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¿Y si se acabaran los anfibios…?

En Colombia se han registrado 846 especies. Muchas tienen el potencial de servir para el desarrollo de proyectos biotecnológicos.

Alejandro Tamayo Montoya - Revista Pesquisa
10 de agosto de 2020 - 04:15 p. m.
Rana arlequín de la noche estrellada que estaba perdida para la ciencia desde 1994 pero fue redescubierta recientemente.
Rana arlequín de la noche estrellada que estaba perdida para la ciencia desde 1994 pero fue redescubierta recientemente.
Foto: Fundación Atelopus

¿Por qué es tan importante para Colombia ser el segundo país con más variedad de anfibios en el mundo, después de Brasil? Además de reconocer que ellos cumplen una labor fundamental como controladores de plagas y que son primordiales para la cadena alimenticia en sus ecosistemas, estos animales tienen un gran potencial en industria farmacéutica. Pero sus hábitats naturales están siendo alterados por la deforestación y el cambio climático. (Lea: Perdida por 25 años reaparece en la Sierra Nevada la hermosa ´rana arlequín de la noche estrellada´).

“Tenemos el 10 % de los anfibios de todo el planeta, de los cuales casi 433 especies son endémicas, es decir, que solo habitan en Colombia, y 296 especies están en riesgo de extinción. Por el solo compromiso de conocer lo que tenemos, ya hay un deber ético y moral. Desde el punto de vista de la importancia de las 846 especies registradas en el país, muchas tienen el potencial de servir para el desarrollo de proyectos biotecnológicos”, afirma Nicolás Urbina-Cardona, ecólogo de la Pontificia Universidad Javeriana, quien ya es reconocido en el mundo científico por su conocimiento e investigaciones sobre ecología y conservación de los anuros que habitan en Colombia.

Para conocer el potencial de estos animales hay que adentrarse en su biología. Las ranas y los sapos adultos respiran no solo por los pulmones, sino también por la piel, que debe permanecer húmeda, lo que facilita que en ella haya un ‘caldo de cultivo’ de muchas sustancias, como antibióticos y bactericidas, para evitar la depredación y para poder sobrevivir en ambientes húmedos. “Algunas toxinas que tienen muchos batracios en la piel, como epibatidinas, salamandrinas, bufotoxinas, bufogeninas, pumiliotoxinas y batracotoxinas, sirven para fabricar analgésicos, como la caeruleína”, informa este ecólogo, agregando que en la piel de una de las ranas de la Orinoquía y el Caribe colombiano se encontró un compuesto (pseudin-2) que ayuda a combatir la diabetes humana tipo 2.

“A partir del uso de algunas ranas africanas, australianas y argentinas, durante los años cincuenta se realizaron pruebas de embarazo. De otra especie australiana, actualmente extinta, que incubaba sus huevos en el estómago, se han desarrollado tratamientos para la úlcera gástrica humana. En muchas especies de ranas, sapos y salamandras se han encontrado compuestos con actividad biológica de utilidad para el ser humano, como antivirales, antimicrobianos, neurotransmisores, anticancerígenos, antiparasitarios, moduladores de la coagulación de la sangre, analgésicos y antiinflamatorios, con potencial para tratar enfermedades como el alzhéimer, la leucemia y cánceres de pulmón, seno, colon y vejiga, entre otros”, explica Urbina-Cardona.

Desde el punto de vista de los ecosistemas, también hay beneficios para los humanos, poco conocidos, pero de gran valor. Estos organismos pueden consumir diariamente gran cantidad de insectos, por lo que se convierten en controladores de plagas, lo que repercute positivamente en la conservación de cultivos. Incluso sirven para regular la propagación de insectos que transmiten enfermedades como dengue, mal de Chagas, malaria, zika y chikunguña, entre otros.

Urbina-Cardona resalta que en Colombia no hay muchas investigaciones sobre las comunidades de anfibios que habitan paisajes fragmentados y perturbados, por lo que ha focalizado sus esfuerzos en liderar y acompañar estudios científicos en diferentes zonas del país.

Disminución de anuros en los Andes colombianos

Por las condiciones climáticas y la variedad de ecosistemas húmedos de las montañas colombianas, la diversidad de especies de ranas y sapos es enorme. Como codirector de una tesis de doctorado sobre el análisis de los cambios en los ecosistemas andinos y el riesgo de extinción de los anuros, Urbina-Cardona ayudó a los investigadores a concluir que hay un alto riesgo de extinción de anfibios en esta región del país.

