Leydy Pech, la mujer que le ganó la batalla a Monsanto por proteger a las abejas
La líder maya fue galardonada con el premio Goldman por su lucha contra la siembra de soya transgénica en la península de Yucatán, al sur de México.
Tatiana Pardo Ibarra - @Tatipardo2
De lo alto de la cúpula bajan hasta el suelo pisos horizontales en forma de discos, unidos entre sí por pequeñísimas columnas de cera. Estas estructuras tienen callejones y pasillos tan bien diseñados que aseguran el tránsito del aire durante temporadas cálidas y evitan las aglomeraciones de sus huéspedes durante días ajetreados. También hay habitaciones donde descansan los huevos cuidados por nodrizas, gavetas para almacenar los víveres necesarios para alimentar a toda la colmena y hasta una zona de basurero con pequeñas montañas de residuos que luego se descomponen. Existen más de 20.000 especies de abejas en el mundo, pero hay una que enfrentó a un pueblo latinoamericano con la empresa líder en la producción de herbicidas: la Melipona beecheii.
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De lo alto de la cúpula bajan hasta el suelo pisos horizontales en forma de discos, unidos entre sí por pequeñísimas columnas de cera. Estas estructuras tienen callejones y pasillos tan bien diseñados que aseguran el tránsito del aire durante temporadas cálidas y evitan las aglomeraciones de sus huéspedes durante días ajetreados. También hay habitaciones donde descansan los huevos cuidados por nodrizas, gavetas para almacenar los víveres necesarios para alimentar a toda la colmena y hasta una zona de basurero con pequeñas montañas de residuos que luego se descomponen. Existen más de 20.000 especies de abejas en el mundo, pero hay una que enfrentó a un pueblo latinoamericano con la empresa líder en la producción de herbicidas: la Melipona beecheii.
Hay abejas solitarias que solo requieren de abrir un hueco y acondicionarlo para poner su huevo y después partir hacia flores frescas y campos mansos, pero hay otras que requieren del trabajo colectivo para sobrevivir. Ese es el caso de la Melipona beecheii —una de las 500 especies de abejas sin aguijón y nativa de las selvas lluviosas de la península de Yucatán—. Un día cualquiera podría ser así: por un lado, un puñado de obreras se adentran en el bosque y regresan con las patas y alas llenas de polen y néctar, mientras que otras son aseadoras, cocineras y constructoras. Unas pasan revista, cual vigilantes, a todas las rendijas para corroborar que la vida transcurra en orden, mientras que otras barnizan las paredes con la resina de las plantas y el barro que traen de sus travesías aéreas. La reina, como toda reina, lidera, procrea y da vida.
Leydy Araceli Pech Marín es la cara visible de su colonia. Esta mujer maya, de 55 años, ganó esta semana el premio Goldman, el mayor reconocimiento ambiental que se entrega a escala mundial, por encabezar una coalición que detuvo la siembra de soya genéticamente modificada por Monsanto en el sur de México. En 2012, el gobierno le otorgó a esta multinacional (hoy propiedad de Bayer) permisos para sembrar en siete estados (Campeche, Yucatán, Quintana Roo, San Luis Potosí, Veracruz, Tamaulipas y Chiapa) sin consultar previamente a las comunidades locales. Los problemas llegaron como río desbordado.
Tras la deforestación del bosque, las aspersiones aéreas con glifosato se convirtieron en un dolor de cabeza, literalmente. El plaguicida, dice Leydy, catalogado como “posiblemente cancerígeno” por la Organización Mundial de la Salud (OMS), no solo contaminó la tierra y las fuentes de agua de los mayas, sino también la miel y el polen, el sustento económico del pueblo indígena. México es el sexto productor de miel a escala global y un 40 % proviene precisamente de la península de Yucatán, donde más de 25.000 familias dependen de esta actividad.
El detonante que organizó a la gente llegó con un anuncio de la Unión Europea: advertía que no iba a comprar ni comercializar miel contaminada con polen de cultivos transgénicos. De acuerdo con algunas investigaciones realizadas en la zona, “las abejas efectivamente pecorean las flores de soya (que se ubican hasta dos kilómetros de distancia de las colmenas) y, en consecuencia, la gran mayoría de las muestras de miel y polen contuvieron polen de soya”. Dependiendo de dónde estuviesen ubicadas, el porcentaje de polen genéticamente modificado varió entre el 67 % (a 250 metros) y 100 % (a 2.000 metros).
