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El pasado 15 de abril, la Agencia Estadounidense de Observación Oceánica y Atmosférica (NOAA, por su sigla en inglés) advirtió acerca de un episodio de blanqueamiento masivo de corales a nivel mundial, el cuarto registrado en la historia y el segundo en los últimos 10 años. Se viene presentando desde febrero de 2024 y se estima que ha afectado a un 54 % de los corales en el mundo.
Esta decoloración se debe al aumento de la temperatura de los océanos, que afecta la cantidad de alimento disponible para los corales y tiene consecuencias en el equilibrio de ecosistemas marinos, la economía de personas que subsisten de los arrecifes y las costas que se protegen de fenómenos naturales como los ciclones gracias a las barreras coralinas.
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En la COP16, que arrancará el próximo 21 de octubre en Cali, los 196 países participantes deberán plantear sus compromisos para cumplir las 23 metas acordadas en el Marco Mundial de Kunming-Montreal, que se firmó hace dos años, en Canadá. Dentro de estas, se encuentra la protección de áreas marinas de gran importancia, como los arrecifes de coral, para su conservación. Pero, esta no es la primera vez que el mundo se compromete a cuidar de estos ecosistemas.
En esta segunda entrega de la Ruta a la COP16 de El Espectador, queremos dar un breve salto al pasado para contarles la historia de un fracaso, que es crucial para entender dónde estamos parados y por qué se nos agota el tiempo para frenar la pérdida de biodiversidad. Nos referimos a las 20 metas que pactó el mundo tras la COP10 que se hizo en Nagoya, Japón, en 2010, y que debían cumplirse en un plazo de 10 años, es decir, 2020.
Sin embargo, esa gran promesa, que se llamó la “Metas Aichi” y que generó una esperanza global, falló.
Las metas que no se cumplieron en 2020
En la COP10, los representantes de 196 países acordaron el cumplimiento de 20 metas para enfrentar la pérdida de biodiversidad en un documento llamado Metas Aichi para Diversidad Biológica. Según la Perspectiva Mundial sobre la Diversidad Biológica 5 (GBO 5, por su sigla en inglés), con ellas se planteó la necesidad de tomar acciones frente a las problemáticas “que influyen en las presiones directas sobre la diversidad biológica”.
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Las metas fueron agrupadas en cinco objetivos que buscaban, entre otras cosas, promover la utilización sostenible de los recursos naturales, aumentar la cantidad de servicios que prestan los ecosistemas a la sociedad y la participación de las personas en la planificación de las medidas para proteger la diversidad biológica. Algunas estaban trazadas para implementarse durante los 10 años siguientes, hasta 2020, como la meta 5, que planteaba reducir, por lo menos, a la mitad “el ritmo de pérdida de todos los hábitats naturales, incluidos los bosques”, además de reducir “de manera significativa la degradación y fragmentación”.
Otras, incluso, se proponían lograr resultados para 2015, como la meta 10, en la que se buscaba reducir “al mínimo las múltiples presiones antropogénicas (inducidas por los humanos) sobre los arrecifes de coral y otros ecosistemas vulnerables afectados por el cambio climático o la acidificación de los océanos, a fin de mantener su integridad y funcionamiento”.
Para 2014, año en el que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) revisó por primera vez el avance de estas metas, ya había una gran preocupación: en el documento Perspectiva Mundial sobre la Diversidad Biológica 4 se aseguraba que, “si bien se habían logrado progresos evidentes para la mayoría de las Metas de Aichi para la Diversidad Biológica, en ese momento, el progreso realizado no era suficiente para lograr las metas para 2020″.
Después de esa primera alerta, se realizaron la COP13, en México, y la COP14, en Egipto. En la primera se hizo una revisión de los avances en el cumplimiento de las metas hasta la fecha y se hizo un llamado para ratificar “la urgencia de avanzar en el cumplimiento de las metas de Aichi en materia de biodiversidad al año 2020″. En la segunda, que se llevó a cabo en 2018, los países se sentaron a discutir si era posible cumplirlas en apenas dos años, el tiempo que restaba para que se cumpliera el plazo trazado en 2020.
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El reporte de la COP14 hizo una evaluación de avance de las metas en la que se manifestó “profundamente preocupada” y reiteró algo similar a lo que se había dicho en 2014: “En la mayoría de las Metas de Aichi para la Diversidad Biológica, los progresos han sido escasos y, en algunas Metas, no se ha logrado ningún progreso general”.
La sentencia del fracaso la confirmaría el informe GBO 5, publicado en 2020, en el que se reconoció que ninguna de las 20 metas se había cumplido en su totalidad y que apenas en seis se habían dado avances. Por ejemplo, en la meta 9, que pedía identificar y priorizar a las especies invasoras que afectaban la diversidad biológica para su erradicación. Sobre esta, el informe señaló lo siguiente: “En el último decenio se ha avanzado mucho en la identificación y priorización de especies exóticas invasoras en lo que respecta al riesgo que plantean, así como en cuanto a la viabilidad de gestionarlas”.
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Otras, como la meta de tener un 17 % de zonas terrestres y el 10 % de zonas marinas y costeras bajo la figura de áreas protegidas, se habían cumplido en cuanto a territorio salvaguardado. Pero, “los avances han sido más modestos en lo que respecta a garantizar que las áreas protegidas salvaguarden las zonas de mayor importancia para la diversidad biológica”, apuntaba el informe.
La conclusión, entonces, fue que seguir por esta misma senda, con pocos y muy lentos avances, continuarían deteriorando los ecosistemas y los servicios que estos prestan en el mundo. El documento, sin embargo, dejaba una luz de esperanza diciendo que “aún no es demasiado tarde para desacelerar, detener y eventualmente revertir las tendencias de la disminución de la diversidad biológica”.
Esa fue la premisa que dio lugar al acuerdo de Kunming-Montreal en 2022, la base que hoy guía al mundo para proteger la biodiversidad y sobre el que volverán 196 en Cali.
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