Una nueva investigación producida por Deep Science Ventures (DSV), una organización que combina ciencia y emprendimiento para resolver desafíos globales, advirtió recientemente sobre la magnitud de la crisis química que enfrentamos como humanidad.
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A partir de un análisis de la evidencia científica disponible, el informe revela que más de 3.600 sustancias químicas sintéticas presentes en materiales de contacto con alimentos ya han sido detectadas en cuerpos humanos alrededor del mundo. Muchas de estas sustancias, como los PFAS —también conocidos como “químicos eternos”—, se han acumulado en el medio ambiente al punto de contaminar el agua de lluvia por encima de los límites seguros para el consumo humano. Se conocen como “químicos eternos” porque se degradan extremadamente lento o, en muchos casos, no se degradan en absoluto. Su persistencia en el ambiente y en el cuerpo humano implica que, una vez liberados, pueden permanecer durante décadas
“Esta investigación, que recopila trabajos revisados por pares, muestra que la humanidad se enfrenta a una exposición ampliamente subestimada a las sustancias químicas a través de los alimentos, el aire y el agua”, resume Adam Tomassi-Russell, director de Clima de Deep Science Ventures. El informe destaca que la economía industrial ha introducido más de 100 millones de nuevos productos químicos; y de ellos, 350.000 se encuentran actualmente en uso comercial y su producción se ha multiplicado por cincuenta desde los años 1950.
“Descubrimos que muchas sustancias químicas que resultaron ser tóxicas ingresaron al mercado sin contar con datos suficientes sobre su peligrosidad, y solo se identificaron como dañinas después de años de uso, cuando las personas ya habían estado expuestas", se lee.
Más preocupante aún, creen en la organización, con el pasar del tiempo, su producción logra economías de escala, lo que dificulta que alternativas más seguras puedan competir. Aunque ciertas propiedades específicas son importantes, a menudo se elige una sustancia química porque es barata y, por ejemplo, fácil de producir a partir de derivados del petróleo refinado.
Precisamente, al analizar cómo se transportan en el ambiente, el estudio encuentra que la toxicidad se transmite a través del aire, el agua y los sistemas alimentarios. El sistema alimentario, en particular, concentra muchos de estos problemas: los pesticidas y fertilizantes contaminan el agua, dañan los ecosistemas locales y llegan hasta la comida.
Existen pruebas de que la exposición crónica a los llamados “químicos eternos” (PFAS, por sus siglas en inglés) está relacionada con una disminución global del conteo espermático, alteraciones en el desarrollo infantil, obesidad, y tipos específicos de cáncer como leucemia, linfoma no Hodgkin, cáncer de colon y de hígado. Por ejemplo, hombres con niveles elevados de ciertos PFAS tienen menos de la mitad del conteo normal de espermatozoides. Además, solo el 7% de los aditivos alimentarios utilizados en Estados Unidos cuentan con datos toxicológicos reproductivos, lo que evidencia una enorme laguna en el control y monitoreo de riesgos.
A pesar de estas señales de alarma, los marcos regulatorios actuales son ampliamente considerados como insuficientes y desactualizados. En muchos países, como Estados Unidos, los químicos son tratados como “inocentes hasta que se demuestre lo contrario”, dice la organización, lo cual permite su circulación sin estudios rigurosos previos.
Incluso en la Unión Europea, donde rige el principio de precaución, se han identificado múltiples excepciones que socavan la protección de la salud pública. Las metodologías de evaluación —basadas en conceptos como “la dosis hace el veneno”— no contemplan, según los autores, los efectos combinados de múltiples sustancias ni el impacto de dosis bajas, especialmente de los disruptores endocrinos. “La dosis hace el veneno” es una idea tradicional de la toxicología que sostiene que cualquier sustancia puede ser inofensiva o peligrosa dependiendo de la cantidad a la que se esté expuesto. Sin embargo, esta idea ha sido cuestionada por la ciencia más reciente.
Según los autores del informe, esta perspectiva tradicional no se ajusta a la realidad actual: estamos expuestos simultáneamente a miles de compuestos sintéticos provenientes de materiales en contacto con alimentos, productos de higiene, plásticos, cosméticos, entre otros. Y aunque cada sustancia, por separado, pueda parecer segura bajo ciertos umbrales, su efecto combinado puede generar toxicidad, incluso cuando cada una esté presente en niveles considerados “seguros” por sí solos. Además, las regulaciones vigentes suelen centrarse en exposiciones aisladas, ignorando cómo interactúan estas sustancias en el cuerpo humano.
Frente a este panorama, el informe de DSV propone una reforma urgente del sistema de regulación química a nivel global, la modernización de los métodos de evaluación toxicológica, y el impulso a la innovación científica para desarrollar alternativas seguras. Desde el desarrollo de pesticidas menos agresivos hasta la sustitución de plastificantes, colorantes y aditivos tóxicos en materiales de empaque, se requieren, identifica la organización, una serie de soluciones tecnológicas que protejan tanto la salud humana como la del planeta.
El informe concluye con un llamado: es indispensable actuar con rapidez. Reformar la regulación, actualizar el conocimiento científico y promover una industria química segura no es solo una cuestión de sostenibilidad: es una condición para garantizar el futuro como especie.
Mientras el informe de DSV detalla cómo miles de sustancias sintéticas, incluyendo los persistentes PFAS, han contaminado el ambiente y se han acumulado en cuerpos humanos, los estudios del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático (PIK) ya habían alertado que hemos superado el límite planetario seguro para los contaminantes ambientales, o “entidades novedosas”, como se conocen. En esencia, ambas organizaciones coinciden en un punto : la producción industrial de químicos ha excedido la capacidad de la Tierra para asimilarlos y la nuestra para regularlos de manera efectiva, poniendo en riesgo la salud humana y la estabilidad de todo el sistema planetario.
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