Específicamente en Campeche, donde vive Leydy, los apicultores decidieron interponer dos juicios de amparo contra ese permiso. La abogada Ximena Ramos, del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), quien ha acompañado el proceso jurídico desde el inicio, explica que los principales argumentos fueron la violación de las autoridades al derecho a la consulta previa, libre e informada de las comunidades mayas, la posible afectación que tendría la siembra de soya genéticamente modificada sobre la apicultura y meliponicultura, y la violación a los derechos al trabajo y un ambiente sano. En 2015 la Suprema Corte les dio la razón: ordenó suspender la siembra de 253.500 hectáreas. “Esto avanza lento. Desde entonces seguimos en etapa de acuerdos previos para intentar definir el protocolo con el que se hará la consulta. Además, se sabe que algunos productores de la región persistieron en la siembra, sin que el Estado mexicano haya investigado, sancionado ni adoptado medidas adecuadas para evitarlo”, dice Ramos. “Urge que las autoridades cumplan con sus responsabilidades, dejen de tomar decisiones desde un escritorio y cancelen definitivamente el permiso”.
Al otro lado de una pantalla, como ahora quedaron reducidos la mayoría de encuentros, Leydy Pech, conocida como “la dama de la miel” o “la guardiana de las abejas”, relata sus batallas: la colectiva por la defensa del territorio y la personal, la más espinosa.
Esta historia empezó hace una década. ¿Cómo fue la llegada de los menonitas a su territorio?
Ellos llegaron hace unos cuarenta años, lo que pasa es que nunca imaginamos que fueran a cambiar nuestra vida, la de los mayas. Llegaron porque el gobierno mexicano ofertó estos bosques que, en su momento, eran llamados en “desuso”, cuando en realidad eran bosques densos cuidados de manera ancestral. Entonces cuando los menonitas empezaron a deforestar y nosotros a cuestionar, ellos decían que ya traían un título de propiedad que les daba derechos sobre esas tierras, ¡las nuestras!
Luego, en 2012, nos enteramos de que Monsanto tenía permiso para sembrar soya transgénica en siete estados de México, entre esas 30.000 hectáreas en etapa piloto dentro de Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Una cosa llevó a la otra: primero fue la deforestación a gran escala y la pérdida de biodiversidad, luego la contaminación del suelo y las lagunas, la muerte de nuestras abejas por el incremento de plaguicidas y la fumigación con glifosato desde avionetas, incluso en zonas muy cercanas a las escuelas. Se cambió el uso del suelo, se drenaron las aguadas y todo se transformó en una extensa área agrícola para soya y sorgo.
Como todo eso se cambió, pues ahora nos encontramos en una situación vulnerable y de altísimo riesgo cuando llega una tormenta o huracán, porque todas las condiciones que teníamos para hacerle frente a estos fenómenos ya no existen. No queda nada. No hay cómo protegernos.
¿Cuál es la importancia de la miel y las abejas nativas para el pueblo maya que logró organizar a más de treinta comunidades?
La apicultura no solo representa la economía, sino la identidad cultural. La miel la utilizamos para curarnos, la polinización que hacen las abejitas protege a las plantas medicinales y nos da esa diversidad de alimentos que hacen parte de nuestra dieta. Pero, además, desde pequeños los niños conocen de las abejas porque saben que son ellas quienes les permitirán después comprarse unos zapatos o ir al colegio.
Ahora imagina un apicultor pequeño, que tiene entre veinte y treinta colmenas para mantener a su familia, que se queda sin nada y se convierte en el jornalero de su propia tierra. Una tierra que ni siquiera tiene tiempo para descansar, porque ya no se respetan ni los ciclos de siembra; todo el año con maíz, sorgo, soya, tomate, hortalizas, papayas, picantes, etcétera… Nosotros no pensamos en sembrar granos a gran escala, sino en una soberanía alimentaria respetuosa con el entorno. Por eso creo que esta es la generación que defiende todo aquello que nuestros ancestros nos heredaron. Y es la comprensión que no entienden los tomadores de decisión ni los gobiernos: no son capaces de ver esta forma diferente en la que el pueblo maya interactúa con la naturaleza ni esa integralidad del territorio para poder vivir. El problema es que ya dejaron que nos arrebataran esa integralidad. Nos dejaron un desequilibrio y un envenenamiento.
