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The Water Van Project, los viajeros del agua potable

Cuatro españoles recorren América Latina en un carro casa para llevar filtros a comunidades con problemas de contaminación del recurso hídrico.

Liliana Arias Salgado
04 de agosto de 2016 - 03:00 a. m.
Según los reportes de WaterAid, 100.000 personas mueren al año por beber agua contaminada. / Cortesía Ayuda en Acción
Según los reportes de WaterAid, 100.000 personas mueren al año por beber agua contaminada. / Cortesía Ayuda en Acción

En Colombia llegaron al corregimiento de El Salado (Bolívar) con el objetivo de detener la quinta causa de muertes en el planeta. Los cuatro viajeros españoles de The Water Van Project sabían que la comunidad que visitarían había sido castigada por la violencia y, además, tenía sed.

Pero una cosa era saberlo de oídas y otra llegar a ella después de viajar a bordo de un carro casa rodante desde México en su camino hasta Perú, a lo largo de 6.000 kilómetros, y conocer la historia contada por sus protagonistas. El cuarteto de amigos había cruzado Centroamérica y se había desviado hacia El Salado (Bolívar) con la intención de donar filtros de potabilización a su comunidad, donde el agua pura es una utopía. Como hasta hace poco parecía serlo la tranquilidad.

Notaron a su llegada cómo las casas permanecen en pie, al igual que centinelas del tiempo. Se sostienen dignas ante la destrucción y los avatares de la violencia, casi como monumentos megalíticos. Altas y firmes, las viviendas del corregimiento de El Salado, ubicado al sur de El Carmen de Bolívar, continúan coronadas por techos de zinc y heridas por paredes agrietadas que aún hoy rememoran las cicatrices de la guerra pasada. Una de las cosas que más marcaron al grupo de viajeros fue ver que una comunidad que había sufrido tanto pudiera recuperarse y estar organizada en tan poco tiempo.

Al llegar al caserío, a todos los sorprendieron el silencio y cierta soledad en sus calles. No hay opción de perderse entre los barrios de El Bajo, Centro, Arriba y La Loma. Se encuentran fácil la cancha de fútbol, la pequeña iglesia y una gran biblioteca, que sobresale como un templo que homenajea el conocimiento por encima del olvido. Pareciera por momentos que todo en este lugar de la región Caribe fuera una parábola, un relato que habla de la ignominia y del desarraigo, pero también de la valentía del retorno, de la recuperación del territorio y de la resiliencia. Sobre todo eso: de la resiliencia, esa capacidad de recuperarse del horror.

El viaje del agua

Eduardo Salvo, Jorge Horno, Chechu Pajares y Diego Félez han estado viajando desde febrero, cuando salieron de San Diego, en Estados Unidos. Allí compraron la furgoneta que sería su hogar en medio de la carretera, y bajaron por toda California hasta llegar a México. El paraíso de contrastes de Chiapas los conmovió, así como los paisajes y los habitantes de Guatemala y Nicaragua, el caluroso clima del trópico y el estado de las vías, pero también el reto de viajar cuatro hombres juntos en un espacio reducido. Al llegar a Panamá, ante la inexistencia de un ferry, tuvieron que pasar en barco hasta Colombia.

En ese trayecto los unía un propósito común, más allá del placer de viajar: ayudar a detener la quinta causa de mortalidad en el planeta: la falta de agua potable. Según los reportes de Water Aid, 100.000 personas mueren al año por beber agua contaminada, especialmente mujeres.

A través de una plataforma de recolección de recursos o crowdfunding, los cuatro amigos lograron recaudar 43.000 euros para financiar su proyecto de llevar filtros de agua para las comunidades. La cifra sobrepasó el objetivo inicial de 25.000 euros. Esa suma de dinero se unió a la ayuda que varias organizaciones solidarias de los países que iban visitando les proporcionaron a los “viajeros del agua potable” y, de paso, les permitió extender su proyecto hasta Colombia, que inicialmente no estaba entre sus planes. Escucharon consejos y eligieron visitar las comunidades de El Salado y María la Baja.

