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La culpa fue de Sean Connery, de su galantería, de su elegancia, de su buena actuación. Sin él —escocés, hoy de 83 años y con un Óscar y tres Globo de Oro encima— el mercado de autos no hubiese sido el mismo. O por lo menos no para la compañía inglesa Aston Martin, que para ese entonces, 1963, cumplía casi tres décadas de fundada y, aunque ya tenía un reconocimiento mundial asombroso, sus ventas se dispararon gracias a la tercera película de una saga que hasta ahora sigue siendo inmortal: la del Agente 007.
Los méritos, por supuesto, no son sólo de Connery ni de sus perfectos gestos. Son también de la puesta en escena de Goldfinger (1964), una cinta llena de efectos sonoros que se arriesgaba, como muchos lo hacían en la época, a emular los conflictos de poder que generaba el poseer una bomba atómica y audeñarse del narcotráfico. Todo ese panorama, desarrollado en plena Guerra Fría, resultó esencial para que una máquina cobrara un protagonismo inusitado: el Aston Martin DB5, un modelo que desde entonces se convertiría en el carro ícono del 007.
Seguramente, cuando James Bond recibió en el laboratorio de Q (el otro agente) ese coche de vidrios antibalas, que en su interior escondía varias ametralladoras, además de una pantalla, un radar y dos localizadores, el público quedó fascinado. Eso hizo que muchos apetecieran ese diseño de lujo que, con el tiempo, se renovaría de forma paulatina.
Tan simbólica fue su aparición, que en Casino Royal, Quantum of Solace y en Skyfall, Daniel Craig, el más reciente actor que ha interpretado a Bond, también conduce un DB5 plateado que lo protege de los más aterradores peligros. Por supuesto, es más ágil y tiene un diseño innovador, con todas las ventajas que ostenta un automóvil de ficción moderno.
Sin embargo, la elección del primer Aston Martin que condujo el 007, fue casi un accidente. De haber seguido el texto de la novela escrita por Ian Fleming, el autor original de la saga, habría sido un DB Mark III que, quizá, no hubiese sido tan llamativo. Pero Guy Hamilton, tal vez por capricho, se negó a utilizar ese carro chato en la parte trasera y prefirió el último creado por la marca inglesa. Sus razones eran evidentes: un motor de 4,0 litros que alcanzaba 282 HP a 5500 rpm y una velocidad máxima de 230 km/h.
Pese a ello, el primer DB5 sólo se produjo hasta 1965. Sus creadores, entonces, prefirieron mantenerlo como un hito que abrió las puertas a un mercado de lujo y a un sinnúmero de cintas que revolucionarían el mundo del cine.