Esta ha sido una lucha liderada principalmente por mujeres. ¿Cómo ha sido este camino?
Difícil. En nuestra cultura hay roles establecidos, pero en los últimos años hemos estado abriendo esta brecha para que más mujeres puedan incorporarse y tomar decisiones. Creo que somos más sensibles ante este problema, porque muchas somos madres y no queremos que este sea el futuro que les espere a nuestros hijos. Nosotras no reaccionamos por la venta de la tierra, sino porque lo que está en riesgo es la vida misma.
El camino ha consistido en librar una batalla con mi propia cultura. Es difícil cuando sabes que tienes el derecho a hablar, pero realmente no lo puedes decir: “Está bien lo que comentas, pero eres mujer y no tiene peso”. No importa que yo no sea propietaria de la tierra, porque sí tengo derecho a respirar un aire limpio, a beber agua limpia y a heredar condiciones más sanas y de bienestar para mis hijos.
¿Cómo es esa batalla personal?
Nada fácil. Cuando uno empieza a tomar conciencia también tiene que ayudar a que el otro lo haga. Hay que trabajar todos los días y a cada momento para romper los roles establecidos y no ha sido sencillo salirme del que me tocó por nacer mujer. Me costó muchísimo. Incluso, algunos empezaron a decir como: “Está bien que le pasen esas cosas, eso es por estar donde no debe, ocupando espacios que no le corresponden”. Pero luego son las pequeñas acciones las que marcan la diferencia. Se necesita demasiada convicción y compromiso, tener muy claro lo que se está haciendo, lo que se defiende y lo se que quiere alcanzar.
Estas brechas son enormes y los caminos tan estrechos. Ojalá tuviera un botón para cambiarlo de un día para otro, pero no, nos tocó la trocha larga. Lo esencial es no olvidar que antes de ser mujer soy ser humano y tomo mis propias decisiones. Soy la voz de todas, las que ya hablaron y las que aún no.
¿Cuál ha sido el mayor aprendizaje?
Que la defensa de la vida no requiere de un perfil académico o puesto político. Yo soy mujer, maya y ama de casa.
¿Ha recibido amenazas por salirse de ese molde e ir contra Monsanto hasta instancias judiciales?
Sí, en todo el proceso ha habido mucha represión y una campaña de desprestigio por parte de las empresas transnacionales, pero cuando demuestras la verdad con acciones eso te salva. Es una prueba de fuego constante. Ellos solo quieren cansarme para que me retire de esta lucha y no te voy a negar que en algún momento dije: “Hasta aquí llego, no voy más, esto es demasiado, no puedo”, pero siempre hay que continuar.
Además este proceso no nace por la soya, sino que ya tenía una raíz. Llevo más de veinte años haciendo trabajo con las comunidades a través del Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes y la organización Koolel-Kaab Muuch Kambal (que significa “aprendiendo juntos”) hablando sobre la desigualdad de género y el derecho de los pueblos indígenas.
Y ahora esto se traduce en el reconocimiento más importante en temas ambientales. ¿Cómo recibió la noticia?
Es un reconocimiento compartido. A mí me toca recibirlo, pero es la lucha de todas y todos desde hace más de veinte años. Las semillas que se van sembrando van germinando en distintos momentos.
Como la misma renovación de abejas dentro de un panal…
Me encanta eso. Los mayas nos identificamos con las abejas porque estos animalitos hacen un trabajo muy organizado. Hay abejitas que están dentro de la colmena y son las que están dándole la estructura al nido para que se mantenga vivo y firme, luego las obreras que entran y salen constantemente para traer polen, y hay otras que están listas para relevar labores. Hay una renovación constante, sí, y así es nuestra lucha: larga y poco a poco se van a ir incorporando nuevas personas en el camino, pero a nosotros nos toca poner el cimiento, bien firme para que la defensa continúe. Las abejas son cuidadoras, proveedoras y cooperan; y las mujeres también.