Con los viajes buscaban también una forma de aliviar el alma y llenarla de libertad. Pero también, a medida que se acercaban a las comunidades y a las historias, entendían que viajar era una forma de encuentro con el otro. Que cuando se sale en búsqueda de otros seres humanos el viaje adquiere un sentido y pasa de ser una huida a una forma de conectarse consigo mismo.

La experiencia en El Salado

Así llegaron a El Salado y entendieron que su propósito inicial de donar en Colombia filtros de agua para familias, que benefician a unas 15 personas durante 12 años, y comunitarios, que pueden ayudar a 300 individuos durante seis años, era apenas una excusa para ayudar a cambiar la historia de una comunidad golpeada.

Gracias a Ayuda en Acción, una ONG española que trabaja en Colombia apadrinando niños de comunidades vulnerables, entraron por fin al pueblo y se internaron en las veredas. Allí escucharon de primera mano cómo se perpetró hace 16 años la masacre de 61 personas en El Salado, un hecho que marcó a toda una generación y que se guarda hoy en la memoria como un recuerdo del terror en el país.

Según les narró don Néstor, un habitante octogenario que ha sido testigo de todo, a mediados de los años 90 el pueblo era un lugar próspero gracias a su vocación agrícola y, sobre todo, al cultivo de tabaco. En El Salado había centro de acopio, bodegas para prensado y empaque, donde trabajaban las mujeres. Antes de la masacre, el pueblo tenía cerca de 7.000 habitantes y contaba con acueducto propio, escuela y hogares comunitarios. Hoy, la población apenas llega a los 1.200 habitantes.

The Water Van Project hace entrega de sus filtros de agua. El carro casa La Perla Blanca, como lo llaman, es demasiado grande para cruzar los caminos de trocha, así que llegan en un jeep estilo safari y reparten el ingenioso invento luego de instruir a la gente sobre la importancia del cuidado del agua y de su derecho a beber agua potable. Es el momento del contacto, las sonrisas, el abrazo para los niños y la certeza de que alguien en el planeta se preocupa por el bienestar de los otros.

Es mediodía y el sol calienta de la coronilla a los pies. Daniel, uno de los niños que asisten junto con sus madres a la entrega de filtros en la vereda Santa Clara, ve cómo el agua sucia se aclara por el arte de magia del filtro. Del agua impoluta no queda nada y en cambio surge un hilo cristalino que él se arriesga a probar. Siente que está “fresquita” y dice que en su casa ahora va a poder tomársela después de que venga “acalorado de la escuela”.

Y mientras van entregando filtros y dándoles a las personas un sorbo del agua fresca que no han tenido hasta entonces, van escuchando el pasado de dolor de una masacre que estremeció al país. Ambos momentos refrescan: el primero, físicamente. El otro, la memoria. Los dos, finalmente, liberan las tensiones y hacen creer que un futuro mejor sí es posible.

Hoy, cuando el país está cerca de la firma de acuerdos con la guerrilla de las Farc, la historia de El Salado tiene más vigencia que nunca, si se tiene en cuenta que la comunidad ha vivido un proceso de reconstrucción a partir de las fibras más hondas y el dolor más extremo que pueda tocar a un ser humano, y que la apuesta de la comunidad entera es la de filtrar, al igual que el utensilio que les entregan los españoles de The Water Van Project, los recuerdos que hicieron daño para reconstruir su vida y hacerla transparente, sin permitirse nunca el olvido. En medio del agua pura que corre limpia y de la historia que fluye se genera la conciencia conjunta de que, por justicia, todos tienen derecho al agua potable. Y a la reparación tras el horror.

Los españoles se van en su van y siguen su recorrido por América Latina, pero la comunidad se queda dispuesta a seguir rehaciendo la historia de este país. Eduardo Salvo, uno de los viajeros, parte impresionado. “La experiencia fue muy intensa. Entregamos bastantes filtros en poco tiempo. Colombia nos impresionó. Nunca imaginamos un país con tanta inequidad social”.

Por Liliana Arias Salgado

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