Los bosques de niebla aún son un enigma para la ciencia. Son uno de los ecosistemas de los que menos información tenemos, pues se estima que ocupan apenas el 0,3 % del planeta, pero albergan una gran cantidad de biodiversidad. Acumulan el agua que viene desde los bosques en bajas altitudes y la concentran en una nubosidad que está presente casi todo el tiempo, fundamental para el ciclo del agua que llega a ciudades como Bogotá.
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Aunque Colombia es el sexto país del mundo con mayor extensión de estos bosques, muchos son pequeños relictos arrinconados por la agricultura, la expansión de zonas urbanas y la deforestación. A pesar de su importancia, son lugares “en donde probablemente un gran número de especies desaparecen sin siquiera haber sido nombradas”, señala un estudio publicado recientemente en la revista European Journal of Taxonomy.
Estudiar los bosques de niebla, explica Ángelo Ávila, uno de los autores de esa investigación, es “la única forma que tenemos de protegerlos. Antes de proponer medidas para hacerlo, tenemos que saber qué hay en él”.
Ávila es licenciado en biología de la Universidad Pedagógica Nacional y recorrió durante seis meses el Parque Natural Chicaque, a menos de una hora al suroccidente de Bogotá, y algunas de las colecciones científicas más importantes del país. Su objetivo era construir el primer listado de los cerambícidos, una familia de escarabajos que se encuentran en un bosque de niebla en Colombia.
En una zona tan cercana a la capital del país “encontramos cinco especies nuevas para la ciencia y algunas que nunca se habían registrado en Cundinamarca o Colombia”, apunta Juan Pablo Botero, biólogo del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y otro de los autores del estudio.
Este listado es un primer paso para estudiar a este grupo de insectos en un ecosistema que está en riesgo, pero que alberga una importante cantidad de especies desconocidas.
Los escarabajos de antenas largas
La característica distintiva de la familia de los cerambícidos es que casi todas sus especies tienen grandes antenas, algunas que incluso pueden doblar o triplicar el tamaño del cuerpo de los individuos. “Son ingenieros de los ecosistemas”, dice Botero. Aunque son insectos pequeños, su ciclo de vida cumple un papel fundamental en el bosque: cuando las larvas eclosionan los huevos, se alimentan principalmente de la madera en descomposición que se desprende de los árboles; de allí obtienen los nutrientes para su crecimiento, que luego reintroducen al suelo a través de sus heces para que la vegetación pueda aprovecharlos nuevamente.
Suelen encontrarse en troncos caídos o en la corteza desprendida de los árboles. Para recolectarlos, cuenta Ávila, “se hacen búsquedas activas en los puntos en los que creemos que puedan encontrarse, o en otros casos se utilizan trampas de luz que los atraen”. El investigador hizo 15 visitas de entre tres y cuatro días al Parque Natural Chingaza a lo largo de seis meses. Pero no todos los ejemplares que identificaron estaban allí.
“Hay un proceso de verificar qué es lo que ya se conoce, y para eso es muy valioso visitar las colecciones científicas, porque es como hacer un viaje al pasado”, explica Botero. Revisaron las colecciones de coleópteros, como se conoce científicamente a los escarabajos, del Instituto de Ciencias Naturales, la Universidad Pedagógica y la Universidad Javeriana. Allí recopilaron información sobre los individuos que otros investigadores habían recolectado años atrás en Chicaque. En total, junto con Martha Jeaneth García y Antonio Santos Silva, coautores de la investigación, analizaron 166 especímenes entre los recolectados en campo y los de las colecciones.
Para identificar la especie a la que pertenecen, los científicos se fijan en algunos puntos que las diferencian entre sí. Por ejemplo, la forma de sus antenas o el color de sus élitros, el par de alas duras que protegen a un segundo par de alas interno que tienen los coleópteros. Así lograron reconocer que, dentro de esos 166 individuos, había cinco especies desconocidas por la ciencia.
“Es posible que se hayan quedado especies desconocidas por fuera, porque este es el primer ejercicio de este tipo en Colombia, pero es una primera aproximación a los cerambícidos de los bosques de niebla”, señala Botero. Estas se incluyeron en un listado de 38 especies que se encuentran en el Parque Natural, que se pueden apreciar en un afiche elaborado por los investigadores.
La primera reserva natural privada
De las cinco especies que describieron por primera vez los científicos, dos de ellas llevan nombres en honor al lugar en el que fueron encontradas. La primera es Eurysthea chicaque, por el nombre del Parque Natural. Chicaque, “en lengua muisca, significa ‘nuestra lucha’. Es un reconocimiento por ser la primera reserva natural privada de Colombia”, escriben los autores en la investigación. La segunda es Nyssodrysilla escobarorum, un reconocimiento a Manuel Antonio Escobar Lozano y su familia, quienes fundaron el parque y lograron su reconocimiento como área protegida privada.
“Esta es la primera iniciativa privada que se dedicó a cuidar un espacio en el que estudiantes e investigadores pueden conocer una porción de la biodiversidad del país”, destaca Ávila. A esto se suma, dice Botero, que se trata de uno de los pocos bosques de niebla cerca de Bogotá y que resiste a las presiones de los cultivos y la urbanización.
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