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Un hasta luego para Ernesto Guhl

El 25 de julio falleció uno de los padres del ambientalismo en Colombia. Recordamos algunos de sus más valiosos aportes.

Lisbeth Fog Corradine

29 de julio de 2022 - 09:00 p. m.
Ernesto Guhl durante la última entrevista que le concedió a El Espectador hace unos meses. / José Vargas.
Foto: El Espectador - José Vargas
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Ernesto Guhl fue pura vida. Como el agua que tanto estudió y que para él debía ser un elemento de unión, un interés común a toda la sociedad, el eje de la vida. En tantas conferencias, paneles y artículos insistió en la necesidad de gestionar el ‘recurso hídrico’ en Colombia y de lograr que esa riqueza se convirtiera en la columna vertebral del proceso de ordenamiento territorial para construir territorios sostenibles. Siempre estuvo convencido que cualquiera fuera la situación del planeta, si había algo que era imperativo cuidar era el agua.

Viceministro de ambiente, vicerrector universitario, miembro de varias juntas directivas de institutos de investigación, entre otras responsabilidades, tuve la oportunidad de acompañarlo en una tarea que resultó interesante y aleccionadora: formular el primer Plan Estratégico Nacional de Investigación Ambiental, junto con Julio Carrizosa y otros expertos en el tema ambiental. (Puede leer: “Yo ya no creo en el desarrollo sostenible”, última entrevista que le concedió Guhl a El Espectador)

Participé en muchas de las reuniones y discusiones que promovió y lideró desde el Instituto para el Desarrollo Sostenible, Quinaxi, que fundó y dirigió. Si bien su voz —profunda y decidida— pronunciaba las ideas más acertadas, tenía la capacidad y la generosidad de escuchar a sus contertulios, tomar nota en su cabeza, analizar, profundizar y concluir. Formulado y entregado al Ministerio de Ambiente en 2007, dicho Plan se convirtió en una guía que sugería prioridades para la investigación de los cinco institutos que producen nuevo conocimiento sobre nuestro territorio.

Nunca dejó de producir él mismo nuevas teorías, esbozar caminos diferentes a los convencionales, revertir enfoques, proponer ideas e innovadoras propuestas para una gestión ambiental más aterrizada al contexto del país. Nunca dejó de pensar, de compartir todo ese bagaje de conocimiento que empezó a absorber como esponja desde que nació en un hogar que siempre promovió la intelectualidad. (Le puede interesar: Procuraduría pide plan urgente por aumento en niveles de mercurio en río Surata)

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Con el tiempo sus llamados se volvieron más contundentes y la pandemia de 2020 lo que hizo fue confirmar su visión de nuestra equivocada relación con la naturaleza; lo convenció de que definitivamente lo estábamos haciendo mal: “Esta amenaza puede volverse realidad si continuamos aplicando el mismo modelo técnico-simplista, agotador e irrespetuoso, sobre los limitados recursos y los delicados sistemas de funcionamiento del planeta, y si seguimos practicando los insostenibles sistemas de vida que impone la sociedad de consumo globalizada”, escribió en su último libro, Antropoceno: la huella humana, editado por la Editorial Javeriana.

Hablaba con preocupación sobre las inequidades en el acceso al agua y al territorio, los conflictos socioambientales, el calentamiento global y sus efectos en el país y en el mundo, el crecimiento de lo urbano, la mirada miope y centralista en un país de regiones, diverso, donde la participación ciudadana debía ser escuchada. (También puede leer: Los casos exitosos de conservación de animales en zoológicos colombianos)

Fue vehemente. Criticó la posición de Colombia ante los organismos internacionales calificando su papel como “país súbdito, obediente del rebaño de los seguidores de la agenda global”, que no tiene en cuenta los problemas y las diversidades de lo que pasa en Colombia.

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El mundo, la sociedad, tenía que cambiar, así que era importante un “timonazo ambiental”, según sus propias palabras, donde por un lado la ciencia y la tecnología y por otro las reflexiones de la encíclica del Papa Francisco, Laudato si, debían ser tenidas en cuenta con decisión y en armonía.

En su última obra, la del Antropoceno, plasma todo el pensamiento que desarrolló durante décadas y que me atrevo a resumir en tres puntos principales:

El primero, gestionar lo ambiental desde lo local hasta lo global, “reconociendo que la gente que vive en el territorio es la que conoce su territorio, sus necesidades y no teniendo la necesidad de importar modelos del exterior que han probado ser completamente inadaptados y fallidos”. Así lo dijo hace unos días durante la presentación del libro en la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Esta mirada de abajo hacia arriba implica considerar las diferencias, respetarlas y entenderlas. (Puede leer: Un proyecto de ley quiere acabar con los zoológicos. ¿Buena o mala idea?)

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El segundo, olvidarnos del concepto del desarrollo sostenible, que a su juicio “como una especie de transacción entre los intereses políticos de los grandes países y los problemas ecológicos globales, no funcionó”.

Y el tercero, ¿cómo lograr esa transformación humana para entender esas nuevas condiciones que la humanidad ha creado y seamos capaces de vivir en armonía? A lo que Guhl respondió: “ser capaces de vivir en armonía, no en contra de la naturaleza, sino conviviendo y evolucionando con ella”. Eso implica cambios profundos en nuestra ética y nuestra cultura.

El profesor Guhl deja una obra que incluye una historia de Colombia distinta, contada en clave de naturaleza, de acuerdo con el exdirector de Colciencias Clemente Forero. (Le puede interesar: Desde Arauca hasta el Amazonas, ¿dónde viven los delfines de río en Colombia?)

Fue su última obra, quizá el último capítulo del libro de la humanidad si no nos pellizcamos. Hoy sábado 30 de julio, cuando Ernesto Guhl cumpliría 80 años, un buen regalo sería leer el rompecabezas que terminó de armar en estos meses a través de sus pensamientos, teorías e ideas. Seguro servirán para cambiar el mundo… o al menos para hacernos reflexionar sobre nuestra relación con el planeta entero.

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Por Lisbeth Fog Corradine

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