Uno de los hallazgos más significativos de esa investigación es que, para el año 2050, podría presentarse una pérdida del área de ocupación de estas especies en los Andes que oscila entre el 49,6 % y 72,6 %, debido al efecto combinado de los altos índices de deforestación y el cambio climático. Ese hecho podría ser determinante para la supervivencia de las 30 especies analizadas en el estudio.

“Imaginemos que eres un anfibio, que vives en los Andes, y aumenta la temperatura del hábitat por cambio climático. Tienes la oportunidad de subir la montaña para llegar a sitios más fríos, siempre y cuando puedas cruzar los potreros o cultivos que separan un parche de bosque nativo de otro. Si vives en la selva, vas a poder subir la montaña para buscar nuevos hábitats, pero si vives en un páramo, ¿a dónde trepas?”, se pregunta este profesor de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana.

Sierra Nevada de Santa Marta, una ‘isla’ para los anfibios

Gracias a las redes de colaboración entre universidades, el profesor Urbina-Cardona fue contactado por su colega Thomas Lacher, de la Universidad de Texas A&M, para servir como asesor de la tesis de doctorado de la estudiante Nikki Roach, enfocada en el estudio de anfibios en distintas coberturas de suelo, a diferentes altitudes.

“Es un estudio de campo que se realizó en varias partes de la Sierra Nevada de Santa Marta y que describe la ecología de comunidades de 19 especies de anfibios de esa región; un sitio que es una ‘isla continental’, totalmente atípica; es tan rara como Madagascar o Nueva Zelanda, porque es una isla húmeda en medio de sitios secos”, explica Urbina-Cardona.

La investigación buscó respuestas sobre el efecto que tiene en los anfibios la pérdida de páramos y bosques andinos cuando son transformados en cafetales y potreros por parte de las personas que habitan el Parque Nacional Natural Sierra Nevada de Santa Marta.

Analizando los hallazgos, Roach y Urbina-Cardona encontraron que potreros y cafetales no son hábitats para la mayoría de las especies, mientras que el bosque y los ecotonos (zonas de transición entre páramo y potrero, o entre sembrados de café y bosque, por ejemplo) no solo albergan alrededor del 60 % de las especies, sino que se complementan entre sí en más del 50 %, por lo que ambos son muy importantes para la supervivencia de las ranas.

Urbina-Cardona advierte que la deforestación y la transformación de bosques andinos son perjudiciales para la preservación de la vida silvestre, aunque la calidad de hábitat para las especies nativas puede ser mejorada dentro de los cultivos cuando se mantienen algunos elementos de la vegetación original. “Un cafetal no es un hábitat por donde los anfibios crucen felizmente, pero sí es muy importante porque amortigua todo el flujo de agroquímicos, viento y todos esos fenómenos que vienen de otros cultivos o potreros, mejorando la calidad de una parte del bosque nativo”, resalta.

Urbina-Cardona participó en un estudio global colaborativo sobre el efecto de la hipótesis de la cantidad de hábitat sobre la densidad de especies nativas, publicado este año. Aportó los resultados obtenidos durante sus estudios de doctorado sobre comunidades de anfibios y reptiles que habitan fragmentos de selvas en paisajes dominados por pastizales en México. En el artículo científico, estos resultados fueron compilados y contrastados con otros 34 estudios sobre otros grupos taxonómicos, como plantas, aves, mamíferos e insectos.

“En Colombia la gente no le presta atención a parches de bosques nativos chiquitos, aquí seguimos pensando que con conservar parches grandes de bosques y selvas es suficiente para asegurar la conservación de la biodiversidad a largo plazo. Pero en los Andes colombianos nos queda alrededor del 20 % del bosque original, y del bosque seco tropical nos queda solo el 8 %. Cada vez hay menos masas extensas de bosque nativo para conservar”, llama la atención este científico.

Según la publicación, hay que replantear varios paradigmas y articular las áreas protegidas teniendo en cuenta los “parchecitos”, la reducción de la pérdida de hábitat nativo y su restauración ecológica, así como el manejo integral de los sistemas productivos aledaños. Por eso sería necesario hacer más visibles figuras de conservación como las reservas naturales de la sociedad civil y esquemas de pago por servicios ecosistémicos.

La labor de Nicolás Urbina-Cardona no se detiene. Su determinación científica se encamina, según sus palabras, a hacer llamados de atención permanentes para que tanto instituciones estatales y privadas como ciudadanos tengan en cuenta la generación de conocimiento científico, con el fin de ayudar a la conservación de los anfibios, fundamentales para el equilibrio de los diversos ecosistemas que hay en Colombia y para el desarrollo de la industria farmacéutica.

Por Alejandro Tamayo Montoya - Revista Pesquisa

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