En agosto de 1978, Mercedes-Benz en asociación con Bosch presentaba al mundo un invento que prometía cambiar el curso de la historia de la seguridad vehicular: un sistema ingenioso —y entonces, traído del futuro— que reduciría considerablemente el riesgo de accidentalidad. Un salvavidas inmerso en el núcleo de un Clase S de la marca alemana, bautizado Anti-Lock Braking System (ABS por sus siglas en inglés).
Mediante un sistema complejo e inteligente, compuesto por decenas de sensores, el ABS puede regular en milésimas de segundos la presión de frenado de cada llanta, para evitar que las ruedas se bloqueen, de manera que, en situaciones de intenso frenado, se garantice la maniobrabilidad y estabilidad, reduciendo el riesgo.
La promesa de cambiar la historia de la seguridad vial se cumplió, pues el ABS se ha convertido en una de las tecnologías que más vidas ha salvado en la vía. Y aunque el número exacto es incalculable, la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras de Estados Unidos (NHTSA) estima que este sistema reduce la posibilidad de un accidente fatal en un 13 %. De hecho, las cifras revelan que apenas una tercera parte de los vehículos involucrados en siniestros están equipados con ABS, demostrando así su efectividad.
De esta manera, la creación que nació de la sociedad entre estas dos compañías alemanas se ha unido a una exclusiva liga de invenciones que han hecho más seguros los automóviles; inventos que han asumido el rol de salvavidas dentro de los autos. Liga en donde está el cinturón de seguridad, que reduce el riesgo de fatalidad en un 45 %; también los airbags, que, según la NHTSA, han salvado en la última década 28.244 vidas y disminuyen el riesgo de muerte en accidente en un 12 %.
Tal ha sido el aporte de este invento a la industria automotriz y a la humanidad en general, que desde 2004 todos los autos producidos y vendidos en Europa deben incluir como equipamiento de serie el sistema ABS. En Colombia, de acuerdo a la resolución 3752 de 2015, también es obligatorio que cualquier vehículo nuevo comercializado desde ese año integre esta tecnología.
Si bien es positivo que en Colombia ya exista una normativa que incentive el uso de tecnologías que aumenten la seguridad vehicular, es alarmante lo mucho que pueden tardar estas regulaciones en llegar al país y, en general, a la región.
El problema es que en Latinoamérica, a diferencia de Europa y Estados Unidos, la seguridad es percibida como un lujo y no como un requisito. De hecho, el sistema electrónico de estabilidad (ESC), una evolución del ABS que ha reducido en un 60 % las posibilidades de volcamiento fatal, es obligatorio en los países más desarrollados, mientras que en Colombia, por ejemplo, es contemplado por las autoridades nacionales como un accesorio y, por tanto, es sometido a un arancel del 35 %. Por esto y con el fin de ahorrar costos, son contados los fabricantes que incluyen este sistema salvavidas.
Como consecuencia de esta visión que relaciona la seguridad con el lujo, en Latinoamérica se venden automóviles inseguros y que no cumplen con las regulaciones propuestas por las Naciones Unidas. Vehículos que no solo carecen de tecnologías de seguridad, sino que tienen estructuras débiles y comprometen la vida de los conductores y pasajeros.
Es por esto que, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), en América Latina por cada 100.000 habitantes fallecen 20,1 en accidentes viales; un 131 % más que en países desarrollados, donde la cifra es de 8,7 fallecidos por cada 100.000 habitantes. Son números que dejan mucho por desear.
Pero quizá lo más desalentador es que la industria está viviendo una era dorada de progreso en materia de seguridad vehicular. Hoy es posible pensar en carros “a prueba de muerte”; es decir, en los que se elimine el riesgo de accidente. De hecho, la compañía sueca Volvo se ha comprometido a que desde 2020 ninguna persona fallezca en un nuevo vehículo de su marca.
Mientras esto ocurre, en Latinoamérica la mayoría de fabricantes se rehúsan a asumir un costo por carro que el Global New Car Assessment Program (NCAP) ha calculado en US$325 (aproximadamente $1.000.000 COP) por equiparlos con los requisitos mínimos de seguridad propuestos por las Naciones Unidas.
Lo cierto es que la reducción en la accidentalidad traería un enorme valor al Estado. Para Colombia, en términos económicos, de acuerdo al Banco Mundial, el costo social producido por accidentes viales representa el 3 % del PIB. Global NCAP ha estimado que la reducción de siniestros podría ahorrarle a la región hasta US$79 billones durante los próximos 12 años.
Por otra parte, para mejorar esta problemática es esencial que los consumidores de América Latina transformen su óptica y tomen conciencia sobre la importancia de la seguridad vehicular. El reporte “Safer Cars for Latinamerica”, de Consumers International, mostró que para los consumidores en esta región la seguridad no es vista como una prioridad al momento de comprar un nuevo vehículo. Desafortunadamente, si los consumidores no demandan cambios en esta materia a los fabricantes y a sus gobiernos, difícilmente se verán.
También es fundamental que se cumplan las normas de tránsito y se haga uso completo de los elementos de seguridad disponibles. Porque ¿de qué sirve un cinturón de seguridad si no se tiene abrochado? De nada.
Una miope óptica tiene nublada la vista del pueblo latinoamericano. Una que asocia la seguridad vehicular con la disposición a pagar. Es momento de ampliar la visión y abandonar esta postura. Para esto debe haber voluntad de los fabricantes, participación de los gobiernos o toma de conciencia por parte de los consumidores. Mientras algo de esto ocurre, se seguirán produciendo automóviles inseguros y América Latina seguirá nublada por los cientos de personas fallecidas cada día como consecuencia a esto. Mientras esto ocurre, la seguridad seguirá siendo percibida como una cuestión de lujo y no como una cuestión de vida.