Tiburones en un mar de desinformación

Una bomba de indignación estalló esta semana en los medios de comunicación y redes sociales por cuenta de una resolución relacionada con la pesca de tiburones. Esto opinan tres expertos independientes que han trabajado por años en este tema.

Pablo Correa - Sergio Silva Numa / @pcorrea78 - @SergioSilva03
03 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.
El decreto del Ministerio de Agricultura establecía un cupo de 500 toneladas.  / Todd Winner
El decreto del Ministerio de Agricultura establecía un cupo de 500 toneladas. / Todd Winner

Con los tiburones todo parece un grandísimo malentendido. Para empezar las películas, con la de Steven Spielberg de primera en la lista, los han retratado como los grandes asesinos del mar. ¿La verdad? Cada año se registran alrededor de 10 ataques de estos animales contra personas. Millones menos de las muertes que causan los mosquitos que transmiten malaria, dengue y otras enfermedades. El peligro es al revés: cada año los humanos pescamos más de 100 millones de tiburones.

La palabra tiburones tampoco les hace justicia. Lo que en la cultura popular es una etiqueta para cualquier pez gigante con aletas, entre los biólogos marinos es una categoría demasiado amplia para referirse a estos “fósiles vivientes” que han habitado este planeta desde hace 450 millones de años. Nosotros, los advenedizos en la historia natural, les decimos “tiburones” a más de 1.100 especies (si se suman con sus parientes cercanos, las rayas) que nadan por los océanos. Cada una de ellas con características únicas y especiales.

Los asiáticos desataron un comercio mundial de aletas de tiburón bajo otro enorme malentendido: que tienen propiedades afrodisiacas. Una prescripción de muy dudosa reputación, que en lo único que se ha traducido es en un apetitoso negocio que ha puesto a varias de las especies de tiburones en riesgo de extinción. Todo un cuento chino.

El último episodio en esta cadena de malentendidos y desinformación ocurrió esta semana en el país. Los medios de comunicación y las redes sociales estallaron en indignación por la firma de una resolución por parte del ministro de Agricultura, Andrés Valencia (Resolución 350 de 2019), en la que se establecen unas cuotas de pesca para algunas especies en Colombia.

“¡Aquí está tu pinche gobierno ambiental! ¡Gobierno de Colombia autoriza la caza de tiburón sedoso en 2020!, escribió un activista. “ALERTA, nuestro gobierno ambiental ha abierto la puerta para el exterminio del tiburón en Colombia. El decreto completo dan ganas de llorar”, se leía en otro lado. “El gobierno Duque les abre la puerta a la pesca y al aleteo de tiburones, una medida ABSURDA que fomenta la depredación y la destrucción de la biodiversidad. Además, favorecer las supersticiones de la aletas de estos animales es INADMISIBLE”, decía otro líder de opinión.

(Lea: Alimentar tiburones, la práctica que pone en peligro a turistas en San Andrés)

Al consultar con tres expertos que han trabajado por años con tiburones, los retos ecológicos asociados con su protección y temas de pesca, otras son las preocupaciones, visiones y reflexiones en torno a la protección de los tiburones.

“Hay muchos otros desafíos”

Andrés Navia es biólogo de la Universidad del Valle. Tiene un doctorado en ciencias marinas y hace 17 años decidió con otros compañeros crear una fundación para estudiar los tiburones y las rayas. “Squalus” la llamaron. Desde entonces se han convertido en un referente a la hora de hablar de este grupo de vertebrados. Han desarrollado investigaciones con varias entidades del Gobierno y suelen trabajar con comunidades locales. Uno de los últimos documentos que publicaron condensó un esfuerzo por conocer el número total de especies que hay en Colombia. En total, señalaron en su investigación, hecha junto con Wildlife Conservation Society, hay 76 especies de tiburones y 62 de rayas.

Navia sabe que este debate despierta muchas pasiones. Luego de que compartió su postura lo han criticado con dureza. Él insiste en que su rol ha sido proteger a los tiburones y estudiarlos en detalle, y por eso cuando le preguntan sobre la controversia repite: “El debate no debería estar dirigido a la resolución del Ministerio de Agricultura. Se ha publicado en años anteriores y busca, justamente, poner un tope a la pesca incidental. No hacerlo es permitir la captura indefinidamente. Prohibirla es no ser realista, porque los tiburones van a continuar pescándose”.

Para entender el argumento de Navia hay que tener en cuenta otros factores que van más allá de las imágenes de aletas cortadas y de las apresuradas discusiones de Twitter. Uno crucial es una realidad inevitable: los tiburones y rayas se capturan de manera incidental en artes de pesca usados en las costas Pacífica y Caribe cuando los pescadores salen a buscar otras especies y, en estos casos, son aprovechados. “Hace parte de su seguridad alimentaria, de su gastronomía y su cultura”, explica. “En ningún momento la resolución está permitiendo el aleteo ni la pesca industrial de tiburones que, de hecho, está prohibida” (ver recuadro).

