El Bita es un río, muy sano, que nace de las sabanas de la Orinoquia y desemboca a pocos kilómetros de Puerto Carreño. Un afluente que aún no se ha visto afectado por la ganadería o los proyectos de extracción de recursos naturales, en cuya cuenca no hay presencia de grupos indígenas, pero sí habitan jaguares, delfines, dantas y muchas especies de tortugas. Alrededor de esa serpiente de agua, de la que salen el 80% de los peces ornamentales que exporta el país y a la que llegan al año por lo menos 600 pescadores deportivos del mundo, se está gestando uno de los más interesantes proyectos de preservación ambiental de Colombia.
En abril de este año, teniendo en cuenta las presiones económicas que se han proyectado sobre la Orinoquia, miembros de la sociedad civil, científicos, ONG y el Estado se pusieron de acuerdo para explorar una nueva alternativa de desarrollo en esta zona del país, una que esté acorde con sus características sociales, económicas y ecosistémicas.
Pero antes de responder a la pregunta sobre cuál será el modelo indicado, el primer paso de la Alianza por el Bita será coordinar en el Vichada el inicio de distintas iniciativas científicas que permitirán caracterizar los servicios ecosistémicos de bosques y morichales, describir la flora, la fauna y las costumbres de los habitantes y luego dar lugar a conversaciones sobre los usos que se pretende dar al suelo. Estos son, hasta el momento, los protagonistas de esa alianza que promete abrir el debate sobre la necesidad de idear, en regiones poco pobladas, modelos de desarrollo económico más acertados.