Para satisfacer la alimentación de la población mundial, en el año 2050 se debe incrementar en un 60% la producción de alimentos. Sin embargo, con el aumento de la temperatura en más de 1.5 centígrados, como se tiene previsto que suceda en 2030 si no se frena el calentamiento global, todo el sistema agrícola y alimentario se verá trastocado. La escasez de agua puede ser un factor determinante, pues actualmente el 70% del agua mundial va destinado a la agricultura. El rol de la agricultura de cara al futuro fue justamente el tema central de la novena cátedra Repensar Nuestro Futuro, del Foro Nacional Ambiental (FNA).
Antes de comenzar con la cátedra, Manuel Rodríguez Becerra, director del FNA, pidió un minuto de silencio por la difícil situación que atraviesa Colombia y por las personas que han muerto en las protestas. “La pandemia ha sacado a flote de manera dramática grandes desigualdades y lo cierto es que las mayores víctimas de la pandemia han sido los más pobres. Uno de los objetivos de esta cátedra es justamente buscar soluciones para transitar hacia una sociedad más justa”, dijo.
En esta cátedra, titulada “La transformación de la agricultura y la ganadería como imperativo para enfrentar la tragedia socio-ambiental”, participaron Santiago J. Sarandón, catedrático en Agroecología y director de Investigación en Agroecología de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina; Nicolás Lucas, coordinador de la red sobre resiliencia climática rural de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO); Walter Pengue, profesor titular de la Universidad Nacional General Sarmiento, en Argentina, y Ana María Loboguerrero, directora de investigación y acción climática en la Alianza Biodiversity Internacional y del Centro Internacional de Agricultura Tropical.
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La agricultura, explicada paso a paso
Santiago Sarandón, ingeniero agrónomo y profesor de Agroecología, hizo una introducción sobre la agricultura que vale la pena retomar. ¿Por qué es una de las actividades de mayor trascendencia para los seres humanos? El expositor se centró en tres razones: esta genera producción de alimentos, fibras, energía; provisión de bienes y servicios y aporte a las economías. A diferencia de otras actividades, la agricultura no tiene que ver sólo con el estilo o nivel de vida de lo seres humanos, sino con la supervivencia misma de la especie y no puede suprimirse.
La agricultura, por otro lado, es la actividad humana que ocupa más superficie en el planeta. Cerca del 50% de la superficie terrestre, dijo el expositor, está ocupada por agroecosistemas. La transformación de los ecosistemas para la agricultura requiere de insumos y recursos finitos, así como nutrientes, energía y biodiversidad. “Todos estos bienes están agotándose o deteriorándose”, señaló.
En América Latina y el Caribe, el modelo de agricultura que ha prevalecido “se basa en el uso de genotipos de alto potencial de rendimiento que requieren de condiciones adecuadas. ¿Cómo se logra ese ambiente? Con insumos como agroquímicos (pesticidas y fertilizantes) y energía fósil”. Con nuevas tecnologías, agregó, se ha logrado un modelo de alta productividad y aparentemente muy “rentable” pero “insostenible ambientalmente y socialmente inaceptable. La capacidad de mantenerla en el tiempo está en duda”.
Pese a que el mundo tiene más 50.000 plantas comestibles, el 90% de la demanda se concentra en solo 15 cultivos y dos tercios de nuestro consumo calórico son provistos por tres cultivos: arroz, maíz y trigo. El problema, dijo Sarandón, es que estos cultivos requieren de grandes cantidades de agroquímicos. Por solo mencionar un ejemplo, señaló que el uso de plaguicidas en Argentina aumentó de 73 millones de kg./l en 1995 a 317 millones de kg./l en el año 2012. Y el problema con los agroquímicos es la generación de pérdida de biodiversidad y la contaminación de fuentes hídricas.
Otro problema de la agricultura actual es la pérdida de la fertilidad de los suelos. Hoy, según el expositor, existe una reducción del 30 al 50% de la fertilidad de los suelos dependiendo de las zonas analizadas. En el aspecto social, se observan problemas como la falta de acceso a la tierra, el desempleo y la pobreza rural, así como las afectaciones en salud por los cambios en los ecosistemas. Por esta serie de razones, Sarandón habló sobre la necesidad de un nuevo paradigma que permita “compatibilizar la obtención de alimentos y otros bienes y servicios para la humanidad, manteniendo la capacidad productiva de los agroecosistemas y la integridad del ambiente a nivel local”.
