ¿Cómo ve los próximos años?

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La granja Samiri se ha planteado estratégicamente cada 10 años. Los primeros sirvieron para ser los principales productores. En la segunda década, nos concentramos en la transformación. En esta tercera década, lo que queremos es exportar, compartir la cañahua más allá de Bolivia.

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