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En una relación, los problemas pueden aparecer en cualquier momento y, aunque a veces sean difíciles de manejar, tienden a resolverse o a diluirse con el tiempo. Pero con una crisis sucede algo distinto. Utilicemos el clásico ejemplo de una bola de nieve que empieza a rodar y va acumulando tamaño sin que nos demos cuenta: crece poco a poco, hasta que algo provoca que se reviente.
Lo mismo sucede en nuestro vínculo cuando nos damos cuenta de que las dinámicas de la relación ya no funcionan como antes: sentimos desconexión, irritación o incomodidad. Algo ya no encaja.
“Cualquier señal de huir hacia uno mismo constituye un peligro para la vida conyugal, ya que pone manifiesto un individualismo incompatible con el matrimonio”, escribe Lourdes Roy en Crisis matrimoniales y su prevención. Ese es el síntoma, pero también la consecuencia de una relación en peligro: perder el compromiso mutuo que mantiene viva la pareja.
Cómo detectar que algo no funciona en la relación
Atravesar un crisis no implica necesariamente terminar el vínculo. Es un punto de quiebre, sí, pero puede trasladarnos a la reflexión; es una oportunidad para evaluar la relación también desde la propia responsabilidad.
Así como percibimos la humedad antes de que una pared se resquebraje y colapse, en la pareja hay señales, pistas que indican que algo no funciona del todo. Roberto Rocha, psicoterapeuta mexicano, explica en su podcast En terapia cómo identificarlas. Tras agotar recursos, puede decidirse si mantener la relación es lo más sano para ambos.
Conozcamos algunos de esos indicios:
Diferencias cada vez más evidentes
Los problemas que antes parecían pequeños se vuelven recurrentes, y detalles que antes no parecían tan importantes cobran relevancia: cómo come, cómo se viste, cómo piensa, cómo se ríe. La relación genera mucho más preguntas sobre su futuro, ahora incierto, y, en algunos casos, puede aparecer pérdida de interés.
Discusiones más frecuentes y rápidas
Aparecen más detonantes. Las peleas, aunque cortas, se multiplican. El desgaste hace que ambos pongan menos esfuerzo en llegar a acuerdos. Como lo explica Rocha, el pensamiento más común es: “Mientras menos implicados estemos, es mejor. Discutir me da flojera”.
Resolución superficial de conflictos
Los desacuerdos se solucionan a medias o se evitan, dejando asuntos pendientes que van dañando la relación a corto y largo plazo.
Comunicación dañina o confusa
Se nota el sarcasmo, la ironía, las evasivas, el desprecio o la agresividad frente a dudas sobre lo que se quiere. La comunicación deja de ser un puente y se convierte en un mecanismo de defensa o ataque.
Sensación de incomodidad con el otro
Cada quien hace sus cosas, pero no por respeto al espacio personal, sino para evitar contacto. Se evalúa si se quiere continuar en la relación: “Para no sumar más conflictos, mejor me voy retirando”.
Estar a la defensiva constantemente
Existe una percepción de amenaza permanente: todo lo que dice o hace la otra persona se interpreta como intencionalmente conflictivo. Esto facilita que surjan discusiones. Es un constante: “Yo creo que estás en mi contra”.
Actuar ante la crisis: pasos para tomar decisiones
Para Rocha, al igual que para otros especialistas como Mario Olea, quien también aborda el tema en su artículo publicado en Doctoralia, no basta con reconocer que se atraviesa una crisis. Es fundamental actuar, tomar decisiones que permitan comprender con claridad qué aspectos de la relación no funcionan. Para orientar este proceso, Rocha sugiere plantearse algunas preguntas clave:
- ¿Qué es lo que me incomoda?
- ¿Desde cuándo ocurre y cómo comenzó?
- ¿Qué oportunidad hay para mejorar?
- ¿Existe disposición de ambos para cambiar la situación?
- ¿Quiero que esto cambie o ya me agoté?
- ¿Qué decisión sigue? ¿Terapia? ¿Conversaciones periódicas? ¿Darnos un tiempo? ¿Cortar definitivamente?
No se trata de ignorar lo que ocurre ni de justificar conductas dañinas de un lado, sino de reconocer que existen recursos valiosos que solo logran tener sentido cuando dejamos de usar la crisis para culpar o atacar al otro.
La terapia de pareja también permite llegar a consensos, evitar suposiciones, no caer en patrones de comunicación dañina y evaluar lo que realmente está en juego en la relación. Es una forma de gestionar la crisis de manera consciente, sobre todo con la guía de un profesional que actúa como mediador.
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