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Reserva Zafra, ejemplo de cómo la resistencia a la guerra se transforma en crecimiento sostenible

En el oriente antioqueño 513 familias marcadas por una ola de violencia guerrillera y paramilitar, decidieron apostarle a la conservación y cambiar sus hábitos de producción agropecuaria.

María Paulina Baena Jaramillo
11 de agosto de 2016 - 03:07 a. m.
Lorena Duque y Edison Arboleda empezaron a transformar este predio que compraron hace 8 años en esta reserva de la sociedad civil, llamada Zafra.  / Fotos: Cortesía WWF
Lorena Duque y Edison Arboleda empezaron a transformar este predio que compraron hace 8 años en esta reserva de la sociedad civil, llamada Zafra. / Fotos: Cortesía WWF

A menos de tres horas de Medellín -por una carretera que atraviesa las montañas sinuosas del oriente antioqueño- está San Rafael. Este municipio, junto con San Carlos y Granada fueron algunos de los más golpeados por la violencia en el país. Pero al mismo tiempo guardan una riqueza ambiental incalculable: abundantes fuentes de agua que surten varios embalses y diversidad de alturas que van desde el páramo de Sonsón hasta las depresiones sobre el río Magdalena. Sólo a 15 minutos de San Rafael y a 45 de San Carlos, a la altura de un puente colgante que atraviesa el río Arenal, está ubicada la reserva natural Zafra.

Esta reserva es un predio de 30 hectáreas que compraron Édison Arboleda y Lorena Duque hace 8 años. Ambos son paisas, de acento cantado, se conocen desde hace 18 años y bordean los 40. Édison o el Mono, como lo conocen en la vereda, es oriundo de San Rafael, un hombre de cola de caballo rubia hasta el hombro, piel bronceada y ojos verdes. Un fenotipo que choca con el del típico campesino antioqueño y se parece más al de un extranjero explorador. Lorena, blanca y de ojos cafés expresivos, nació en Medellín, estudio zootecnia y llegó a San Rafael para trabajar en educación ambiental con la comunidad campesina. “Soy del combo de los neorrurales”, dice con risa.

Desde que se enamoraron siempre estuvieron inquietos por establecer una relación armónica con el medioambiente, una más horizontal. El Mono había sido campesino productor y deforestador tradicional. Pero siempre guardó la pregunta de si la caficultura orgánica era más que un discurso bonito. Lorena le contaba a la gente las alternativas sostenibles que se podrían aplicar en el territorio, pero nunca se había arriesgado a hacerlas ella misma. Así que movidos por esos interrogantes se establecieron en este lugar y decidieron transformarlo.

Cuando compraron el lote, como cuentan, era un potrero, una cancha de fútbol, con algunos palos solitarios de guayaba y uno que otro canario. De esas 30 hectáreas, construyeron en 3 (que es el área plana) y lo demás (la montaña) lo recuperaron con especies nativas del bosque que había sido muy intervenido para extracción de madera.

Un pasado violento

En ese rincón del oriente antioqueño la violencia se hizo implacable desde el año 2000 hasta 2010. En San Carlos, por ejemplo, el enfrentamiento entre grupos armados forzó la salida de, por lo menos, el 80 % de la población, según datos de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR). Sin embargo, aunque muchas personas retornaron luego de los enfrentamientos, pocas familias resistieron. “Pero a los resistentes nadie nos ha reconocido, porque nunca abandonamos el territorio”, asegura el Mono.

Como el mismo cuenta, todos los días se encontraba con guerrilleros, autodefensas y al Ejército. Ya era costumbre que los martes, después del mediodía, mataban a alguien de su vereda. Se escuchaba una moto o un carro pasar, golpes, una puerta que se caía y los disparos. Al otro día la gente se desplazaba hacia el relleno sanitario y a los puntos donde sabían que dejaban a los muertos para ir a recogerlos.