Hay otro punto que Navia resalta: “Si la gente que hoy critica esta medida se preocupa realmente por los tiburones, debería exigirle al Gobierno que sea más estricto en el control y la vigilancia. La pesca ilegal es una de las principales amenazas de las poblaciones en Colombia. No es un secreto que en Malpelo y en otras áreas del Pacífico existe este problema. Debería haber más presupuesto para la supervisión en áreas protegidas y más recursos para investigación. Por ejemplo, no conocemos las dinámicas poblacionales de las especies. No hay nadie en el país que pueda decir cuántos tiburones hay”.

Su dato lo confirma Sandra Bessudo, directora de la Fundación Malpelo. En esta isla hay “pesca ilegal frecuente. Hace una semana, cinco embarcaciones, tipo lanchas rápidas con cientos de anzuelos, estuvieron allí. La Armada solo logró capturar a una”. A sus ojos, se debería “estudiar la posibilidad de sacar a los tiburones del listado de recursos pesqueros”.

Pero así como quienes cuidan los océanos y quienes estudian sus especies se han encontrado con muchas barreras en su trabajo, también suelen sorprenderse con posturas que comulgan más con la emoción que con la realidad. Andrés las traduce en un par de preguntas: “¿Por qué no protestan por la langosta que se está acabando? ¿O por el caracol pala que realmente está en problemas? ¿Por qué no decir nada sobre las mortandades de peces en los ríos por contaminación?”.

(Lea: ¿Por qué la alarma si, al menos desde 2015, Colombia autoriza pescar 500 toneladas de tiburón?)

“El reto aquí es la vigilancia y el control”

Juan Pablo Caldas es biólogo marino y pertenece al programa “Océanos”, de la organización Conservación Internacional. Trabaja con comunidades locales en zonas costeras y marinas de Colombia implementando estrategias que tengan en cuenta su seguridad alimentaria. Antes de esto fue funcionario de la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca, y estuvo vinculado al Ministerio de Medio Ambiente.

Lo primero que aclara Caldas es que el mercado de aletas de tiburón está concentrado en un 90 % en China. Por muchos años ese comercio promovió el aleteo, una práctica que hoy muchos países han prohibido, entre ellos Colombia. En 2017 la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca expidió una resolución (1743) en la que detallaba los términos de esa restricción en todo el país. 

Pero lo que ocurre en el Caribe y en el Pacífico colombiano es otro fenómeno. Entre pescadores artesanales suele ocurrir que las especies de tiburones quedan atrapadas y se consumen como parte de la dieta y la cultura gastronómica de estas comunidades.

“La pesca de tiburón en Colombia es más normal de lo que parece”, dice. “Prohibir o poner una cuota cero es inviable, porque no se puede garantizar que un tiburón no salga del agua. En la pesca artesanal hay capturas incidentales. En la pesca con redes es imposible garantizar que no salga lo que no quieres capturar”.

“La resolución no permite el aleteo. El reto aquí es la vigilancia y el control sobre la pesca ilegal. Hay muchos desafíos”, apunta. “La Ley de Pesca de 1991 es clara en que para lograr un aprovechamiento de recursos se deben establecer cuotas. Lo importante es que ese valor tenga sustento técnico y científico”.No hacerlo es irreal y, además, abre la puerta a que se pesque cualquier cantidad.

“La norma deja claro que está prohibida la pesca dirigida de tiburones. Los tiburones solo se pueden aprovechar si son pescados incidentalmente y se deben aprovechar de manera integral. No solo las aletas”, insiste.

“No le paramos bolas al fondo del problema”

Juan Manuel Díaz, asesor científico regional de la organización MarViva para Colombia, Panamá y Costa Rica, la polémica por la resolución es un ejemplo más de nuestra capacidad para “distraernos en la forma, pero no le paramos bolas al fondo del problema de conservación de estos animales”.

Para Díaz, un problema serio es la falta de información en Colombia. “¿Cuál es el respaldo científico de esas cuotas que presenta el Gobierno? No existe. ¿De dónde sacan que 125 toneladas del Caribe es una cifra adecuada? No hay esa información. No hay estudios de poblaciones de tiburón que son objeto de captura. No sabemos. La lógica aquí es: lo hemos venido haciendo mal, pues sigamos haciéndolo mal”.

Otro problema que Díaz añade a la discusión, antes de la indignación gratuita, es que Colombia tiene un “pésimo sistema de monitoreo de pesca. No tenemos suficiente cobertura de inspectores para ver qué se saca”. Aunque aclara que en los puertos se registra la industria pesquera, monitorear la pesca artesanal es muy difícil. “Se hacen aproximaciones chimbas”, aclara.

Por último, sin información, sin sistemas serios de monitoreo y si no se cumple lo que ya está escrito en varias leyes, decretos y documentos como el Plan de Acción Nacional para la Conservación y Manejo de Tiburones, Rayas y Quimeras de Colombia, será muy difícil salvar a los tiburones. El peligro que entraña su desaparición de los océanos, explica, es que estos animales por estar en la cumbre de la cadena alimenticia cumplen un papel regulador. Cuando se afectan sus poblaciones, se desata un “efecto cascada”, en el que termina deteriorado todo el ecosistema, pues se abre la puerta para que animales plagas se extiendan y exterminen otras especies.

Por Pablo Correa - Sergio Silva Numa / @pcorrea78 - @SergioSilva03

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