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“Le gané a la muerte en Mumbai”

Un turista estadounidense estuvo atrapado por 20 horas en su cuarto de hotel mientras hombres armados sembraban el terror.

Larry Koftinoff *
27 de diciembre de 2008 - 10:00 p. m.

La primera explosión que sacudió al Hotel Oberoi me desconcertó. No sabía qué estaba pasando y en ese momento no alcancé siquiera a imaginar lo que sucedería en las siguientes 45 horas. De repente el teléfono de mi cuarto sonó. Era un empleado del hotel, que con voz temblorosa y agitada me dijo que trancara la puerta y no dejara entrar a nadie: el edificio estaba siendo atacado.

Así comenzó la noche del 26 de noviembre en Mumbai (Bombay). Había llegado a esta ciudad india con otros 23 profesionales buscando paz y meditación. Durante una semana nos dedicamos a nuestro propósito espiritual, pero de repente todo se convirtió en una pesadilla. Ese día, luego de un recorrido turístico, 18 de nosotros nos dirigimos a nuestras habitaciones, casi todas ubicadas en el piso 16, y otros seis decidieron comer en el restaurante ubicado en el primer piso.

Mientras mi esposa Bernie y yo nos alistábamos para dormir, varios terroristas irrumpieron en el hotel disparando sus armas automáticas. El Oberoi tenía puestos de seguridad en todas las entradas, pero los asaltantes sorprendieron a los guardias, que fueron asesinados antes de que pudieran reaccionar.

El siguiente lugar del horror fue el restaurante. De nuevo los terroristas abrieron fuego sobre la multitud: hombres, mujeres y niños fueron brutalmente asesinados. Los hombres armados se acercaban a cada mesa y disparaban para matar a cualquier persona que estuviera debajo de ellas.

Alan Scherry y su hija de trece años, Naiomi, encontraron la muerte. Él era el vicepresidente de la organización a la que pertenecíamos y ella acababa de ser admitida en una de las escuelas para niños superdotados más prestigiosas del mundo, en Nueva York. Era la primera vez que la niña salía de Estados Unidos y, también, la primera que volaba en un jet.

Otros cuatro amigos fueron heridos, uno de ellos permanece aún en Mumbai: recibió cuatro impactos de bala y uno los proyectiles todavía está alojado en su cuerpo.

45 horas interminables

Luego de trancar la puerta, nos dirigimos al teléfono y comenzamos a llamar a las habitaciones de nuestros compañeros. Recién comenzaron los ataques, uno de ellos salió de su cuarto y se asomó al lobby. Al ver terroristas disparando, gente corriendo y el caos que se desataba a escasos metros, se percató de que su mejor opción era regresar y esconderse.

A los pocos minutos ya no teníamos líneas telefónicas. El humo inundaba la habitación y no dejaba ver nada. Entonces, agarré la plancha y rompí las ventanas para poder respirar. Esperamos por horas en medio del ruido ensordecedor de estallidos de bombas y disparos. Luego de cada explosión, me sentí invadido por el terror más agudo que puede experimentar un ser humano. Sólo me preguntaba si podríamos sobrevivir.

Los terroristas sabían exactamente lo que hacían y estaban bien armados, entrenados e invadidos por una insaciable sed de sangre. Se atrincheraron en lugares estratégicos, pues conocían la infraestructura del hotel a la perfección. Los grupos antiterroristas se vieron obligados a usar explosivos para sacarlos de ahí. Todavía estoy sorprendido de que el hotel no haya colapsado.

Ya habían pasado 20 horas y la situación era la misma. El terror continuaba. No sabíamos si quedarnos o escapar. Muchos de los que trataron de huir, murieron en el intento. Recuerdo que en una de las escaleras había treinta cuerpos de personas que quisieron salir del hotel.

De repente, miembros del grupo antiterrorista indio golpearon en nuestra puerta. En ese momento supe que se había acabado el infierno. Desde que salí de mi habitación hasta cuando logré salir del Oberoi, lo único que vi fue muerte y destrucción: el corredor estaba negro y quemado; el piso, cubierto de vidrios y había sangre por todas partes. El ataque había acabado con la vida de 160 personas y más de 300 estaban heridas.

Esta experiencia me cambió para siempre, pero también me enseñó mucho sobre la humanidad. Mi esperanza en la bondad innata de los seres humanos ha sido reafirmada. No debemos dejar que ganen los terroristas. No podemos dejar que ganen.

Pero la victoria debe venir del bien y de la compasión, no de la muerte y el odio. Si respondemos con más odio, no seremos diferentes de quienes cometieron estas atrocidades. Debemos ser positivos y reaccionar de manera solidaria y bondadosa. Sólo en ese momento los derrotaremos.

* Turista estadounidense en un retiro espiritual en India.

Por Larry Koftinoff *

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