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Agricultura y cambio climático
Nicolás Lucas, coordinador de la red sobre resiliencia climática rural de la FAO, comenzó su intervención mostrando algunos datos sobre el contexto actual de la región. Teniendo en cuenta los efectos de la pandemia, en América Latina y el Caribe la recesión fue de -7.0, la más alta en el mundo, superando incluso a África subsahariana. Adicionalmente, las tasas de desempleo también son las más preocupantes en todo el planeta, alcanzando entre un 15 y 20% en la región. De otro lado, pese a que entre 2000 y 2016 hubo un incremento importante del PIB per cápita en la región, lo cierto es que la pobreza rural no disminuyó como se esperaba y, para 2016, cerca del 50% de la población rural se encontraba en pobreza y por lo menos un 30% en pobreza extrema. Teniendo en cuenta este panorama, el sector agrícola en la región requiere de nuevos retos.
En América Latina y el Caribe, explicó Lucas, prima una economía de extracción. De acuerdo con los perfiles exportadores, el 47% de las exportaciones de Colombia son minerales, en Ecuador el 44% son agrícolas, en Brasil un 35% y en Chile un 30%. Por el cambio de uso del suelo, señaló, se generan “modificaciones en la biomasa vegetal por deforestación o cambios en pastizales naturales y cambios en el stock de carbono por la mineralización y humificación en la producción agrícola, ganadera y forestal”. Y si bien es cierto que en las emisiones globales de Gases de Efecto Invernadero,la región aporta cerca del 11% del total global, los cambios en el uso del suelo harán que las emisiones sigan en aumento.
En la región, dijo el expositor, “el agro tiene que adaptarse y hay que hacerlo sustentable, vinculando su transición a la agenda del cambio climático”. De lo contrario, no solamente están en riesgo los ecosistemas, sino los productores agrícolas, las cadenas agropecuarias y los consumidores. “Dado el contexto económico, el foco de las políticas públicas deben combinar mitigación, adaptación y mejoras en la productividad del sector”. En otras palabras, “fomentar una agenda de resiliencia post-Covid”.
Para el futuro, en todo caso, se pueden presentar diferentes soluciones: “Los hallazgos de estudios previos demuestran que es posible conciliar objetivos de política económica y climática, al menos desde las preferencias de los individuos. En un contexto de crisis sanitaria y económica los objetivos de rescate y recuperación económica no se oponen a los objetivos de resiliencia climática rural”.
La transformación es urgente
Walter Pengue, ingeniero agrónomo y profesor, señaló la estrecha relación entre la agricultura y la crisis ambiental. “La agricultura demanda mínimo el 70% de los recursos vinculados con el agua”. Actualmente, dijo, “las granjas pequeñas y medianas de sistemas tradicionales e intermedios/mixtos proporcionan alimentos a aproximadamente 2 /3 de la población mundial y muestran una mayor producción en diversos paisajes, lo que refuerza la contribución de los servicios ecosistémicos y la biodiversidad en la alimentación y la agricultura”. Como explicó, los países en desarrollo son justamente los que consumen más tierra y generan mayores cambios en el uso del suelo, lo cual contribuye directamente al cambio climático.
Por último, Ana María Loboguerrero, directora de investigación en el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), dijo que el sector agropecuario puede ser la puerta de entrada para la transformación. Y es necesario, pues si bien es cierto que la región no es la que más emisiones presenta a nivel mundial, estas sí han venido incrementando en las últimas décadas. “Mientras que en la década de los sesentas estábamos generando alrededor de 390 millones de toneladas de Co2, en el 2010 llegamos a emitir 905 millones de toneladas. Es un incremento importante y llama la atención el aumento en este lapso de la deforestación. La mayoría de las emisiones se han presentado por cambios en el uso del suelo”.
Teniendo en cuenta que para el año 2050 se prevé que la producción de alimentos debe incrementar en un 60% para satisfacer la demanda mundial, Loboguerrero señaló que este incremento se debe dar de manera sostenible, conservando recursos como el agua y la tierra. En este proceso será clave el cumplimiento de las NDCs a nivel global, pues allí existen compromisos concretos sobre agroforestería en la mitigación y la adaptación.