Viaje por uno de los ríos más conservados del país

Durante dos semanas, 40 investigadores se internaron en el río Bita, en el departamento de Vichada, para hacer un inventario de su biodiversidad.

Viviana Londoño*
27 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.
Raya motora (Potamotrigon motoro) este pez de agua dulce es primo de los tiburones. / Jorge García - WWF
Raya motora (Potamotrigon motoro) este pez de agua dulce es primo de los tiburones. / Jorge García - WWF

Un entramado de líneas azules que une a Colombia y a Venezuela. Al mirar un mapa cualquiera, el gran Orinoco no es mucho más que eso. De cerca, es un enorme y poderoso sistema sanguíneo que mantiene con vida a la Orinoquia, un corazón acuático que irriga a cientos de ríos en los dos países. En ese tejido de aguas hay una línea sinuosa y particular, 423 kilómetros de aguas claras, playas de arena blanca y enorme biodiversidad: el río Bita. El mismo del que el país lleva más de un año hablando por su excepcional estado de conservación y porque es urgente adelantar medidas para su protección. (Vea: Las increíbles especies que viven en el río Bita)

Para entender mejor este increíble ser acuático, una tropa de 31 investigadores de la Universidad del Tolima, la Universidad de La Guajira, el Instituto Humboldt, el Serpentario Nacional, Flynort, Fundación Omacha, WWF-Colombia y nueve guías locales viajaron al corazón del Bita, cerca de Puerto Carreño, la capital del Vichada. La meta era hacer un registro a profundidad de toda la vida que habita en las aguas, orillas, sabanas y bosques del Bita. Y lo que encontraron no los decepcionó: con más de 400 especies de fauna y 140 de flora, la riqueza de este río no es una leyenda.

Durante dos semanas, entomólogos, ornitólogos, herpetólogos, botánicos, ictiólogos y mastozoólogos se pusieron las botas, los sombreros, mucho repelente y se dedicaron por completo al río. Pero la expedición giraba alrededor de dos personas, tal vez las más importantes: Yuny y Nelsy, las cocineras que se encargaban de alimentar con arroz con pollo, sancocho, fríjoles o pasta a los científicos.

Las acompañaba un equipo logístico, que llegó algunos días antes para montar 20 carpas, 19 hamacas, una cocina portátil y dos baños. Así, una playa cerca de la finca de Anacay, en la parte media del río por donde no pasa nadie, terminó convertida en un pequeño centro de operaciones donde se analizaron peces, reptiles, aves, insectos, mamíferos y plantas. Un laboratorio portátil dotado con binoculares, buenas cámaras fotográficas, formol, alcohol, tijeras, gasa, canecas, ganchos hepetológicos, guantes especiales y cámaras trampa.

Un día en el campamento

Son las 3:30 de la mañana. El aire es tibio y el olor a tinto fresco invade la playa. Antes de que despunte el día, el equipo de aves ya está reunido para salir. Van armados con potentes binoculares, buenas cámaras, redes para capturar algunas especies y, sobre todo, oídos bien afilados para captar cualquier canto, cualquier ruido, cualquier pista. Si quieren ver y escuchar las guacamayas, los loros, los rapaces, deben llegar a los sitios de avistamiento antes de que empiece a aclarar. A veces, cuando no logran reconocer un canto, los ornitólogos sacan una grabadora con varios sonidos pregrabados y buscan hasta dar con el indicado.

Una hora más tarde sale del campamento el equipo de peces. No volverán a la playa hasta el anochecer, cuando hayan documentado la presencia de rayas, arawanas y payaras entre muchas otros peces. Gran parte de estas especies serán llevadas después a un laboratorio para realizar un análisis más completo. En la madrugada también se alistan los botánicos, que duran el día entero recorriendo en lancha o a pie las sabanas, bosques y morichales. El último turno es para el equipo de insectos, que hace su primera salida en la mañana y otra más en la tarde.

Hacia las 10:00 a.m., además de las cocineras, los únicos que quedan en el campamento son los expertos en anfibios y en mamíferos. En la calma de la mañana, revisan las imágenes de las cámaras trampa que instalaron en sitios estratégicos e identifican las especies que encontraron la noche anterior. No se les escapa ningún detalle. Sus movimientos, el peso, el tamaño, las señales particulares, el color del pelaje, todo queda registrado en sus bitácoras.

Al atardecer, se consume la madera de los fogones de leña para tener lista la comida para todos. La noche es el momento de más movimiento en el campamento. Mientras los expertos en mamíferos, en ranas y reptiles se preparan para salir, los investigadores que llegan hablan emocionados de sus hallazgos: de la guacamaya, que pese a estar en peligro, se dejó ver en plena época de reproducción en los morichales a orillas del río, de las dantas que todos vieron pero que no alcanzaron a sacarle una foto, de las cuatro especies de tortugas que encontraron juntas. Del tigrillo, del oso hormiguero, de la nutria gigante, del delfín rosado, de los poríferos, que son esponjas de agua dulce que nunca se habían registrado en Colombia... Y así hasta antes de medianoche, cuando las linternas que iluminan las carpas van muriendo y sólo queda la luz de las estrellas y el Bita, que las refleja como un espejo.

Cuando llegan los meses de verano y se esfuman los aguaceros, los ríos que alimentan el gran Orinoco se convierten en fragmentos de mares dulces. Al bajar el nivel de las aguas se destapan paradisiacas playas de arena blanca y extrañas formaciones rocosas, como en un viaje a la prehistoria. Aparecen también muchas especies que permanecen en torno al río en las temporadas secas. En unos meses, cuando el invierno se instale, una nueva expedición regresará al río Bita para rastrear nuevas especies de plantas y animales.

El objetivo de la expedición es que el país conozca el valor de ecosistemas como este y que a través de la Alianza por el Río Bita, liderada por el Instituto Alexander Von Humboldt y apoyada por organizaciones como WWF, Fundación Omacha, Fundación Orinoquia, Fundación Palmarito y la Corporación La Pedregoza, se logre que el Bita sea el primer río con una figura de protección en el país. Como explicó Briggite Baptiste, directora del Instituto Humboldt: “En Colombia el manejo del agua ha sido bastante deficiente y la propuesta de un río protegido es un reto y una oportunidad para hacer una gestión ambiental a gran escala y para mostrar que el desarrollo y la conservación pueden ir de la mano”.

Es probable que nadie tenga el registro de los ríos que ha perdido Colombia. Los que están tan contaminados que sería casi imposible recuperarlos, los que tienen sus aguas envenenadas por mercurio y los que se han secado por causa de actividades como la minería. La expedición por el Bita pone de relieve esos que todavía le quedan al país y que vale la pena conservar. En palabras de Luis Germán Naranjo, director de conservación de WWF y quien hizo parte de la expedición: “El país no se puede dar el lujo de perder un río más, y menos un tesoro como éste”.

El río Bita en cifras

Los resultados del inventario biológico del río Bita revelan un ecosistema realmente valioso pero que se encuentra expuesto a amenazas latentes debido a que los proyectos agroindustriales se acercan cada vez más y sin ningún tipo de control. Esto son sólo algunos de los hallazgos:

  • 140 Tipos de plantas en bosques y morichales
  • 180 Especies de peces
  • 169 Especies de aves
  • 36 Especies de mamíferos
  • 2 especies de poríferos por primera vez registrados en Colombia
  • 25 especies de reptiles

* Periodista. WWF. 

Por Viviana Londoño*

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