Autos

¿Cómo es moverse en un auto eléctrico por Bogotá?

Estuvimos a bordo de un auto eléctrico y les contamos cómo nos fue.

Fidel Cano Correa
16 de junio de 2017 - 06:16 p. m.
Mitsubishi i-Miev, auto eléctrico.
Mitsubishi i-Miev, auto eléctrico.

Me movilizo en una camioneta diésel y sufro al salir para el trabajo al ver por el retrovisor la cara de Rodrigo o de Pedro cuando abren la puerta del garaje del edificio donde vivo y ven salir, y les toca respirar, la bocanada de humo blanco que expulsa por el exhosto cuando Bogotá amanece muy fría.

Tal vez por eso fue que, durante una charla informal hace unos días con Marco Pastrana, gerente de Motorysa, dejé notar una exagerada fascinación con sus explicaciones sobre la evolución de los autos amigables con el ambiente, el futuro de la industria y los impactos del acelerado cambio tecnológico.

—¿Le gustaría probar el eléctrico? —me dijo de repente.

—Me encantaría —corrí a responder.

Así fue como terminé montado durante una semana en un Mitsubishi i-Miev, una experiencia marcada por la curiosidad y la sorpresa. Y, claro, por una pregunta permanente: ¿me le mediría a tener un vehículo eléctrico?

Silencioso, pero no tanto

Ya había escuchado antes lo del ruido; lo de la falta de ruido, mejor dicho. Lo cual no fue suficiente para evitar el oso de primíparo. “Cuando se enciende el indicador verde, está listo”, me habían dicho en la entrega. Pero ya allí montado, con el letrero Ready encendido en verde, resulta inevitable darle vuelta a la llave de nuevo. Sí, no sonaba. Pero ya estaba encendido.

A la calle.

Es cierto, resulta muy placentero el silencio. Uno se acostumbra al ruido del motor y ya no lo percibe cuando conduce, pero no es poco. Acelerar y avanzar en silencio tranquiliza, seguro que sí. Pero también tiene sus contras.

La principal, que las imperfecciones de la cinta asfáltica se sienten mucho más, y ni qué decir de los huecos bogotanos, que se traducen en estruendos que hacen temer por la integridad del auto.

Y algo más pude comprobar gracias al silencioso trasegar del i-Miev. En el bastante caótico tráfico bogotano, uno aprende a reconocer y cuidarse de las imprudencias de conductores y peatones, y creía conocerlas todas. Pero no, descubrí esta semana una más: los peatones tienen una tendencia que encuentro inexplicable a bajarse del andén y caminar por la calle cuando sienten que no viene ningún vehículo. Y como este no lo sienten, se lanzan sin preocuparse por echar un ojo.

¿Conclusión sonora? Muy agradable andar en silencio, pero eso no significa que uno pueda aislarse de la realidad de vivir en una ciudad como Bogotá.

Se vale prender el radio a buen volumen. Con lo cual llega una preocupación: la autonomía.

Se me descargó

Me habían dicho que una carga total de las baterías alcanzaba para recorrer unos 170 kilómetros. Hmm... Lo recibí con ¾ de carga y a los 60 km recorridos ya indicaba que había que recargarlo.

Lo cual lleva a otro nuevo aprendizaje, esta vez lingüístico. Después de algunas búsquedas infructuosas, por fin Google me llevó a la indicada: “electrolineras en Bogotá”.

Los resultados, sin embargo, no resultaron muy satisfactorios: pocas, lejanas y lentas. La que lucía en el mapa de Google más cercana a mis recorridos, fui a buscarla y no existía. No sé si alguna vez existió. Unicentro o la bolera del Salitre aparecían como las más cercanas a mis recorridos (para quienes no viven en Bogotá, hay unas 120 cuadras entre las dos).

El dilema es grande. Ir a la electrolinera a recargar implica estar allí mínimo 15 minutos para una carga rápida, que deja la batería en un 65 %, o dejar el vehículo abandonado por unas seis o siete horas para una carga total. Una línea de bolos en el Salitre o una tarde de compras en Unicentro. Imposible.

Por lo que encontré en las búsquedas, EPM en Medellín tiene una red más amplia de electrolineras por el Valle de Aburrá. Las demás capitales no parecen estar mejor que Bogotá. En mi caso, terminé pidiendo el favor de que llevaran el carro a Motorysa a cargarlo, servicio que me habían ofrecido.

Claro que esta es la experiencia de un tipo en un eléctrico prestado y por una sola semana en Bogotá. De ser propietario, existe la opción de instalar un módulo de carga en la residencia, con un costo de instalación que ronda los cinco millones de pesos. Con eso, el lío de la carga se supera en gran parte. Todas las noches, cual celular, se pude dejar cargando para tener la batería full todos los días.

Acelérele, señor

Incluso con cargador a la mano, por donde va la tecnología hoy, andar en un eléctrico implica una alta capacidad de planeación de la rutina diaria. Que no tengo. Aquella última carga en Motorysa pensé que me alcanzaría hasta el final del préstamo. Pero el sol bogotano y resolver las últimas curiosidades casi me dejan varado y sujeto a alguna multa.

Ya había comprobado en los primeros días que el i-Miev pica muy bien, responde de inmediato y con fuerza. Pero en el tráfico bogotano, comprobar su velocidad había sido imposible.

Por eso, aprovechando un partido tempranero, salí un sábado a las 6 a.m. a probar su velocidad por la autopista Norte, desocupada a esa hora. En unos 100 metros llegó a los 100 km/h y la velocidad máxima anduvo por los 125 km/h.

Nada para envidiarle a un auto similar a gasolina. Vale decir que durante la prueba siempre anduve solo y sin peso de carga. El i-Miev no es un unipersonal, sino de cinco pasajeros, cuatro puertas, tipo hatchback. Lo más parecido a alguno de esos taxis “zapaticos” que circulan por nuestras ciudades.

Estuvo divertida la prueba de velocidad, pero bastante ineficiente. Esa carrerita acelerando al tope y el uso del aire acondicionado al regreso aquel sábado soleado se tragaron la mitad de la carga en un recorrido total de unas 130 cuadras, y solo la mitad con aire.

Llegar a una última recarga fue un milagro. Aire apagado. Radio apagado. No acelerar fuerte. Una bendición… Llegué, sí, pero el último par de kilómetros fueron angustiosos, con el nivel de carga en ceros y un enchufe titilando desesperado en el panel.

¿Quedé con ganas de tener un auto eléctrico? La verdad, sí. El día que esto escribo, amaneció fría la ciudad y la bocanada blanca de mi diésel me hizo sentir mal. Debemos ponernos pilas con el ambiente. Y los inconvenientes de recarga serían males menores si uno tuviera el cargador en casa. Además, el desempeño del i-Miev no tiene mucho que envidiar a un equivalente petrolero.

Sí, falta que avance mucho la tecnología, que las baterías duren más, que la ciudad ayude. Pero la experiencia al volante es muy satisfactoria.

Algún día.

Por Fidel Cano Correa

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