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Él fue un niño rebelde, a quien nadie, ni siquiera sus papás en el tono más determinante posible, pudo convencer de que tenía que estudiar o hacer la tarea. Cuando pasaron los años, cuando solía pasearse cigarrillo en mano por las calles de Bogotá para ir a trabajar a la fábrica de plásticos de la que era dueño, su rebeldía, su obstinación o su locura, como la llamaron algunos, era la vaga idea de construir un espacio para los carros que había almacenado en el parqueadero de su casa en Calatrava, un tradicional barrio de la capital.
Un día, luego de descartar la opción de hacer un restaurante en la ciudad, Leonardo Callegari se paró frente a su esposa, María Victoria del Valle, para darle la noticia: compró un lote a las afueras de Villa de Leyva, sitio que a la familia le traía buenos recuerdos. Era 2009.
El gusto por la mecánica, la minuciosidad de reconocer una buena pieza a centímetros se la contagió la única persona en el mundo que le decía Nanao, su padre, un italiano que llegó al país huyendo de la Segunda Guerra Mundial y quien lo involucró en una pasión desmedida por los carros antiguos.
Al principio todo era un pasatiempo. Comenzó en las noches de 1994, luego de que regresaba de trabajar, con el primer modelo, un Oldsmobile 1901, por el que recorrió los talleres más escondidos en búsqueda de repuestos. Año y medio más tarde, cuando ya estaba listo, se antojó de hacer el de 1905.
Así siguió, sin prisa, sin que el reloj resultara un acoso, sin que el timbre que su esposa le había instalado en el taller para avisarle que era el momento de que subiera a comer resultara un agravante. “Una vez, en el Día de la Madre, se apareció diciéndome que me asomara para ver mi regalo. Yo no le quitaba la mirada a la grúa que traía un Ford A de 1930 desbaratado”, dice ella, en mitad de la conversación, con la voz quebrantada por el dolor de una muerte que se dio justo meses después de haber cortado el listón de la apertura de un sueño de varios años.
Nadie a ciencia cierta sabía en qué instante Leonardo Callegari —bromista, terco, de largas conversaciones— aprendió a hacer las cosas que hacía. Si bien era un hombre muy inteligente no había invertido su tiempo en algún estudio y su familia, atónita, era sorprendida en la rutina. “Tuvo que viajar a Italia y él, sin un grado de conocimiento del idioma, con un librito para esas horas de encierro, se bajó del avión hablándolo”.
El Parque Temático 1900 se levantó paso a paso por ese hombre que odiaba ver televisión. Fue él, junto con su inseparable amigo Jaime en la mayoría de las ocasiones, el que trazó los caminos del parque con una podadora una mañana, el que vivió casi dos años en una casa-móvil para no perderse ningún detalle, el que puso un paraguas como el de Cantando bajo la lluvia con el fin de que las familias se fotografiaran en juego antes de ver el carro de Bonnie y Clyde.
Fanático de la historia de vida de Walt Disney, se escudaba en que era padre de tres niñas para ir a los parques de Orlando en las vacaciones. Se fijaba en cada elemento que poblaba ese universo de imaginación y que en el fondo era su deseo siquiera tratar de imitarlo.
Para su hija mayor Silvana —ojos verdes, estudiante de artes, 20 años— su papá tenía una perseverancia envidiable. “Fuimos a un centro comercial a comprar ropa cuando vio que en una vitrina había un hidrante amarillo que resultaría perfecto para la decoración del parque. Afanado, como si hubiera sido una revelación, entró al almacén y dijo que se lo vendieran”.
Otra de esas anécdotas que todavía causan risa, se remonta a los días en los que le dio por experimentar con la receta de la crostata, el postre italiano relleno de mermelada que quería ofrecer a los visitantes, pero que hasta que estuviera perfecta era probada cada noche por su familia. Y aunque se logró, aún es uno de esos pendientes para este año.
Hacer un recorrido por el parque es toparse con siete modelos de los años 30. Más allá de la exhibición, que resulta una experiencia en sí misma, es regresar a la contemplación del diseño de los carros antiguos, donde la bocina resonaba, las señoras elegantes salían con sus grandes sombreros y los hombres disfrutaban del motor de un camión Ford 1931. También es darse cuenta de los procesos de los carros en la herrería, en la fundición, en el taller, en la estación de servicio. Es un circuito marcado por relatos, justo allí, luego de pasar el observatorio astronómico muisca ‘El Infiernito’.
El Parque Temático 1900 es en resumen la fantasía de aquel Leonardo, amante de los jeans, piloto ocasional, que se levantaba en la madrugada a estudiar los planos y que refunfuñaba cuando su esposa le cuestionaba algún diseño aunque supiera que ella tenía la razón. El mismo que la apodaba La auditoría, el que calculaba 1.500 horas de trabajo y el que condujo durante un tornado en Estados Unidos para ir tras un respuesto del Buick blanco de 1910.