En los próximos años, las praderas prístinas de la Orinoquia que se extienden hasta la selva amazónica serán el terreno de prueba que permitirá demostrar si podemos evitar la colisión de dos de los mayores retos que enfrentamos hoy: producir más para alimentar a una población en constante crecimiento; y preservar el planeta de las consecuencias de las dietas cambiantes y el aumento del consumo de recursos, amenazas que ponen en riesgo nuestro medioambiente, nuestro clima y nuestra salud.
Una rareza en nuestro mundo de tierra finita e infinitos apetitos, la Orinoquia permaneció más allá del desarrollo durante los años de conflicto armado en Colombia. El uso de la tierra en esta región escasamente poblada ha sido principalmente para la ganadería en pequeña escala y la agricultura tradicional de bajos insumos.
Después de cinco décadas de conflicto civil, Colombia mira a su gran sabana para impulsar el rápido crecimiento económico y satisfacer la demanda mundial de alimentos. La Orinoquia ha sido identificada por su potencial, no solo para producir alimentos, sino para las exportaciones y la generación de empleos e ingresos. El acuerdo de paz de 2016 ha estimulado la inversión de miles de millones de dólares para impulsar dicho crecimiento. Aunque los planes todavía están tomando forma, hasta 14 millones de hectáreas –más de la mitad de la región– podrían ser convertidas a agricultura a gran escala o intensificada, principalmente para la producción de soya y aceite de palma, así como para la ganadería.
Si bien convertir millones de hectáreas en agricultura industrial sería un alivio para las incesantes demandas en la cadena alimentaria mundial, también podría contribuir a la degradación y destrucción de uno de los habitats de América Latina, creando secuelas sobre el propio suelo, la biodiversidad y los recursos hídricos de los que depende la propia producción agrícola.
Los grupos ambientales siguen muy de cerca estos desarrollos, preocupados de que en los diversos cálculos de conversión de tierras haya poca consideración por el papel crítico que desempeñan los pastizales, los bosques y la biodiversidad en la regulación de la temperatura, los patrones de precipitación y la regeneración del suelo para la Orinoquia, y potencialmente, para toda Colombia y los países de la región.
La deforestación: otra cara del desarrollo agrícola
En las últimas décadas, América Latina se ha visto marcada por la deforestación en su intento por expandir la agricultura y obtener ganancias de la creciente demanda mundial de granos y proteínas. Sin embargo, el costo ha sido alto para el medioambiente, la biodiversidad de la región y el clima mundial. Durante un período reciente de 15 años, la destrucción de los bosques de América Latina fue la quinta fuente más alta de emisiones de carbono a nivel mundial. No obstante, la región es una potencia agrícola, que proporciona el 60% de las importaciones mundiales de soya, el 44% de la carne vacuna y un tercio del maíz. Todos los ojos se están volcando hacia América Latina para asegurar la seguridad alimentaria mundial a medida que la población global asciende a más de nueve mil millones en las próximas décadas.
Por lo tanto, la Orinoquia representa una oportunidad única para tomar decisiones acertadas tanto para la población como para el planeta. ¿Podrá Colombia lograr un equilibrio entre la expansión de la agricultura y la producción ganadera mientras conserva su biodiversidad? ¿Podrá producir un modelo global exitoso tanto para la alimentación de la población como para la conservación de la naturaleza?
Las recientes elecciones presidenciales en Colombia tendrán consecuencias mucho más allá de sus fronteras. La nueva administración enfrentará una elección decisiva entre el uso de modelos de producción de alimentos que han demostrado ser perjudiciales en otras partes de la región o la implementación de una opción más ecológica que proteja la riqueza natural de Colombia y disminuya la presión sobre el clima mundial mientras aumenta la producción agropecuaria.
Hay mucho en juego. Según estimaciones, Colombia alberga el 10% de la biodiversidad del planeta. Alrededor del 52% del territorio de Colombia está cubierto por bosques. Además, de acuerdo al Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, el país pierde entre 120,000 y 140,000 hectáreas por año; casi tres cuartas partes de esta deforestación se atribuye a la agricultura extensiva y la ganadería.
A medida que se concreten las decisiones sobre qué, cómo y dónde conducir el desarrollo en la era posterior al conflicto, han surgido nuevas iniciativas sostenibles. En el Plan Nacional de Desarrollo actual, Colombia busca introducir un modelo de crecimiento ecológico que integre la planificación del uso del suelo, la gestión sostenible y la movilidad social.
Adicionalmente, el pasado agosto, un grupo diverso de especialistas del sector ambiental y privado se reunieron para discutir el desarrollo sostenible de la Orinoquia. La reunión fue organizada como parte del grupo de trabajo de Science for Nature and People Partnership (SNAPP) sobre el cambio de uso de la tierra en la Orinoquia.
Este grupo cuenta con representantes del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), Wildlife Conservation Network, The Nature Conservancy (TNC), y el Departamento de Planificación Nacional Colombiano y busca reunir a las organizaciones de productores con científicos y planificadores de la conservación para ayudar al gobierno a evaluar los impactos del cambio en el uso de la tierra sobre la naturaleza y las personas. Además, advierten contra el hecho de que el gobierno tome decisiones sobre la conversión de tierras sin estudiar y comprender completamente el impacto de la misma sobre el clima, el suelo, el agua y la biodiversidad, los cuales son indispensables para maximizar la productividad agrícola que Colombia busca promover.
Los ecologistas sostienen que el país debería dar prioridad a la rehabilitación de tierras degradadas existentes para uso agrícola antes de tomar decisiones sobre las conversiones a gran escala. “Las tierras de pastoreo que se degradan pueden restaurarse, y este proceso genera múltiples beneficios para los agricultores y los ganaderos, así como para el medioambiente”, dice Glenn Hyman, geógrafo e investigador del CIAT. Los suelos sanos –explica– acumulan carbono, estimulan el crecimiento de cultivos de cobertura y reducen la necesidad de expandir el pastoreo de ganado hacia la sabana y el bosque nativos".
Hyman y otros científicos están documentando el caso de negocios para la agricultura sostenible en la Orinoquia. “El gran desafío para Colombia es lograr un plan paisajístico sólido que incluya opciones de inversión inteligentes, métodos efectivos para devolver a la naturaleza lo que nos proporciona y tecnologías que minimicen o eliminen los impactos ambientales negativos. Difícil pero factible”, dice Rubén G. Echeverría, Director General del CIAT.
Los agricultores y ganaderos en Colombia y en otras partes de Latinoamérica que ya están implementando prácticas que preservan los hábitats naturales y restauran áreas dañadas, afirman que ya están percibiendo beneficios: mejores cosechas y mayores ingresos. Mientras que los estudios de monitoreo confirman la creciente biodiversidad de insectos, aves y plantas, menor uso de agua y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
“Orinoquia se erige como el próximo campo de pruebas”, afirma Andrés Zuluaga, quien dirige el programa de conservación de Tierras en Colombia para TNC. “Estamos listos para producir más y mejores alimentos de manera sostenible, contribuir a las necesidades nutricionales nacionales e internacionales, y generar buenas ganancias y bienestar para los productores, mientras se reducen los impactos ambientales, se preserva la biodiversidad y se protegen los ecosistemas”.
¿Se logrará? El mundo está observando.
*Ginya Truitt Nakata es la Directora de Tierras de América Latina para The Nature Conservancy (TNC). Roger Thurow es miembro senior del programa global de alimentos y agricultura del Consejo de Asuntos Globales de Chicago.