Lorena añade que ese lugar fue el paso obligado de todos los grupos armados en algún momento, porque debían cruzar el puente que hoy es la entrada de Zafra. Tanto así, que allí, en la misma reserva, reposan tres lápidas. Sin embargo, “este ya no es un espacio de miedo y aquí se puede respirar de otra manera”, dice.

Ahora Zafra es un gran proyecto de agroforestería, visitada por un amplio inventario de aves. Tiene sembrados 5 mil árboles de café orgánico, una huerta para el consumo propio y de los huéspedes que deciden tener una experiencia distinta de turismo. Cultivos de jagua, una semilla cuyo pigmento se utiliza para la industria cosmética, y árboles de moringa, traídos de India. Sistemas de apicultura (con abejas de aguijón), meliponicultura (o abejas sin aguijón), piscicultura y un futuro plan de cosechas de agua para fomentar la crianza de sabaletas, una especie nativa de la región que ha sido muy amenazada por la pesca. El 90 % del territorio está dedicado al bosque nativo y el 10 % es construcción sostenible con diferentes técnicas como el bareque, la guadua, la esterilla y el revoque con barro.

¿Qué significa crecimiento verde?

Lorena y el Mono tienen una premisa clara, y es que el bosque se regula solo. “Esta reserva es la evidencia de ponerle lógica a nuestro planeta”, asegura él, y dice que no se necesita pasar por la universidad más costosa para hacer agricultura sostenible. “Nos cuadricularon la agricultura como las casas, como las ciudades, entonces no vemos más allá de ese cuadro. Pero acá nosotros analizamos sobre la marcha cada situación que sucede en la región”, remata.

Ejemplos de ello sobran. Las arrieras u hormigas cortadoras de hojas son excelentes recuperadoras de suelos, entonces no había por qué fumigarlas. El control de plagas, que se devoraban los cogollos de los cafetales, lo hicieron las gallinas que cacarean sueltas por los surcos de los cultivos y no dentro de corrales herméticos y sellados. Y los baños secos evitan la contaminación de entre 3 y 20 litros de agua en cada uso y son utilizados como abono orgánico para los cultivos. “Así se va dando todo, porque la naturaleza misma nos va guiando”, recuerda Lorena.

Por eso, cuando ella recuerda los 8 años que han transcurrido desde que llegaron a Zafra, concluye que el crecimiento verde, ese término esnobista de los ambientalistas y economistas, tiene sentido para ella desde lo modesto. “La palabra clave es la ambición. No necesitamos enriquecernos y queremos lo básico para vivir dignamente y entrar en un equilibrio con el medioambiente”, comenta.

Aunque la reserva partió de una decisión de familia, desde lo institucional resulta muy atractivo para contagiarles la experiencia a otros campesinos de la región. De hecho, la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare) decidió crear BanCO2 en 2013, un sistema de pago por servicios ambientales que sirve como un estímulo a las familias campesinas que le apuestan a la conservación de los ecosistemas y de la que forma parte esta reserva.

Como explicó Diana Gil, coordinadora social de BanCO2, la propuesta nació mediante la Corporación Más Bosques, que se encarga de recibir el dinero de las empresas aliadas y distribuirlo a los campesinos a través de una herramienta de Bancolombia que se llama “Ahorro a la mano”. El pago por hectárea oscila entre $200 y $600 mil, se pueden inscribir máximo 3 hectáreas, pero el compromiso es conservar todo el predio. A la fecha, 1.005 familias están inscritas en el país y 513 son del oriente antioqueño, distribuidas en 26 municipios.

Por eso ellos insisten en que su mayor reto es que la reserva sea un espacio de reflexión y de discusión frente a temas sociales y ambientales. Su meta es que más campesinos, de más municipios, se unan a vivir en entornos de naturaleza que protejan el agua y la tierra. Y al preguntarles por el significado de Zafra, su respuesta es la mejor para resumir la atmósfera que encierra ese lugar. “Zafra tiene que ver con la molienda de caña y panela, pero en lenguaje africano es un viaje permanente. Y para nosotros eso es la vida”, concluye Lorena.

Por María Paulina Baena Jaramillo

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